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El problema de la novela en la época del mensaje simplificador

Christian Jiménez Kanahuaty

La novela es una forma de entender el mundo. No sólo es un género literario. No es sólo un ejercicio de estilo con la prosa. Es un modelo a través del cual el mundo cabe dentro de una lógica de movimiento donde su versión total no es posible, porque contrariamente a lo que se piensa, apostar por lo absoluto en la novela sería ir en contra de sus principios. Una novela nunca se acaba. Hay versiones de una misma novela desperdigada en muchos otros libros, escritos por un mismo autor. Pero ninguna novela por muy total que sea, agota el tema que ha propuesto abordar.

Entonces cuando hablamos de novela total hacemos referencia a un modelo de totalidad muy concreto: la totalidad de un tema o la totalidad por acumulación, pero siempre y cuando esa totalidad esté circunscrita a un determinado tiempo y lugar. Las novelas totales en América Latina y la Gran Novela Americana, son novelas que funcionan por que hacen un recorte en la realidad y toman un segmento de ella, para hablar desde la prosa sobre eso que han recortado para dar cuenta de eso que en principio no parece verse muy bien, porque todos los temas se remiten mutuamente y se convierten cada vez en más espesos.

Una novela es una función de la imaginación, se suele decir, pero esto es como muy pobre en su definición. Porque implica pensar la novela sólo en la dimensión de la imaginación. Como creación pura. Luego, para matizar se dice que la novela es el resultado de la experiencia más la imaginación. Esto parece más coherente porque se reconoce que hay un sujeto con un tono y un punto de vista que escribe. Esto que se llama subjetividad interviene -dicho sea de paso-, en todos los registros culturales sobre los cuales el hombre interviene e incluso está presente cuando piensa la realidad desde las ciencias sociales, por muy afán de positivistas y científicistas pretendan tener sus escritos analíticos; y por ello las novelas han empezado a fragmentarse tanto que han dado un giro.

Tras mirar el exterior, ahora miran el interior. Se han vuelto tan subjetivas que el reconocimiento, la transferencia, la emoción contenida y la operación de la vivencia se hace tan personal y pequeña que es imposible de generalizar. Y si se lo hace también es bajo la premisa del plano general.

La novela ha trasmutado su radical postura frente a la realidad donde su deseo manifiesto era capturar la totalidad de un mundo para organizar un tema y sacarle provecho a partir de las acciones, reflexiones, diálogos y acontecimientos, y pasa a ser ahora que la novela no desea escribirse para entender el mundo, sino para entenderse el autor a sí mismo por medio de esa prosa vuelta ficción. Por lo cual, la novela roza un límite que no aporta mucho al género porque en su mayoría de los casos no hace un híbrido estético, sino que cumple la función que cumpliría un psicólogo en una terapia. Es el lugar a donde se arrojan todos los miedos, frustraciones, traumas, delirios, adicciones, pulsiones y rencores. Pero dejó de ser novela, porque no hay más que un solo punto de vista.

Este modelo de novela empata muy bien con el presente que vivimos porque desde la emergencia de las redes sociales, y sobre todo de plataformas como Facebook, Instagram y Tik Tok, todos creen que su vida es notable, inigualable e imitable. El mismo movimiento que hace que una persona se tome una fotografía (selfie) en la cola del banco, en el baño, recibiendo un ramo de flores, o compartiendo una cena con su pareja, es el que hace que una novela donde solo se cuente una experiencia desde un solo punto de vista exista y sea considerada un trabajo artístico.

Es un escenario de retroalimentación continua donde el otro como ajeno, diferente e inimitable, no existe. Porque es difícil pensarlo. Además no se sabe si realmente se los quiere pensar. Es el mismo efecto, manifestado en la transmisión de noticias falsas y redes o hilos de conversación en WhatsApp y otras aplicaciones donde todos los contactos piensan igual; por ello, los usuarios y los contenidos que consume, siempre le van dando la razón.

