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El síndrome Ruilova

De: Daniel Averanga Montiel / Para Inmediaciones

Desde “Cuentos de Cuculis” (y desde mucho antes), Álvaro Ruilova ha mostrado un trabajo insuperable, único en su modo casi cinematográfico de arte: uno ve sus ilustraciones y se sorprende; es un gran artista, un enorme talento visual respira a través de cada uno de sus dedos.

Es un capo, no puedo negarlo.

Las ilustraciones menos importantes de sus “trabajos de narración visual”, en la que sus “momentos de acción” no estaban presentes, son superiores a cualquier viñeta de sus contemporáneos; no exagero. Álvaro es un profesional, nato, absoluto, inigualable.

Entonces, ¿para qué titular esta reseña “Síndrome Ruilova”?

Por sus historias.

Ese es el problema.

Y también ese es un problema nacional.

Sus historias tienen a personajes que hablan como el “Papirri”, muchachos que aymarizan y chojcho-manipulan de una forma bastante repetitiva el cotidiano de su “habitus”; podría perdonarse esto, qué va, Adolfo Cárdenas lo ha hecho de una manera casi obsesiva en “Periférica Blvd.”, y podríamos hasta pensar que Ruilova es el Raúl Salmón de las artes gráficas, pero no. Los artificios de sus historias son pobres, mediocres, incluso incoherentes con cualquier contexto, sea paceño, beniano, californiano o esquimal.

“Abandonando el barco” (con un maldito gerundio en el mismo título), es un ejemplo. Seis personajes que cuentan, desde sus esferas particulares, una especie de apocalipsis zombie. Eso ya se ha visto. ¿Cholitas, doncitos, gordos morenos y viejos aymaras pero en zombies? Ajá, eso no se ha visto antes. Metámosle eso, oh, “don Alan Moore sudamericano”.

La novedad de “Abandonando el barco” está, precisamente, en eso: mostrar algo nuevo visualmente, pero la historia no, maldita sea, no; pues déjenme decirles que Max Brooks se suicidaría con esta versión casi fotográfica de un conflicto zombie en Los Andes. No hay ideas, los diálogos son pobres, carentes de un imaginario que no haya sido alimentado puramente por Cárdenas o el Papirri. Hasta el Rigucho de las obras de Juan de la Barra son más dignos.

“Cuentos de Cuculis” prometía un imaginario de feos a propósito con historias que fueran superiores a su primera entrega (donde el Cuculi de turno tenía una apariencia de “Creepshow”) y su segunda entrega (donde se mezclaba el fanatismo tercermundista del gozo futbolero, con lo sobrenatural); pero la serie no continuó y muchos nos decepcionamos; daba para mucho, pero estamos hablando de Álvaro Ruilova, no de Alan Moore, menos del capo de Quino, que hacía más viñetas que nada, o de Ricardo Liniers, que con su libro “Lo que hay antes que haya algo”, que es para niños y de terror, haya superado a las últimas dos producciones de Ruilova: “Abandonando el barco” y “Moscas”, su última muestra de “narrativa visual”, buena en cuanto a lo gráfico, pero mediocre en su forma de armar una historia decente.

Proyectos a medias. “Primaria furiosa” (lo mejor para mí de Ruilova), era excelente para darle una continuidad decente; pero estamos hablando de Ruilova, no de Moore, o de Liniers, o del mismo Quino; y si me dicen antipatriota, podría decir que tampoco hablamos de Cárdenas, que también ilustró su novela “Periférica Blvd.”, antes que lo adaptaran a formato de “novela gráfica” tres grandes, incluyendo al mismo Ruilova y a una inolvidable Susana Villegas.

Ruilova tiene talento, pero ese talento tiene el síndrome que lleva su nombre: pretende comerse todo un género complejo y confía mucho en sí mismo, sin cuestionar las opiniones de los demás en relación a su trabajo. Es bonito apreciar la calidad de las producciones de los nuestros; pero “et monere et moneri proprium est verae amicitiae”. Ruilova merece amigos que le digan que de nada vale dibujar bonito en una novela gráfica, si no va a construir, por lo menos, una historia que valga su impresión en una maldita imprenta.

Acá en Bolivia sucede así: sea cual fuere el arte que se muestra, la gente que se dice “artista” quiere hacerlo todo, desde el guion hasta el pulido. Y a veces no están tan iluminados para hacerlo bien. Sé que se necesita de apoyo económico para continuar cosas que son hechas para ser una cadena digna, como “Cuentos de Cuculis”, pero cuando no hay creatividad, y mucho menos énfasis de narrador, no se puede hacer nada, por más que Moore o Liniers o Cárdenas o el mismo Picasso esté en lo gráfico.


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