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El Paititi de Moxos, El Dorado y las tres tetillas

Hugo H. Padilla Monrroy

El Dorado nuestro país ilusorio, tan codiciado, figuró en mapas numerosos durante largos años, cambiando de lugar y de forma según la fantasía de los cartógrafos.

Gabriel García Márquez

 La Soledad de América Latina (1982)

El Dorado no existía en ninguna parte, pues era fruto de la concreción de las ideas clásicas sobre indicios de posibilidades, que el conquistador acumuló, por el paso de unas a otras huestes, sobre un supuesto racional: el de la necesidad de que existían unas minas riquísimas en el lugar donde las condiciones naturales fueran óptimas.

Demetrio Ramos Pérez,

El mito de El Dorado: su génesis y proceso (1973)

“La forma más característica en que la utopía se manifiesta en América es bajo los visos de un país fabulosamente rico en oro y plata y piedras preciosas y que corresponde a los varios nombres de El Dorado, Paititi, Trapalandia, Lin Lin, La Fuente de la Eterna Juventud y La Ciudad Encantada de Los Césares. Todas estas regiones fantásticas o imaginarias ya se mencionan durante el siglo XVI, a los pocos años del descubrimiento, y están directamente relacionadas con uno u otro conquistador”, como afirma Stelio Cro en “Realidad y utopía en el descubrimiento y conquista de la América Hispana (1492-1682).

La inmensa ambición de los conquistadores a su llegada a la América, por los tesoros presumiblemente a ser encontrados, discurrieron y encendieron febrilmente la imaginación de su ambición, buscando en lo más recóndito de las nuevas tierras, esos reinos brillantes recubiertos de oro y piedras preciosas, desde los inicios de la invasión española y portuguesa a tierras del Nuevo Mundo, desde el Rio Magdalena, Rio Amazonas, Rio de La Plata a Tierra de Fuego, por todo ello las leyendas se esparcieron con los nombres más extraños, como El Cerro Rico de Itatín, Candiré, la mina de Saypurú, Tierra del Enin, Tierra Rica, destacando los del Reino del Paitití, el Tesoro del Dorado y los Tesoros de las Tres Tetillas.

Han pasado siglos desde la aparición de las versiones de las riquezas escondidas en el Paraíso Terrenal, como lo señala el jurista Don Antonio de León Pinedo (1593 – 1660), ese paraíso que, los jesuita describen como las tierras de feroces animales, alimañas, enfermedades tropicales, donde el hombre vive y se desenvuelve de manera salvaje, de una manera primitiva, sin conocer las artes de la utilización de los metales y sus valores, no sin antes considerar, que una gran catástrofe pudo mermar una población pudiente y próspera, técnicamente desarrollada, para el manejo de las aguas estacionales de las inundaciones y no así del manejo de la fragua y la purificación de los metales, por lo tanto a nuestro entender no conocían el valor del oro, la plata y otros metales, por lo que, los invasores, escudriñaban los cerros, bosques y lagunas de este “paraíso terrenal”, inventando fabulosas versiones de riquezas y caciques dorados.

Posiblemente una versión del origen de la leyenda, de varias conocidas, está asentada en la fundación de la ciudad de San Francisco de Quito por el Capitán Sebastián de Benalcázar en el año 1534, andando por las entrañas de esas tierras en faenas de conquista, fue informado de la presencia de un forastero, informó que su tierra se llamaba Muequetá y su cacique llamado Bogotá, de donde nace el nombre en el Nuevo Reino de Granada y hoy capital de Colombia, contando que en esas tierras, su cacique ingresaba a una laguna algunas veces al año, en cueros pero si cubierto de un polvo amarillento brillante y algunas piedras, como lo relató: “untado de una trementina  muy pegajosa y sobre ella el oro en polvo fino. De suerte que, dándole el sol de la mañana, el cuerpo del cacique se tornaba brillante, sumergido en la laguna, se hacía lavar con ciertas yerbas, caía toda la embadurnadura brillante del oro, cuando acababa el sacrificio y rito. Ahora cuesta distinguir donde se encuentra la deseada laguna, por las referencias tradicionales, se tiene por la Laguna Gavitavita.

Gràfica Nº 1.- Pintura de la posibilidad de la ciudad utópica de El Dorado. (Ciudad Z).

Muchas las disgregaciones y orientaciones falsas de la existencia de El Dorado, conducen a muchos caminos en la gran extensión americana, mucha pretensión de asentar esta dorada historia de riqueza y ambiciones de los conquistadores, dieron a nacer esta leyenda que ha sido objeto de infinidad de expediciones de búsqueda, incluso en nuestros tiempos. Muchos lugares, en las cercanías de la cuenca del Orinoco, identifican lagos y lagunas de esas regiones, como también la Laguna Parima (Lugar de rayas), La supuesta existencia de un reino dorado motivó numerosas expediciones y se mantuvo vigente hasta el siglo XIX, e incluso ahora, se continúa la búsqueda del Gran Tesoro El Dorado un legendario reino o ciudad, supuestamente ubicado en algún lugar de esta América Morena.