Se anula el disenso, el debate y la controversia. Es más: la controversia, el debate y el disenso están mal vistos. Y es que, si todos estamos de acuerdo, no hay sobre qué discutir, debatir, problematizar y mejorar. Al estar de acuerdo todos sobre algo se presupone que ese algo está bien y funciona y por lo tanto no hay para qué cambiarlo. Pero sabemos por experiencia propia e histórica que esa no es la forma por la cual las sociedades se transforman, mejoran y crecen. Y es paradójico porque el hecho de reconocer que la opinión de una persona cuenta tanto como las de los gobernantes y cada voz debe ser reconocida y tratada en igualdad de condiciones es el resultado de un largo debate político, cultural y económico sobre los bienes simbólicos de la democracia, los derechos humanos, el Estado de bienestar y la regulación del acceso a la tecnología y los medios de comunicación.

Entonces, ahora resulta que justamente aquello que dio pie a que cada individuo cuente, es lo que ha creado un bloque humano de usuarios de redes y escritores que no desean que eso exista más.

Y la novela en ese sentido, tiene mucho para decir, y no sólo por medio de la dístopia o la novela histórica o la novela de ciencia ficción. Aquí se trata de la novela como género, a secas. Porque convengamos que tanto la fantasía y la ciencia ficción son formas en que la novela intenta llegar a un público mayor. Pero el problema de este pensamiento es que no ven que el dragón, la posición mágica, el conjuro, el reino medieval, las hadas y elfos, son solo decorados y terminan siendo la anécdota, porque esas novelas de ciencia ficción con rayos láser y naves espaciales y extraterrestres junto con las que profundizan en la fantasía, hablan de lo humano. Primero porque fueron escritas por seres humanos. Tolkien, Asimov, C. S. Lewis, etc., y luego, porque los problemas que plantean con dragones de por medio o no, con leones que hablan o no, son problemas que atraviesan los seres humanos: el odio, el rencor, la ambición, el incesto, el adulterio, las consecuencias de la guerra, los intereses del amor, etc. Y por lo tanto, lo demás, es sólo decorado. Y el problema surge cuando el lector no ve esos problemas y se queda en el decorado y en la anécdota. Se queda en los colores y nombres de las casas que compiten o en el nombre de los elfos y el comportamiento de los dragones.

Cuando el lector se queda en esas cuestiones y no profundiza -por más que tenga la letra impresa delante suyo- en los problemas que presenta la novela que tiene en las manos, es que estamos en otra dimensión del problema que se plantea. El tipo de escritura que ahora se reclama de una novela tiene que ver también con un lector que no está preocupado por los problemas humanos, sino por la farándula que hay en medio de una matanza y otra. Al hacerlo, está alimentando el mismo deseo que alimenta cuando ve en redes sociales ese tipo de información o mira documentales que le proporcionan las mismas imágenes. Es la misma satisfacción que se llena por distintos medios. 

Por ello, la novela literaria resulta tan problemática en el presente. La narrativa de la novela o es autoreferencial, o está llena de trucos retóricos donde el estilo -entendido como el trabajo con el lenguaje-, no existe. Y así, la novela de entretenimiento de fantasía o ficción, es consumida desprendida de su anclaje político, humano, social y crítico, anulando de ese modo su relación con el contexto.

Esa parte de la crítica ya no se desea obtener de una novela a no ser que vaya dirigida a alguien en particular. Porque las novelas de autoficción son muy buenas en identificar el generador de todos los males, traumas y miedos. La novela tiene claramente un destinatario. Pero eso no es la literatura, e incluso cuando Kafka escribe Carta al padre, no hay una necesidad de particularizar la experiencia, porque hay algo en la prosa de Kafka que escapa al registro de mera acusación. Es confesional. No hay duda. Y es altamente testimonial. Pero al mismo tiempo aquello que escribe se extendió a muchos hijos y muchos padres, más allá de Kafka. Y esto no se logra en las novelas de autoficción de la actualidad. El libro se abre y se cierra en sí mismo. Es por ello que se señala que más parecen recuerdos y elaboraciones que se despliegan mejor en un diván que en lo literario como forma artística. Porque tampoco hay sublimación. Saltan la sublimación y se quedan en la acusación.

