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El refugio de la sombra

“Alguien proyecta su sombra en la pared de mi cuarto. Alguien me mira con mis ojos que no son los míos”. Alejandra Pizarnik

Hay una pregunta que me acosa desde niño: ¿Dónde se ocultan nuestras sombras cuando no estamos frente a la luz? Ayer, mientras paseaba contemplando el crepúsculo, disfrutando de la tibieza del atardecer mezclada con aire fresco, me detuve a observar mi sombra alargada, proyectada por la tenue luz del sol poniente, al mismo tiempo las palabras de la impertinente pregunta resonaron en mi mente y me hicieron recordar a Borges, quien en el poema “Elogio de la sombra” la comparó con “la vejez (tal es el nombre que los otros le dan)”, quizá por eso, por los siglos que viví, fue que la interrogación volvió a mí, porque “vivo entre formas luminosas y vagas/ que no son aún la tiniebla (…) Llego a mi centro, / a mi álgebra y mi clave, /a mi espejo”.

Decidido a encontrar una respuesta, más allá de la definición del diccionario: “proyección oscura que despide un cuerpo opaco al interceptar los rayos de un foco de luz”, de la metáfora detectivesca de persona que sigue a otra, tan frecuentada por la literatura y tan patética ahora en las redes sociales con los, infelizmente célebres, acosadores (stalkers), de la política que tiene que ver con el manejo clandestino (desde las sombras) de los hilos del poder, de los escritores fantasmas (ghostwriter) que son la sombra que escriben para otros; incluso evoqué un texto mío en el que advierto que la sombra que las palabras dejan en los cafés, es lo que caracteriza a estos lugares y los distingue de otros, recordé a los griegos, que siempre vienen a mi auxilio aunque a veces lo hagan como un aparente obsequio, para ellos la sombra (σκιά) era el espíritu de una persona fallecida, que reside en el inframundo.; sin embargo, estas disquisiciones no eran suficiente para calmar mi inquietud, así que busqué en mi mal querida memoria explicaciones en diferentes contextos que representen la dualidad de la naturaleza humana, la lucha interna y los aspectos oscuros de la existencia.

Intenté con la filosofía, rememoré textos de grandes pensadores a lo largo de la historia. Primero, reflexioné sobre las enseñanzas de Platón en el “mito de la caverna”, donde las sombras son meros reflejos de una realidad superior e inalcanzable. Platón enseña que lo que percibimos en el mundo físico son solamente sombras de las formas perfectas que existen en un reino inmaterial. Tal vez, nuestras sombras se ocultan en una dimensión ideal, esperando ser reveladas por la luz de la verdad.

«No te contentes con la mera apariencia de las cosas; busca la esencia y la realidad subyacente», resonaron las palabras de Platón en mi mente. Sin embargo, no estaba satisfecho con esta interpretación. Decidí explorar el pensamiento de Aristóteles, discípulo de Platón, quien sostenía que las sombras eran simplemente la ausencia de luz, un fenómeno físico sin mayor trascendencia metafísica. Aristóteles veía el mundo de manera materialista, y para él, las sombras desaparecen cuando la luz no está presente, sin ningún significado oculto.

Aún ansioso por otras explicaciones, recordé la perspectiva de San Agustín, quien en sus «Confesiones» afirmaba: «La luz, que puede ser conocida, es lo que revela la existencia de las sombras. Sin luz, no podríamos percibir la oscuridad.» Para Agustín, la luz es una metáfora del conocimiento divino y de la verdad, que es Dios, mientras que las sombras representan la ignorancia y el pecado. Las sombras, cavilaba Agustín, se ocultan en la ausencia de la verdad, en los rincones oscuros de nuestras almas.

Del santo filósofo hice un giro radical y consideré la visión de Friedrich Nietzsche, filósofo nihilista por su crítica a los valores tradicionales, quien hablaba de las sombras como parte de la naturaleza humana. «Uno debe tener caos en uno mismo para dar a luz a una estrella danzante», escribió Nietzsche en «Así habló Zaratustra». Las sombras, según Nietzsche, son los aspectos sombríos y caóticos de nuestra psique, necesarios para la creación y la trascendencia personal. Las sombras no se ocultan; siempre están dentro de nosotros, formando parte de nuestro ser, esperando ser integradas y reconocidas. aspecto fundamental de la humanidad, y que su negación o rechazo podían llevar a la locura y la destrucción Poco a poco fui percibiendo que el vacío provocado por la pregunta inicial se estaba colmando en mi mente y mi atribulado espíritu.

Medité sobre las ideas de Carl Jung, el psicólogo suizo que introdujo el concepto de la sombra en la psicología moderna. Jung sostenía que la sombra era la parte inconsciente de la personalidad, el “lado oscuro”, compuesta de instintos reprimidos, debilidades y deseos recónditos. «Hasta que no hagas consciente lo inconsciente, dirigirá tu vida y lo llamarás destino», advertía Jung. Nuestras sombras, pensé, se esconden en lo profundo de nuestra mente inconsciente, esperando ser traídas a la luz de la consciencia para lograr una verdadera comprensión de nosotros mismos.

Sigmund Freud, cartógrafo de la mente, consideraba que la sombra era una parte del inconsciente que contenía deseos, impulsos y recuerdos reprimidos que no eran aceptables para la conciencia. Freud creía que la sombra era un reflejo de la lucha entre el ego y el “id” o ello, parte más primitiva, impulsiva e inconsciente de la mente, gobernada por el principio del placer y la búsqueda de satisfacción inmediata de los deseos instintivos.

Al final de mi búsqueda, pude reconocer que las sombras no tienen un lugar donde esconderse, no lo necesitan porque son inherentes a nosotros mismos. En la dimensión platónica, son reflejos de realidades superiores; para Aristóteles, son fenómenos físicos sin trascendencia; en la teología de Agustín, son símbolos de ignorancia; en la filosofía de Nietzsche, son fuerzas creativas; y en la psicología de Jung, son partes reprimidas de nuestra psique. Nuestras sombras, las sombras, son multifacéticas y están siempre presentes, tanto en la luz como en la oscuridad. Cuando no estamos frente a la luz, nuestras sombras no desaparecen; naturalmente se trasladan a los rincones ocultos de nuestra mente y alma, esperando el momento adecuado para ser reveladas, es decir la parte velada y primitiva de la personalidad que se esconde detrás de una máscara de civilización. Lo que los antiguos filósofos chinos llamaban el yin y yang. Quizá, ahora, sobreviviente del tercer milenio, puedo afirmar con Octavio Paz que “soy la sombra que arrojan mis palabras” y acaso concluir con mi maestro Fernando Pessoa: “¡Yo, el propio abismo que soñé Sí, yo, que veía en todo caminos y atajos de sombra y la sombra, los caminos, los atajos simplemente eran yo!”, mientras, con mi visión de cíclope, puedo ver en el vidrio de la ventana, de mi dormitorio que da a la calle, que en mi rostro se esboza una sombra de duda.

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