El coronavirus tiene la amarga virtud de poner al desnudo el precario sistema de salud que dejó como herencia la seguidilla de gobiernos de Evo Morales. Un régimen que estuvo 14 años continuos en el poder, con recursos que ningún gobierno anterior había tenido a su disposición, podía lograr avances significativos en los sectores más postergados: la educación y la salud. Sin embargo, no fue así.
Durante 14 años se pasaron la salud por el arco, le negaron el presupuesto que necesitaba desesperadamente, y ahora en tiempos de pandemia la población siente en carne propia los resultados de esa política devastadora de un gobierno que tuvo mucho dinero y todas las posibilidades de invertir en salud y en educación, pero no lo hizo.
El MAS sólo se acordaba de la salud cuando se aproximaban procesos electorales, pero no iba mucho más allá del discurso y las promesas.
En 2015 Evo Morales, en preparación de su campaña para cambiar la Constitución y aferrarse al poder, decidió por decreto la “salud gratuita para todos los bolivianos”. Anuncio´ la construcción de 49 hospitales de segundo, tercer y cuarto nivel con una inversión de 1.624 millones de dólares. El “Plan Hospitales para Bolivia” prometía cuatro hospitales de cuarto nivel, 12 de tercer nivel y 33 de segundo nivel. Once en La Paz, nueve en Santa Cruz, ocho en Cochabamba, siete en Potosí, cuatro en Tarija, dos en Oruro y tres en Chuquisaca, dos en Pando y dos en Beni.
En noviembre de 2019, cuando renunció y huyó de Bolivia, sólo diez de esos hospitales se habían entregado y no todos estaban equipados. Página Siete reveló que solo seis estaban en funcionamiento en condiciones precarias. Si un enfermo se presentaba en un hospital, los médicos le decían: “que venga pues el señor presidente y traiga algodón, jeringas y medicamentos, porque hasta ahora no nos han aumentado el presupuesto”.
Al inicio del año electoral de 2019, cuando pretendía su cuarto mandato inconstitucional, Morales se inventó el Sistema Universal de Salud (SUS), un remiendo de la Ley 475, una broma de mal gusto y un verdadero SUS-to para médicos y pacientes. Tuvo el cinismo de decir que los beneficios se verían en los siguientes cinco años, es decir: “elíjanme otra vez si quieren ver resultados”. El chantajista de siempre.
“Es un sistema diseñado para el sufrimiento”, me dice una amiga. “Todo es penuria, como si lo hicieran a propósito: madrugar para sacar ficha, regresar a la hora en que deberían atender y no atienden, esperar en filas interminables al médico que nunca está a la hora porque tuvo otra cosa que atender, recibir el maltrato de las enfermeras si uno pregunta o protesta, programar exámenes, esperar, ir a recoger resultados y esperar de nuevo, volver al médico y esperar, ir a ver al especialista, y esperar, y en cada etapa firmar todo tipo de papeles, una burocracia incapaz de modernizarse”.
Cada vez los hospitales públicos amenazan con cerrar sus puertas y los médicos están en paro porque no llegan los desembolsos para el SUS (deberían hacerse a inicios de cada trimestre).
Las cifras hablan del estado lamentable del sistema de salud en Bolivia luego de décadas de abandono, inexcusable en el periodo de bonanza 2005-2015. En diciembre de 2020, Bolivia sólo tenía 490 camas de terapia intensiva (de las 1.160 que recomienda la OMS), apenas 210 especialistas de los 500 que se necesitan, la producción nacional de los de insumos de salud alcanza apenas el 37%, sólo 34 hospitales públicos de tercer nivel cuando deberían ser al menos 149 para 11 millones de habitantes, 1200 ítems para personal de salud, en lugar de los 3000 necesarios.
Es cruel señalarlo, pero los propios masistas que idolatran al “Jefazo”, están sufriendo en carne propia las consecuencias. En las plataformas virtuales vemos pedidos desesperados de los familiares para que la gente contribuya con dinero o medicinas para salvar las vidas de los “hermanos” enfermos con Covid-19. Varios connotados militantes ya han muerto.
El “jefazo” no mueve un dedo por ellos. Él está bien protegido y cuando enferma tiene invitaciones generosas de Cuba, de Argentina o de Venezuela (donde no hay ni medicinas). Y si lo hace en Bolivia, es en una clínica privada, no va a arriesgarse en un hospital público de los que despreció a lo largo de 14 años. Tampoco se preocupa por los centenares de personas a las que ha contagiado en sus mítines sin barbijo, entre abrazos y besamanos.
La hipocresía de Arce es similar: dice que hace mucho por la salud pública, pero cuando enferma se va a Brasil. Reprocha al gobierno transitorio no haber comprado vacunas cuando ni siquiera estaban en venta. Prometió vacunar a todos los bolivianos hasta abril de 2021, pero ya estamos a mediados de mes, muy lejos de sus ofertas electorales para las subnacionales.
@AlfonsoGumucio es escritor y cineasta.