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El principio de precaución o del «Mito de la caverna» de Platón

Maurizio Bagatin

“…y Núñez se encontró a sí mismo intentando explicar el ancho mundo del que había caído, el cielo y las montañas, la visión y otros prodigios como aquellos, al grupo de ancianos que permanecían sentados en la oscuridad en el País de los Ciegos. Y ellos se negaron a creer o entender nada de lo que les dijo, algo que él no había esperado. Ni siquiera comprendieron muchas de sus palabras. Durante catorce generaciones, aquella gente había estado ciega y aislada del mundo de los videntes. Los nombres de todas las cosas alusivas a la visión se habían cambiado. La historia del mundo exterior se había difuminado hasta convertirse en un cuento para niños”.  

(H.G. Wells, El país de los ciegos)

Al principio hubo Oppau que generó Texas City que generó Flixborough que generó Seveso que generó Bhopal, después hubo Schweizerhalle, Toulouse, Jilin…y Goiânia, Chernobyl, Fukushima…tragedias de lo no calculado, del error humano, de las fallas de la máquina, de la incontrolable acción del hombre. Tragedia igual a muerte. No la griega del oráculo, de los dioses o del destino; tampoco la tragedia shakesperiana que nace de la voluntad y la moral del hombre; tal vez la de la irracionalidad del progreso humano. Tragedias y muertes. Muchas muertes.                             

“Clara y fresca la luna brilla, después de la horrible tormenta”, así recitaba el Yuigon de despedida del Almirante Takijirō Ōnishi, antes de cometer seppuku después de Hiroshima.

El principio de precaución o principio precautorio es un concepto que respalda la adopción de medidas protectoras ante las sospechas fundadas de que ciertos productos o tecnologías crean un riesgo grave para la salud pública o el medio ambiente, pero sin que se cuente todavía con una prueba científica definitiva.

En biotecnología, si adoptáramos el principio de precaución o principio precautorio y lo hiciéramos compañero de viaje del principio de responsabilidad, el actuar de forma que los efectos de tu acto sean compatibles con la permanencia de una vida humana genuina nos encaminaríamos en lo que, en la tradición kantiana, es la virtud individual de concebir libre y conscientemente los máximos actos posibles universalizables de nuestra conducta: la responsabilidad, que según Nietzsche es esencial en el ser humano, ya que no es por cuestiones divinas lo que nos sucede, es por nuestras decisiones.

La biotecnología que está al servicio de los negocios, del PIB, de las especulaciones financieras, de las bigfarma, no es vida, no es destreza y tampoco ciencia, no es su etimología, sino un oxímoron trágico, la biotecnología es la genialidad del hombre, es el pan y el vino, es la conservación de los alimentos y la protección contras las enfermedades humanas, de los animales y de las plantas.

No por estadísticas y tampoco por azar la vida puede acercarse a la muerte, no podemos cultivar alimentos para alimentar a los caterpilares que devastarán nuestra tierra; Gilles-Eric Seralini y Walter Alberto Pengue son científicos como los que trabajan en la Bayer-Monsanto, con la Novartis y otras industrias farmacéuticas y ahora también del agrobusiness, ellos escogieron la vida y no la muerte, ellos investigan los efectos de los organismos genéticamente modificados (OGM) en las vidas y en la tierra, y han demostrado los efectos catastróficos en las vidas y en la tierra del glifosato, del monocultivo de la soya, la devastación de los cuerpos y de las diversidades biológicas, de las vidas.

¿Hoy seguimos viviendo el Mito de la caverna de Platón? Chernobyl y Bhopal, vacas locas, dioxina y Prestige son las evidencias de que estamos sometidos a tecnologías de altos riesgos que distan mucho de estar bajo control.

“Y si tuviera que discriminar de nuevo aquellas sombras, en ardua competencia con aquellos que han conservado en todo momento las cadenas, y viera confusamente hasta que sus ojos sea ese estado y se acostumbraran en un tiempo nada breve, ¿no se expondría al ridículo y a que se dijera de él que, por haber subido hasta lo alto, se había estropeado los ojos, y que ni siquiera valdría la pena intentar marchar hacia arriba? Y si intentase desatarlos y conducirlos hacia la luz, ¿no lo matarían, si pudieran tenerlo en sus manos y matarlo?” (Platón, República, Libro VII)

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