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El texto débil

Carlos A. Scolari

En el manuscrito original de Hipermediaciones, un libro que a pesar de haber cumplido 15 años sigue generando muy buenas conversaciones, incluía una sección donde vinculaba la teoría del hipertexto con el “pensamiento débil” de Gianni Vattimo (1936-2023). A la hora de recortar -el libro tiene más de 300 páginas- esa sección desapareció en la versión final de Hipermediaciones publicada por Gedisa en 2008.

El cruce entre lo mediático-digital y la filosofía débil no es tan estrambótico si pensamos que Il Pensiero Debole, el libro editado por Gianni Vattimo y Pier Aldo Rovatti para Feltrinelli en 1983, incluía “L’Antiporfirio” de Umberto Eco, un texto clave donde el semiótico describe la diferencia entre una semántica (fuerte) basada en la idea de diccionario y otra (débil) fundada en la reticularidad de la enciclopedia. Según Eco el modelo de la enciclopedia es «el único medio por el cual podemos explicar, no sólo el funcionamiento de una determinada lengua, no sólo el funcionamiento de cualquier sistema semiótico, sino también la vida de una cultura entendida como una interconexión de sistemas semióticos».

Si, como escribe Eco en “L’Antiporfirio”, la enciclopedia es un laberinto sin centro, su estructura no es muy diferente a la del hipertexto digital: tal como explica George Landow en Hipertexto. La convergencia de la teoría critica contemporánea y la tecnología (1995), el hipertexto «se experimenta como un sistema que se puede descentrar y recentrar hasta el infinito”.

Les comparto a continuación la sección, escrita allá por 1998, que no fue incluida en la primera edición de Hipermediaciones. Vayan estas palabras como homenaje a uno de los grandes filósofos del siglo XX.

El texto débil

Según el filósofo Gianni Vattimo en la filosofía contemporánea se percibe una tendencia «sociologizante» que la lleva a concebirse como «teoría de la Modernidad», una orientación que «exprime el esfuerzo de la cultura de inicios de siglo, no sólo filosófica, por contrastar los riesgos del proceso de racionalización de la sociedad: especialización, fragmentación, pérdida de una unidad de sentido y, en consecuencia, pérdida de libertad». En esta filosofía prevaleció una imagen de la tecnología dominada por el «modelo del motor» y la «energía mecánica»: «modelada en la imagen del motor, la tecnología moderna no podía sino dar lugar a una sociedad subordinada a un poder central que manda sus órdenes a una periferia puramente pasiva, justamente como las ruedas de un engranaje, se trate de slogan de propaganda política o publicidad comercial» (1990:88-91).

A este modelo caracterizado por un flujo unidireccional de información desde el centro hacia la periferia, el filósofo italiano le opone la imagen de la «tecnología de la comunicación» fundada en la técnica de la recolección, ordenamiento y distribución de las informaciones. Este esquema comunicacional «desmiente las simplísticas y apocalípticas previsiones de Adorno: es cierto que, por un lado, los medios masivos tienden a crear homologación y uniformidad en la cultura colectiva; pero es también claramente visible el fenómeno opuesto: justamente en las sociedades donde es más alto y extendido el poder de los medios, minorías y subculturas de todo tipo se vuelven visibles, quizás sólo para corresponder a las exigencias de un mercado que siente en forma continua la necesidad de contenidos inéditos, de novedades» (1990:93).

Pensamiento débil

Según Rovatti y Vattimo (1983) el «pensamiento débil» trata de reabrir la discusión incorporando sujetos hasta el momento excluídos o marginados, sin intentar colocarse como filosofía superior o punto de referencia más allá de las partes en conflicto. Se trata de una actitud que reivindica la diferencia contra la homologación, el diálogo contra el monólogo, la «debilidad» de los pensamientos diversos contra la prepotencia de los discursos «fuertes» y excluyentes. La reflexión de los filósofos italianos se aleja de la tradición sociofilosófica que había identificado en la tecnología exclusivamente elementos homogeneizadores y le reconoce, si bien en manera contradictoria, la posibilidad de actuar como canal de expresión de la infinidad de subculturas que conforman la sociedad postindustrial.

Como Jacques Derrida, Rovatti y Vattimo reafirman la pérdida del centro desde el cual se expresaban los pensamientos fuertes; pero a este descentramiento se debe agregar la multiplicación de las historias y micronarraciones que aumentan el «rumor de fondo» de la sociedad (Rovatti, 1983: 48). El pensamiento débil se propone potenciar este rumor de fondo creando nuevos espacios de diálogo, ya que sólo al interior de esta caótica y contaminada situación comunicacional se pueden encontrar nuevas vías para la emancipación del sujeto.

