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Tres aves están en peligro de extinción por la degradación de los bosques alto andinos

Mirna Echave Mallea

La presencia del hombre ha puesto en peligro la existencia de tres especies de aves, cuyos hábitats se ven cada vez más afectados, degradados, destruidos. Investigaciones recientes señalan que quedan menos de 100 individuos de la especie remolinera real y menos de 200, del torito pecho cenizo. La palkachupa es la tercera especie en peligro de extinción en esta ecorregión del norte paceño, dentro del corredor Cotapata – Pilón Lajas – Madidi, donde hasta 2020 se conocía que quedaban menos de 600 individuos de esta especie, endémica de Bolivia.

Con el paso de los años, las acciones humanas se han acercado más a sus nidos y les quitaron tranquilidad, árboles y los espacios que necesitan.

Hoy, la sobrevivencia de estas aves depende de la intervención humana, con acciones que aseguren su protección y conservación, así como el cuidado de los bosques donde aún se las encuentra, aunque esto requiere mucho compromiso, recursos y un trabajo constante.

Su conservación, una prioridad

La remolinera real, Cinclodes aricomae, es la más afectada. Según el Libro Rojo de los Vertebrados de Bolivia, esta ave se encuentra en peligro crítico (EC) lo que significa que son muy pocas las que quedan de su especie. En algunos bosques del corredor ya no se la admira y actualmente es difícil encontrarla.

La remolinera, en un bosque de Pongo.

En las filosas montañas de la provincia Sud Yungas, entre las nubes que ascienden hacia la ciudad de La Paz, esta pequeña ave revolotea brevemente y busca su alimento entre la paja brava y los musgos que cubren las piedras pizarra del lugar.

En segundos, vuelve a las ramas de las queñoas, árboles andinos que crecen por encima de los 3.000 metros sobre el nivel del mar, y que forman los pocos bosques de polylepis que quedan en dicho corredor. Su color se fusiona con el paisaje de su hábitat y así se pierde de la vista.

El torito pecho cenizo también ve reducido su hábitat.

En estos lugares también vive el torito pecho cenizo, Anairetes alpinus, que según la clasificación del Libro Rojo se encuentra en peligro de extinción (EP), y la principal causa es también la degradación de su hábitat. Su pelaje es más oscuro y se distingue por unas pequeñas plumas que coronan su cabeza. Aunque también se lo divisa muy poco, los comunarios de Pongo comentan que alguna vez lo ven cerca de sus corrales o en los árboles de la población, es decir, fuera de los bosques de queñoas, aparentemente en busca de alimento.

La palcachupa, en cambio, habita en una zona más alejada del norte paceño, en Apolo, pero dentro del mismo corredor de biodiversidad. Se trata de una especie endémica, lo que significa que solo se la puede encontrar en esta zona de Bolivia.

El crecimiento de las poblaciones y sus actividades son las que empujan a esta ave, cola de tijera, a ver restringida su área de desarrollo. Sin embargo, en este caso, se desarrollan más acciones concretas para su preservación.

Según el biólogo Rodrigo Soria Auza, director de la Fundación Armonía, “estas son las tres especies de aves de mayor prioridad para la conservación, que habitan en esa región, una de las de mayor biodiversidad de Bolivia y, dentro del grupo de aves, son las que están en peligro”.

El investigador explica que las comunidades del sector, de origen quechua y aymara, «utilizan la naturaleza para vivir», ya que cultivan papa, crían auquénidos, como llamas y ovejas, y también extraen recursos maderables de los bosques, los cuales han sido muy afectados, especialmente los últimos 20 años por el crecimiento de las poblaciones. Estas actividades son las que más impactan en la biodiversidad del lugar, tanto a la flora como la fauna.

Una pérdida paulatina

Los bosques alto andinos se extienden desde Venezuela hasta Chile y, por sus características climáticas, han desarrollado un ecosistema singular y diverso. Allí se encuentran los bosques de polylepis.

Queñoas, en los bosques nublados.