Y es justo en esa dimensión que las sociedades se han anclado en los últimos 15 años. En la acusación. “Toda experiencia cuenta y ninguna tanto como la mía”, parece ser la sentencia de estos tiempo y eso -de nuevo-, tiene su anclaje en las aplicaciones y redes sociales: “todos pueden mostrar lo que comen, pero lo que yo muestro tiene más valor, color y sabor, porque es mío”.  Y si pensamos más allá de la novela, y colocamos ese discurso dentro de la esfera pública, el problema se cae de maduro.

Es imposible construir un sentido sobre lo público y sobre el destino de un Estado, si hay solo subjetividades y ninguna interacción. Si sólo existe el consenso sobre lo que está bien y está mal. También se clausura cualquier posibilidad de mejora. Porque no hay la capacidad de ver más allá que la anécdota, debido a que un cerebro que se acostumbra a hacer foco en dragones, pócimas, elfos, duendes y castillos repletos de reyes y hadas, y es incapaz de entender el verdadero cúmulo de acciones que se desarrollan detrás de esa parafernalia, también será incapaz de ver los problemas públicos como problemas sociales, y estará entrenado sólo para ver lo anécdotico y se perderá lo demás.

Los políticos entendieron esto perfectamente. Las redes sociales simplifican el discurso y la propuesta se transforma en un escenario repleto de anécdotas, chismes y ataques. Eso agrada, gusta y hay seguidores y cómplices.

Frente a eso, la novela, como artefacto social que busca respuestas y genera incertidumbres y devela estados de naturaleza imposibles de conocer si no te colocas en el lugar del otro, tiene dos caminos. O se entrega de brazos abiertos a esta formulación de la realidad donde todo se simplifica, se vuelve unidimensional y univoca. O por el otro lado, tiene y reclama complejidad. Porque si la realidad es compleja, la novela para captar sus intermitencias, también debe serlo. Pero para que eso suceda, la novela debe enfrentarse con su propia tradición.

La novela debe pensarse a sí misma desde su propio estatuto de nacimiento y funcionamiento y esto quiere decir que la novela debe hacer uso del novelista, para pensarse en la memoria del largo aliento. El fondo histórico debe ser el espacio desde donde se vuelva a pensar el fin y las determinación que dieron lugar a la novela. Si estamos frente a los mismos problemas en groso modo que hace 200 o 400 años, es que la novela vuelve a tener valor en el espacio de debate de las humanidades y por tanto, es importante para pensar el rol y el significado que tiene el ser humano en el presente.

Pero esto, una vez más, no puede suceder si la novela no se examina a sí misma y ve sus propias transformaciones, las relaciones que ha tenido y aún tiene con el cine y la televisión y cómo mucho del formato del cine del presente y de las series de la televisión son sustraídas de las técnicas que la novela innovó formalmente para contar historias y desarrollar tramas. Y cuando eso pasó, cierta parte de la novela murió con la sustracción y se secó el sentido de la novela como transgresión.

Porque hay novelas que en principio juegan a la transgresión, pero son funcionales al sistema, porque dicen lo que se desea que digan, dentro de un guion cultural establecido. Y esto se ve tanto en Europa como en Estados Unidos y América Latina, Asia y África. Sin embargo, hay huecos y espacios por donde todavía ciertas novelas se juegan algo más que la notoriedad, premios, reconocimiento y traducciones a decenas de idiomas. Y ese algo es el volver a pensar la novela como un artefacto que destroza el lugar común, reconstruye mitos y los piensa desde otras coordenadas, y obliga al lector a pensar y hacer pausas. Y es que finalmente este es otro de los factores de la literatura del presente. Las novelas también se escriben para que sean consumidas en el menor tiempo posible, como una sopa en lata o una porción congelada de tarta de fresa.

Y están bien esos alimentos, cubren el hambre por un momento, pero luego hay más apetito, a no ser que el estómago y el mismo cuerpo se haya atrofiado y acostumbrado solo a comer ese tipo de alimentos, y en su cadena de alimentación ya no sea capaz de ver que existe otro tipo de dieta. Y sabemos que un cuerpo que solo obtiene nutrientes de una única gama de alimentos, tarde o temprano, colapsa.