Si bien ambas actitudes filosóficas poseen no pocos puntos de contacto entre sí, el «pensamiento débil» de Vattimo y Rovatti va mucho más allá del postmodernismo de autores como Jean-François Lyotard. El francés escribe convencido de que el proyecto moderno fue «liquidado» y sepultado por la «tecnociencia capitalista”, un nuevo orden que habría desintegrado los grands récits que legitimaban todas las instituciones y prácticas políticas, legislaciones, éticas, teorías científicas y modos de pensar de los últimos siglos. La muerte de las metanarraciones liberal/democrática (emancipación progresiva de la razón y de la libertad), marxista (emancipación del trabajo) y cristiana (salvación de las almas a través de la conversión) no significa para Lyotard que «ninguna narración no sea más creíble. Por metanarración o gran narración yo entiendo precisamente las narraciones con funciones legitimantes. Su decadencia no impide a millones de historias, pequeñas o menos pequeñas, de continuar a actuar como trama del tejido de la vida cotidiana» (1987:29).

Grands récits

No podemos soslayar el hecho de que la mayor parte de estos grands récits se habían erigido alrededor de textos fundacionales -desde la Biblia hasta Das Kapital (o sus versiones catequísticas de difusión masiva)-, cuya lectura e interpretación era por lo general definida desde lo alto de las respectivas estructuras institucionales de poder, estableciendo de ese modo un campo de significaciones bien delimitado. Cualquier alejamiento, desviación o intento de ruptura de este espacio interpretativo era motivo suficiente para decretar la expulsión de la institución o la hoguera. La reflexión teórica de F. Lyotard -quizás aquella más difundida en el ecléctico campo de la ensayística postmoderna- contribuyó a abrir un debate sobre el real o aparente fin de la Modernidad; más allá de la opinión que cada uno puede poseer respecto a la muerte de los tiempos modernos, es evidente que Lyotard consiguió aprehender un clima de época, un difundido sentimiento de agotamiento que permeaba especialmente a las sociedades occidentales.

Mucho -demasiado- se ha escrito sobre la postmodernidad en los últimos años: «se habla tanto que se ha vuelto casi obligatorio tomar distancia de este concepto» sostiene Vattimo, sin que esto implique renunciar al utilizo de una noción que marcó a fuego el debate cultural de la década de 1980. En los textos de Rovatti y Vattimo se respira sin embargo un aire diferente de la enrarecida atmósfera nihilista o catastrófica que a veces impregna las reflexiones englobadas en la flexible categoría de «postmodernismo».

El hipertexto

El «pensamiento débil» es un “modo de decir provisorio” que señala «un camino, indica un sentido de marcha» en el cual los espacios generados por las nuevas tecnologías comunicacionales ocupan un lugar preponderante. Si los grands récits que habían marcado el ritmo de los tiempos modernos se fundaban (y representaban) en textos indiscutibles, cómodamente instalados en su pedestal de mármol, la sociedad postmoderna encuentra una acertada metáfora interpretativa en las estructuras hipertextuales: «la disolución hipertextual de la centralidad, que hace este medium potencialmente tan democrático, crea también un modelo de sociedad de diálogos en la cual ninguna conversación, ninguna disciplina o ideología, domina o funda a las otras. Es la materialización de aquello que Rorty llama ‘filosofía edificante’, cuyo objetivo es ‘el mantenimiento de la conversación más que el descubrimiento de la verdad objetiva’…» (Landow, 1993:85).

El hipertexto es el texto débil. En el hipertexto el texto fuerte, central y permanente del mundo de la imprenta se disuelve en una red que lo presenta tal como es, o sea en contradictoria relación con muchos otros documentos. La progresiva desaparición de un punto de vista «único, estable y cartesiano» y la disolución de las grandes narraciones en un colorido mosaico de microhistorias -que se entrecruzan entre sí para tejer la trama de la cotidianeidad- se complementan con el avance de un modelo no lineal de conocimiento y la desaparición de las fronteras entre medios y lenguajes, que se reprocesan entre sí generando el continuun de la hipermedialidad. La recombinación de diferentes espacios del saber -de la misma manera que se fusionan sonidos o imágenes en las pantallas interactivas- parece ser la constante del nuevo horizonte cultural. El hipertexto emerge de esta situación de caos simbólico para contribuir a fundar una nueva comunicación, potencialmente más democrática y abierta.