Los árboles de queñoas, que forman parte de ellos, tardan mucho tiempo en desarrollarse, y crecen como si cada milímetro de altura fuera un triunfo en contra de las duras condiciones climáticas del lugar: como el frío, que con frecuencia puede superar los 9 grados bajo cero, el fuerte viento y la humedad constante. Por ello, apenas alcanzan unos centímetros cada año y se estima que las últimas dos décadas se han deforestado extensos bosques con árboles centenarios.

Una investigación de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), de 2017, señala que hace siglos el altiplano tenía grandes extensiones boscosas, distintas teorías afirman que esa madera fue utilizada por los nuevos asentamientos humanos y, por otro lado, que los extrajeron para fundir la plata hallada en las minas durante la época colonial. Por eso desaparecieron.

En Bolivia, actualmente, estos bosques se encuentran dentro de los Parques Naturales y Áreas Naturales de Manejo Integrado (PN ANMI) Madidi y Cotapata, por lo que también se consideran protegidos. Pero quedan muy pocos y están dispersos, tan dispersos como islas, y algunos tan pequeños que están a punto de desaparecer.

Un fragmento del bosque de polylepis en Queñoani.

Hoy, la ciencia solo habla de “fragmentos” de bosques. En 2017, Armonía logró identificar la existencia de 125 fragmentos boscosos de Polylepis pepei – Gynoxys sp. que se encuentran en los territorios de seis comunidades y que, sumados, alcanzan las 185 hectáreas. “El 72 por ciento (99) de estos fragmentos tienen una superficie menor a dos hectáreas”, señala el documento “Plan de acción para evitar la extinción de las aves más amenazadas del Corredor Madidi – Pilón Lajas – Cotapata”, elaborado por dicha institución.

Estos fragmentos de bosques son parte de los ecosistemas más vulnerables por la presión humana, y son el principal hábitat para la remolinera real y el torito pecho cenizo, los que dependen de su preservación. El corte de los árboles para su uso como leña, los chaqueos, el limitado número de guardaparques e incluso el constante ingreso de las personas, sin restricciones, hacen difícil el cuidado de estos pequeños bosques.

En Pongo por ejemplo, el comunario Antonio Mamani Quispe cuenta que constantemente llegan grupos de personas o turistas con el único objetivo de llegar a los bosques de polylepis, muchos de ellos para acampar debido a que el paisaje es muy apreciado. Además de fragmentos de bosque en el sector conocido como Queñuani, a unos kilómetros está la laguna escondida, dentro del mismo municipio, donde también hay queñoas y aves, aunque cada vez más gente visita el lugar.

Actualmente, la comunidad de Pongo cuida del bosque, pese a que durante muchos años se lo explotó para diversos usos. “Nuestros abuelos trabajaban en la mina, allá al fondo, en la mina Alaska, este sector se llama Queñuani, justamente por las queñoas del bosque. Antes los árboles eran más grandes, pero lastimosamente los cortaron”, relata Antonio Mamani, mientras observa las montañas afiladas que están frente a su comunidad, en Pongo.

Bernardina Mamani, actual Secretaría General de la comunidad, recuerda que cuando era niña llevaba la comida a su papá, quien fuera uno de los mineros. En aquel entonces, por la década del 70 u 80, la comunidad de Pongo era muy pequeña, y ahí vivían principalmente los mineros y sus familias. Para llevar la comida ella tenía que subir desde el río, por un cerro empinado, forrado de pajas bravas, a través de un sendero marcado por el paso de los obreros del socavón, eludiendo rocas filosas y el río frío y cristalino, formado por arroyos que bajan desde estas cumbres oscuras, por el color de las piedras. Aquél entonces, ella también atravesaba el bosque andino, al que recuerda amplio y frondoso.

Bernardina Mamani, Secretaria General de Pongo.

Bernardina hoy vende platos con trucha en la parada caminera de Pongo. Mira al otro lado de la carretera caer la cascada de aguas aún cristalinas, las mismas que hace tiempo marcaban parte del camino hacia la mina. Tras un silencio cargado de recuerdos agrega que, a pesar del tiempo aún hoy pueden verse en estas montañas algunas manadas de venados, caballos salvajes, varias especies de aves, entre otros animales.

