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El rey león

Es curioso ver una película por segunda vez conociendo la historia de principio a fin. El Rey León, la original en dibujos animados, la disfruté en 1994. No lloré, pero sí me invadieron los sentimientos. Hoy vuelvo, veinticinco años más tarde -y más viejo- al mismo filme relanzado, pero todo ha cambiado, empezando por mí, que lo hago en compañía de mis hijas adolescentes.

En la primera escena, frente a paisajes africanos extraordinarios, me pregunto si se trata de una filmación tradicional o si hay algún tipo de efecto. No lo tengo claro, pero cuando llego al detalle de los rostros de los animales, las posturas, los lugares, constato que nadie puede filmar algo así. Lo que tengo al frente es un despliegue sofisticado de tecnología que construye un mundo nuevo al capricho del director, seguramente tomando imágenes auténticas.

Se me viene a la mente la cuestión de la realidad. Recuerdo que los documentales de Animal Planet o National Geographic se jactaban tener tomas muy precisas del comportamiento animal captadas con potentes teleobjetivos, horas de trabajo y mucha paciencia. Por supuesto que uno de los valores de base era la autenticidad. Hoy todo se puede construir desde la computadora sin salir de una oficina. ¿Qué es entonces lo real? Mi generación estaba acostumbrada a ver ratones o patos convertidos en dibujos animados, pero que la imagen idéntica de los animales sea manipulada a voluntad, es desconcertante.

Sumergirse en el hiperrealismo con tomas imposibles moviliza otro tipo de emociones, distintas a aquellas que fluyen luego de ver dibujos animados. Seguramente esto es algo similar a lo que vivieron mis abuelos cuando pasaron de los filmes mudos en blanco y negro al color y el sonido, o los difíciles tránsitos del cómic a la película (¿cuál es la verdadera voz de, por ejemplo, Tintín cuando debe ser sonoro?). El drama en el dibujo que vi dos décadas atrás me conmovió más que la realidad tal cual hoy (aunque claro, la ternura de los leones que parecen dulces gatitos es inigualable).

En el fondo la narrativa de El Rey León se inscribe en una tendencia a humanizar al mundo animal -característica propia del discurso moderno- haciendo que las bestias se comporten lo más parecido a los humanos. Así, la maldad, el amor, el coraje, las jerarquías, etc., están reflejadas en la selva como si fuera su esencia. Y el soporte tecnológico permite construir escenarios impecables en ese sentido.

Por último, el factor ideológico. Ya en 1994 era escandaloso el trasfondo político y el uso de los símbolos. En continuidad con la construcción de íconos negativos del mundo árabe -propio de la política cultural estadounidense en la que se inscriben las producciones de Walt Disney-, la única vez que sale la luna en El Rey León, es al lado de Scar, el hermano frustrado y perverso, en el momento que planea cómo matar al buen rey Mufasa. La imagen de la luna creciente en un cielo limpio y con una estrella, es exactamente la misma que la del Islam. Pensé que en la versión actual iban a matizar esa abierta provocación, habida cuenta que no es el mejor momento para echar leña al fuego y todo lo sucedido en este tiempo. Me equivoqué.

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