Lo mismo sucede con las novelas, y su posicionamiento frente al mercado, la sociedad y los lectores. Si una novela se escribe para ser consumida en el menor tiempo posible, cubre una necesidad inmediata del mercado, pero eso no es otra cosa que moda. Y la moda siempre es sustituida por algo mejor, y lo mejor no es aquí una escala de grado, simplemente de márquetin o de oportunidad.  

Sin embargo, las novelas están diseñadas desde su inicio para generar pausa en la lectura. Para que el lector levante la mirada de las páginas y se pregunte cómo es que sucede eso que ha leído y por qué le cusa insatisfacción, incomodidad, amor, deseo, ganas de escribir, ansiedad por salir a la calle y encontrarse con personas, o simplemente seguir leyendo y ahogado en el aliento y la respiración entrecortada, darse cuenta que ése libro le está diciendo algo que nunca nadie se había detenido a decirle de una forma tan clara y precisa.

Ése es el fin último de la novela y hay que pensar muy bien si los escritores que se leen y promocionan cumplen o no esa función. Si los libros que ahora llegan a la librería como súper ventas están preparados para asumir esa misión o son como porciones de papa frita en una cena donde todos quieren comer rápidamente para ir al cine o a bailar.

Por lo cual, la novela tiene un trabajo enorme que desarrollar de aquí en adelante, y como ella, el escritor. Porque sin él la novela sólo queda flotando como abstracción teórica o como posibilidad emocional. Pero si ahora tomamos en cuenta al escritor y su rol como creador, el debate se amplia y merece más tiempo. Sin embargo, se puede decir que el escritor también debe enfrentarse a la disyuntiva de ser un escritor que sólo escribe novelas que sean consumidas fervientemente, pero tan rápidamente que luego el lector no recuerde ni el nombre ni la trama de lo que leyó. O pensarse, el escritor, como un intelectual, que tiene una visión de mundo, un punto de vista, una técnica, un conocimiento extenso sobre la tradición de la novela sobre la cual se inscribe y decide en consecuencia dialogar desde su novela con otros autores a los cuales respeta, sigue y modela a través de lecturas y relecturas.

Ambas formas de ser escritor están en disputa en el presente, pero el presente está arropado por la interferencia de los mediático, el triunfo, el éxito y el reconocimiento. Son formas de distracción o manifestaciones de aquello que se desea obtener. Una manera y otra de escribir novelas, hoy están siendo publicadas, unas más que otras venden mejor y eso se ve en la lista de ventas en librerías como en lo que se piratea.

Así, el tema es problemático, pero plantearlo implica pensarlo desde varias dimensiones y objeciones y favoritismos. Hacer el mapa y establecer sus límites y coordenadas de interacción de cada una de estas fuerzas es necesario porque como se ha visto, la novela y su creación y procesos de recepción son similares a los que se producen en otros ámbitos de la comunicación en el presente, y es que al final, terminamos analizando los problemas que en el Siglo XXI se presentan cuando se intenta pensar de qué hablamos cuando hablamos de subjetividades y de construcción de lo social y lo común, sabiendo que lo común es el reconocimiento y antesala de cada uno de los derechos sociales, políticos, económicos y culturales que tienen las personas.  

Pero, que al mismo tiempo, la novela logra construir una identidad particular que es capaz de abordar todos estos problemas siempre y cuando la labor del escritor haya sido entendida como una cuestión intelectual. Como un trabajo que se necesita ejecutar para revelar el estado de situación del mundo en que vivimos.

Y cuando más bien la novela se constriñe y se hace cada vez más y más pequeña, lo que suele suceder es que los problemas reales ya no son nombrados. Tampoco se los piensa desde distintas variables y categorías. Entonces, el pensamiento único y la verdad única afloran y lo cubren todo.

La disputa cultural en torno a la novela debe poder establecer este lineamiento de trabajo para entender las dimensiones del arte de la novela en el presente y así, concretar una forma de resistencia artística y desde la lectura y desde los marcos educativos con el fin de que el pensamiento crítico y la fabulación no se atrofien y empobrezcan bajo el reducto de la moda, la parafernalia y la farándula de quien quiere publicar un libro, pero no desea esforzarse en la escritura que precede a toda publicación.

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