Después del cierre de la mina, hace un par de décadas, la gente sólo subía a estos cerros para colectar leña y algunas plantas que sacaban para vender en fechas específicas, como Semana Santa y Navidad. Ahora, después de un trabajo de promoción para el cuidado de este paraje natural, ya pocos suben al bosque de queñoas. “Hace unas dos semanas hemos visto pasar una manada de venados por ahí, estos venados son lindos porque sus astas son grandes, tienen hasta siete ramas”, cuenta Antonio Mamani quien, sin embargo, denuncia que hay gente de otras comunidades que aprovechan la soledad del lugar para ir a sacar leña de vez en cuando.

El bosque de queñoas, en Queñoani.

Acciones de protección

A finales del siglo pasado, el problema de la deforestación de estos bosques empezó a llamar la atención. Las investigaciones fueron largas y complicadas debido a la falta de datos, de recursos y de acceso a estas zonas, ya que muchas no tienen caminos cercanos y las condiciones climáticas y geográficas las hacen peligrosas. Cuando la situación de estas aves fue más conocida se emprendieron planes y acciones de protección que involucraron a las poblaciones cercanas.

El eje principal era la conservación de estos ecosistemas. Para ello fue necesario hacer entender a las comunidades cercanas la importancia de la protección de dichas zonas. “Ha sido un reto. Con las comunidades hablamos del hábitat, de los bosques que son muy importantes en el ciclo del agua, ya que (los árboles) la capturan del suelo, evitan que se escurra rápidamente, permiten que haya capas de agua a lo largo del año y no solo en una época”, explicó Soria.

En algunas zonas el proyecto tuvo éxito, en otras no, porque no toda la gente se sumó al cuidado del hábitat de la remolinera real y del torito pecho cenizo.

“Incidimos en dos comunidades que están en el Madidi en los altos andes. Con ellos hemos hecho proyectos de educación, en Puina particularmente, han hecho un vivero y producen unos 400 a 500 plantines de queñoas todo el año”, agregó el representante de Armonía.

A medida que los biólogos establecían proyectos en diferentes zonas y comunidades, se evaluó la situación de estas dos aves. Para ello, esta institución trabajó con los guardaparques de las áreas protegidas, en el Madidi y Cotapata, e implementaron equipos de registro, como binoculares, gps y cámaras.

Diferentes entidades, ya sea de forma individual o conjunta, trabajaron en proyectos que fomenten la protección de los bosques de polylepis y en el cuidado de las aves en peligro de extinción, entre ellos Armonía, ACEAA, el Servicio Nacional de Áreas Protegidas (Sernap), a través de sus guardaparques, la UMSA, colegios y las comunidades locales, entre otros.

El Secretario de Medio Ambiente de Pongo, Antonio Quispe, informó que esta comunidad participó, al menos en cuatro ocasiones, en proyectos de reforestación. En dos ocasiones lo hicieron con la Fundación, una vez con una universidad y también los estudiantes del colegio de esta localidad hicieron una actividad similar, por iniciativa propia.

En esta labor fue muy importante la participación de las mujeres, ya que se sumaron a este esfuerzo de forma integral y, junto con sus hijos, cargaron los plantines en sus aguayos y bolsas, a veces hasta diez por persona, y treparon a los cerros nublados para plantarlos, con el fin de revitalizar el bosque.

Fueron jornadas íntegras en que esta comunidad se dedicó a cumplir con su parte para el cuidado de las especies de árboles y de aves, y de los animales que aún quedan porque, según don Antonio, «antes se podía ver muchas ranas y hasta había trucha arcoíris en la parte superior de los ríos, pero eso ya ha desaparecido».

Bernardina también recuerda que en esas jornadas de trabajo, se dividieron en grupos para escarbar la tierra y colocar los plantines como les habían explicado los biólogos. «Un tiempo hemos vuelto para ver que estaban bien y sí, habían agarrado, pero mucho tardan en crecer», asegura.