Del motor a la red

La filosofía de nuestro siglo -desde Heidegger hasta Adorno- mantuvo una actitud antimoderna que se reflejaba en el miedo al dominio incontrastado de la racionalidad tecnológica. Es más, la relación entre libertad y racionalidad tecnocientífica ha sido “el” problema filosófico del siglo XX. Si dejamos de pensar en términos de tecnología mecánica (el modelo del motor) y se comienza a pensar en términos de red es probable que la filosofía cambie su actitud respecto a la tecnología y a sus usos sociales y existenciales: “en el fondo -sostiene Vattimo- esta es la apuesta de aquellas perspectivas filosóficas llamadas postmodernas … Si el término postmoderno tiene un sentido (y, a mi entender, lo tiene), se funda en la disolución del modelo ‘central’ del motor y en su sustitución -por el momento vaga y apenas delineada- por la red. La presencia de nudos y cruces que no exigen un nudo último y la reciprocidad de la comunicación, que excluye la misma idea de una instancia suprema o, en términos filosóficos, de un fundamento es decisiva” (1997).

La red textual digitalizada pertenece a esta dimensión histórica y se encuentra a gusto en el confuso y fragmentado mundo de la cultura llamada postmoderna. “Por su estructura no jerárquica, por sus dimensiones mundiales y la autonomía de quien la usa, Internet está haciendo cambiar de opinión a quienes siempre estuvieron contra la expansión de la ciencia y de la técnica, temiendo su creciente dominio sobre el hombre y su poder homogenizador. Ahora -concluye Vattimo- la telemática confuta estos miedos” (1997).

Pero la red no se encuentra sola: nuevos lenguajes, insólitas formas de comunicación y renovadas modalidades expresivas que van desde el videoclip a la música rap la acompañan. El zapping televisivo, el fenómeno de los hackers que se infiltran en la telaraña informática, la literatura cyberpunk o los reproductores portátiles de archivos musicales en formato MP3 descargados de la red son algunas de las micronarraciones de fin de siglo que construyen -cada una desde su aparente situación de aislamiento- «millones de historias, pequeñas o menos pequeñas». Cuando muchos se esperaban y no pocos auguraban un mundo irreversiblemente homogeneizado por el Big Brother televisivo, la sociedad tiende siempre cada vez más a ser percibida como una gran obra abierta reticular y fluida.

El retorno de la racionalidad técnica

Sin embargo sería una torpe ilusión pensar que el Big Brother duerme. El grand récit hipertecnológico, la metanarración digital de los Bill Gates o los Nicholas Negroponte de turno son los indicios más claros de un intento por relanzar una racionalidad técnica inspirada en el proyecto moderno -o, al menos, en los aspectos más homogeneizadores del mismo y hasta cierto punto despojada de cualquier espíritu emancipatorio- pero con un nuevo contenido tecnológico, fundada ahora en el silicio y no en el acero. Los grandes mitos de la civilización audiovisual que alimentaron en el siglo XX el discurso de la Modernidad -la ubicuidad, el acceso inmediato a la información, al reproducción artificial del paisaje, la instantaneidad- hoy se renuevan y reproponen bajo una nueva matriz tecnológica. Por otro lado no podemos olvidar que la “revolución digital” todavía tiene como protagonistas activos a un pequeño porcentaje de los habitantes del planeta. Sin embargo esto no quiere decir que sus efectos también serán minoritarios. Una vez más el ejemplo del libro impreso viene a caso: el texto reproducido mecánicamente no acabó con el analfabetismo ni con las desigualdades educativas, pero es innegable que los efectos sociotécnicos y cognitivos de la imprenta se hicieron sentir en todos los espacios sociales, inclusive en aquellos más marginados y alejados del mundo de la cultura escrita.

La puesta en juego no es menor. Si la hipertextualidad nos brinda un flexible modelo para imaginar una nueva epistemología, el hipertexto (la red digital, las pantallas interactivas, la dimensión molecular de las interfaces) es el territorio donde estas nuevas formas de organización y producción del saber –lo repetimos, potencialmente más democráticas y abiertas- deberán ganarse su derecho a existir.

Coda

Esta parte inédita de Hipermediaciones la debo haber escrito alrededor de 1998. El título original del manuscrito era La palabra interactiva. De este texto nacieron dos libros: Hacer clic (Gedisa, 2004) e Hipermediaciones (Gedisa, 2008).

Imagen superior: obra de Wangechi Mutu expuesta
en el New Museum (NYC, 2023).

Referencias

Landow, G. (1995). Hipertexto. La convergencia de la teoría critica contemporánea y la tecnología. Paidós.

Landow, G. (ed.)(1997). Teoria del hipertexto. Paidós.

Rovatti, P.A, y Vattimo, G. (1983). Il pensiero debole. Feltrinelli.

Vattimo, G. (1990). Post-moderno, tecnologia, ontologia. Micromega n° 4.

Vattimo, G. (1997). E’ una rete senza centro ma ci dà un premio: la libertà. Telèma n° 8.

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