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El retorno de ética y política

En todo el mundo, la sociedad prácticamente condena la vieja tesis maquiavélica “el fin justifica los medios”. Esto significa aplicar la correcta observación de códigos morales, relativamente fáciles de cumplir, como no mentir, no matar y sentirse responsable por las personas de a pie en el ejercicio del poder político. Por lo tanto, es fundamental repensar el concepto mismo de Estado, de orden colectivo pluralista, así como de acción política reflexiva porque, finalmente, la reconciliación entre ética y política constituye una exigencia para que los líderes políticos se hagan profundamente responsables por el destino de toda la sociedad.

La capacidad de transformación ética debería apuntar, no a más o menos Estado, sino a un Estado diferente donde la acción política cultive legitimidad ciudadana, alcanzando una reconversión ética, susceptible de reconstruir una capacidad para ponerse en el lugar de los más vulnerables frente a los abusos dentro del sistema político. Esto podría generar una estrategia donde la ética política represente la forma limpia de tomar decisiones, la manera eficiente para diseñar políticas públicas y proteger honestamente los recursos públicos.

Es fundamental desterrar aquel razonamiento en el que se supone que muchos políticos están convencidos de que al interior del manejo del poder sucede lo mismo que con los toros para el público de un circo: cuanto más perversos y bestiales son mejores.

 Los escándalos en torno a diferentes arbitrariedades políticas, así como el ejercicio calculado de la violencia y el sabotaje, revitalizan la discusión sobre cómo introducir la “responsabilidad” como valor ético para el desarrollo de los partidos y la sociedad política. 

 La distancia entre ética y política nace porque la conducta de muchos líderes está dominada por el fin justifica los medios, cuando esta estrategia es demasiado costosa e inútil. No todos los fines son tan altos y absolutos como para endiosarlos y justificar el uso de cualquier medio, sobre todo en las sociedades democráticas porque los gobernantes deben actuar controlados por el Estado de Derecho, la transparencia ligada con el control social y demostrar una responsabilidad horizontal en las decisiones que toman.

 La violencia estatal y el abuso de poder en la práctica política, hoy en día, están siendo reemplazados por la ética de los principios, donde moralistas y políticos tienen que preguntarse: ¿qué principios debe uno observar? El fin justifica los medios constituye una estrategia medieval porque frente a graves situaciones, como el calentamiento global, la pobreza masiva y la desigualdad económica, surge con mayor fuerza la ética de los resultados, donde los líderes verdaderos se preguntan ¿qué consecuencias se derivan de mi acción durante el ejercicio del juego político?

La nueva ética política demanda líderes que demuestren una sólida responsabilidad con las visiones de futuro y con proyecciones en las que las mayorías encuentren alternativas de vida sólidas y con calidad. Hay que ser responsable con las consecuencias que provienen de observar ciertos principios, así como con los resultados de una decisión política que involucra el destino de un país. Los aprovechadores y astutos de ocasión serán siempre despreciados por la sociedad.

 El equilibrio entre la ética de los principios y la ética de la responsabilidad muestra que cuando juzgamos nuestras acciones para aprobarlas o repudiarlas, nuestras opiniones se desdoblan en dos orientaciones: la observancia de un principio moral puede producir buenos resultados políticos porque se gana legitimidad ciudadana; asimismo, los buenos resultados se alcanzan respetando principios morales ligados al cumplimiento de la ley y la convicción de haberse hecho “responsable por los otros”, por aquellos que confiaron en el liderazgo político y no fueron traicionados. 

El líder que cumplió sus promesas y trabajó en beneficio colectivo reconstruye una ética responsable con aquellos que van a sufrir las consecuencias de toda decisión estratégica. Solamente así el poder se sujeta a reglas y controles que le imponen límites imprescindibles.

 En consecuencia, aún sigue vigente la tesis del politólogo italiano  Norberto Bobbio cuando afirmaba que cualquiera sea el sistema de valores que los líderes políticos acepten, la renuncia al abuso del poder y a los beneficios ilícitos asociados con él son un avance ético y lo “mínimo responsable” que los poderosos tienen que otorgar para hacerse aceptar como líderes; es decir, para hacerse perdonar el poder que detentan.

No hay que aprovecharse ni abusar de la política, sino abrir nuevas perspectivas en las que puedan manejarse la justicia social sin prebendalismo, la inteligencia sin maquiavelismo y la responsabilidad sin caer en el cinismo, que en el fondo es una conducta cobarde. Actuar éticamente significa asumir la valentía de involucrarse con los otros, con la moral de haber hecho bien las cosas, y no solamente para satisfacer el interés egoísta al creerse más taimado.

Franco Gamboa Rocabado es sociólogo.

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