Un deteriorado cartel en Pongo, aún advierte sobre la protección del bosque.

Bernardina también recuerda que, como ella, «toda la población» participó en el programa de reforestación.

Uno de los objetivos de los proyectos era el tratar de unir las fracciones dispersas de bosques del sector con los árboles nuevos, sin embargo los resultados del proyecto no pudieron ser evaluados en su totalidad debido a la falta de recursos.

«Lo hacemos para proteger a las aves y también para que no nos falte el agua», afirma Antonio Mamani, quien fue el guía de la periodista de este medio y de un fotógrafo, para llegar hasta el bosque de Queñoani. Allí se puede ver los plantines de los árboles que colocaron los comunarios, con poca diferencia de tamaño, ente unos y otros, los que son vigilados con frecuencia por los habitantes de Pongo.

En busca de las aves

Pocas personas acuden al bosque de queñoas de Pongo, muchas menos que aquellas que acuden a visitar la Laguna Escondida de Jinchumuruni, donde hay otro fragmento de los bosques de polylepis.

Antonio, el guía, sólo lleva una botella de agua y un paraguas, pese al sol que calienta el asfalto de la carretera a los Yungas paceños. Arriba, a lo lejos, se ven algunas nubes esquivando los picos oscuros de la cordillera. Allí es donde se puede buscar las queñoas y, con suerte, divisar a la remolinera real y al torito pecho cenizo.

Entre el desorden de las piedras pizarra, que cayeron con el tiempo de las laderas rocosas de las montañas, los caudales cristalinos formados por arroyos y aguas subterráneas, la vegetación acostumbrada al clima frío, se avanza hacia lo que queda del bosque de este lugar. Después de casi una hora des ascenso cuidadoso, y tras cruzar la fuerte corriente de un río, el sendero se pierde debajo de los por la falta de presencia humana en este sector.

Allí, sin causar ruidos, sin hacer movimientos bruscos y con mucha paciencia, tal vez se puede ver revolotear por algunos segundos, a alguna de estas aves. Este medio tuvo la fortuna de observar y captar la imagen de una remolinera real.

El regreso de la palkachupa

Lejos de los parajes altiplánicos se escribió la historia de la palkachupa, el ave que se dice que «estaba escondida». Lo que pasa es que durante casi 100 años la ciencia no registró ningún avistamiento de esta especie, por lo que se la consideró extinta. En 1902 el ornitólogo R.S. Williams fue el último en verla, colectó un macho y una hembra, y los exhibió en el Museo Americano de Historia Natural de Nueva York. Recién, 98 años después, un grupo de investigadores registró su existencia en un pequeño fragmento de bosques, sobre cuatro kilómetros cuadrados, en la comunidad de Atén, al noroeste de Apolo, en La Paz, dentro del Área Natural de Manejo Integrado (ANMI) del área protegida Madidi.

Llegan a Atén para reproducirse. Foto: ebird.

Pero quedan pocas. Actualmente, el riesgo de extinción de la palkachupa (cola de tenedor, en quechua) aumenta a medida que crece la ganadería en las áreas en que habita. Esta actividad amplía el espacio de pastoreo y fracciona los bosques y la vegetación en que vive.

La investigación de la ornitóloga boliviana Verónica Dávalos, publicada en 2011, ya señalaba que sólo se logró observar entre 600 y 800 individuos, durante un año de trabajo. En aquella ocasión, se buscó conocer la forma en que anida, se alimenta y reproduce, así como las áreas donde se desplaza, ya que solo se la puede observar entre agosto y mayo.

Apolo ha sido designado como un Territorio Indígena Originario Campesino (TIOC) del pueblo leco. Más específicamente, la región de Atén es considerada IBA (Áreas Importantes para la Conservación de las Aves-en español), según BirdLife International, dada la importancia que representa la zona para algunas especies, como la palkachupa.

Según Armonía, la degradación de su hábitat es el principal problema para su subsistencia, esto sumado a que las poblaciones del área viven de la extracción de recursos naturales y de la ganadería que, en este caso, son las principales amenazas para los bosques donde anida la palkachupa.

William Ferrufino es uno de los defensores de la existencia de esta ave desde su niñez, en los antiguos bosques de Atén. Entonces, su llamativo color ya lo impresionaban cuando caminaba hacia su escuela, por ello dedicó toda su vida a conocerla, imitando su canto, observándola, preguntando sobre sus hábitos de vida, hasta que en 2010 colaboró con un monitoreo de esta especie y contabilizó al menos unos 800 ejemplares. «Parece que ahora son menos todavía, por la ganadería y la apertura de caminos», dice.

Con frecuencia, en el lugar se generan desmontes, quemas e incendios para la habilitación de tierras para el pastoreo de ganado o para la siembra, los que llegan a los bosques, destruyen sus nidos y atentan contra la vida de estas aves.

Soria, por su parte, comentó que la actividad de la ganadería es la principal causa por la que «se ha transformado completamente el paisaje y han degradado el hábitat natural de la palkachupa». Por ello, la Fundación Armonía promovió proyectos en torno a la conservación de esta ave, creando por ejemplo la Reserva Palkachupa, un área donde los comunarios del lugar ya no cortan árboles ni realizan quemas anuales, a sabiendas de que el objetivo es el cuidado de esta especie.

También se siembran árboles como higuerón, mapajo o yuri, para lograr que la población se involucre, promoviendo que la gente se identifique con esta ave, y que se generen recursos con actividades alternativas, como la artesanía y la apicultura.

Una buena noticia es que este año, debido a su trabajo constante en favor de la conservación de la palkachupa, Ferrufino recibió desde Estados Unidos el premio «Héroe Disney» distinción otorgada por biólogos de Conservación de la Vida Silvestre (WCS, por sus siglas en inglés), según difundieron varios portales.

Acciones estatales

Tanto para la palkachupa como para la remolinera real y el torito pecho cenizo, se necesita mayor apoyo para las actividades de concientización de la gente que vive con ellas o visita los ecosistemas donde anidan, más recursos de los gobiernos para recuperar los hábitats y para el monitoreo constante de la situación de las mismas.

Sin embargo, ni el Gobierno Nacional ni los gobiernos autónomos cuentan con proyectos específicos y a largo plazo dedicados a la conservación de estas especies.

El trabajo con las comunidades también debe ser permanente, así como los estudios sobre las actividades que se realicen dentro de los bosques. Por ejemplo, según Soria, sería interesante promover el aviturismo o el ecoturismo, para que los habitantes tengan formas de generar ingresos destinados a cuidado del lugar.

Los comunarios de Pongo muestran con orgullo los premios de su esfuerzo.

Sin embargo, estas actividades deben ser reguladas y limitadas, ya que cuando no es masivo, no va a tener un impacto sobre la biodiversidad del lugar. «Hay que tener mucho cuidado. Creo que el turismo puede ser positivo, de manera que no sea dañino para las aves ni los bosques, que sean grupos pequeños los que ingresan, o que haya un espacio de tiempo entre grupos, habría que hacer senderos, no botar basura», señaló.

Agregó que, también la comunidad podría establecer una tasa de ingreso a los bosques, y capacitar a los ecoguías responsables del manejo de este atractivo. Todo ello con el fin de que la gente tenga ingresos económicos alternativos a la extracción de madera, de plantas ornamentales u otros elementos que forman parte de esta biodiversidad. De esta manera, tanto bosques como la fauna que habita en ellos, en este cinturón de biodiversidad, podrán preservarse.

Reportaje elaborado por Mirna Echave Mallea.

Imágenes: Mateo Romay / Fundación Armonía / Mirna Echave.

Este material fue desarrollado en el marco del proyecto “Construyendo capacidades en comunicación para la conservación de la biodiversidad en el Corredor de Conservación Madidi – Pilón Lajas – Cotapata” y difunde los resultados del trabajo de la Fundación Armonía. Ambas organizaciones cuentan el financiamiento del Fondo de Alianzas para los Ecosistemas Críticos (CEPF).

Una mirada sobre los bosques de queñoas, de la Fundación Armonía.
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