Es la investigadora Vera Tyuleneva (Antropóloga e Historiadora – Pontificia Universidad Católica del Perú), quien ha estudiado durante más de 10 años, esta incógnita histórica de leyenda que nos vincula como región; determinando con sus estudios en su artículo “Paitití en los llanos de Mojos”, editado en ˂RAE 25 años ٠Relación entre tierras altas y tierras bajas>, en sus conclusiones anota:

La célebre noticia rica del Paitití pudo haberse originado en el norte de los llanos de Mojos, tierra poblada en la víspera de la conquista europea por el grupo Cayubaba. La agricultura intensiva practicada en la región había llevado a un notable crecimiento demográfico, gran concentración de población y había creado una imagen próspera y abundancia que se transmitía en leyendas geográficas entre las etnias vecinas. “Paitití vendría a ser un nombre hereditario o recurrente (o título genérico) de los jefes locales, luego aceptado como gentilicio y el nombre de la vía fluvial que marcaba la frontera de la tierra del Paitití, el actual Rio Beni en su corriente media y baja.

Las investigaciones de Tyuleneva, han conducido a pensar que los Cayubaba, en las cercanías del Gran Lago (Rogaguado), está asentada la imaginativa y rica región del Paititi, incluso los planos de las épocas de las expediciones ambiciosas ubican a Mojos, como poseedora del gran lago con una isla inmensa, posible morada de los ancestrales habitantes de las planicies Mojeñas.

En Perú también se ha desarrollado otra leyenda sobre la historia de Inkarri que, después de haber fundado Q’ero y Cusco, se retiró a la selva de Pantiacolla a vivir el resto de sus días en la ciudad de Paititi. Esta leyenda se divulgó por el arqueólogo Oscar Núñez del Prado en 1955 después de un contacto que tuvo con la comunidad de nativos quechua hablantes en el pueblo de Q’ero (Cordillera de los Andes). Lo que más ha contribuido al conocimiento de la presunta existencia de Paititi son los petroglifos de Pusharo, estos extraños grabados habrían sido descubiertos en 1921 por el misionero dominico Vicente de Cenitagoya, hallándolos en una gigantesca roca que se acomoda a orillas del río Sinkibenia, afluyente del Madre de Dios en sus cabeceras, considerado sagrado por los indios Machiguengas. Más tarde, los petroglifos fueron observados por numerosos exploradores. Ya en 1970, el sacerdote y antropólogo Torrealba, fotografió y estudió los grabados. Muchos investigadores coinciden que los petroglifos no fueron hechos por los incas. Pusharo no es la única evidencia de una obra humana en las enmarañadas selvas de Madre de Dios.

Tales son las diversas interpretaciones periódicas de lo referido, a la existencia del Paititi que, incluso se ha anotado a su relación extraterrestre y de tal expresión es Francisco Sosa Mandrujano, en su libro “El PAITITI guiados por los extraterrestres”, hace un relato de su expedición a la ciudad Blanca, en las entrañas del Pusharo y su relación y comunicación esotérica con los miembros de la Hermandad Blanca, habitante en los recintos subterráneos en la misteriosa meseta de Pantiacolla, él dice; <solo narro las experiencias que viví junto a personas contactadas que, guiadas por los Guías extraterrestres, fuimos a la legendaria ciudad perdida de El Dorado en representación de la Humanidad>, esta zona forma parte de la cuenca del Madre de Dios.

Sabemos que, en 1997, el profesor Martti Pärssinen y el Doctor Ari Siiriäinen, profesor de arqueología de la Universidad de Helsinki, descubrieron una fortaleza incaica conocida por el nombre de Las Piedras, muy próxima a la ciudad de Riberalta, al norte de la región del Beni o de Mojos, y bastante cerca de los hallazgos de Ranzi en el Acre.

El hecho es que según esta leyenda del Paititi, en la confluencia del Madre de Dios y el Beni, que se suponía se prolongaba hasta el interior de la selva amazónica, había un imperio en el que se habían originado los incas, quienes a su vez habían fracasado más tarde en el intento de conquistar a sus supuestos antecesores.

Garcilaso de la Vega en su travesía a las tierras de “Musus o Mojos”, identifica a estas tierras entre los Ríos Mamoré y Beni, al sur de la Fortaleza de las Piedras, e indica que al norte de este territorio se encuentra en un lago grande (Rogaguado), que, se identifica con la legendaria “Tierra de Paititi”.

Mapa de Moxos año 1580. Autor desconocido.

El Conde de Castelar envió un cronista al Rey, en el que se indica la región de los ríos Madre de Dios, Beni, Mamoré y Madera y según este croquis, la región central del Imperio del Paititi se encontraría en la confluencia de los ríos Beni y Mamoré en zona que es boliviana. Pese a las numerosas expediciones realizadas por los españoles a la zona del supuesto imperio, nunca se llegó a encontrar indicios de su existencia. (Ver plano adjunto).

Las ambiciones de riquezas y ciudades fabulosas, no solo se enmarcan en nuestra tradición ancestral, hay también leyendas como el de las “Tres Tetillas”, originada en el encuentro de ricos filones de oro, en la selva norte de Cochabamba, en la región subandina, con la vecindad de los Yuracarés. Fue el indio Tomás Cuchallo, ex-dependiente de los Padres Jesuitas, quien dejó un derrotero y un mapa de las Tres Tetillas dibujado en un cuero de cabra. Fue este derrotero que llegó a manos de exploradores incluso contemporáneos, que se han aventurado a esa búsqueda, encontrando quizá socavones de minería, fue un grupo de exploradores, denominados “Los siete machos” que llegaron hasta allí, por los años 50 del siglo pasado, y frustrados dejaron una nota que los Mosetenes encontraron medio siglo después que decía «Aquí no hay ni Mi… Ca…».

El cerro de las tres Tetillas, subandina serranía del Tunari, en el transversal de Mosetenes, en la, en las llanuras de Monte Alto.

Cinco siglos atrás el oro empujaba a arriesgar las vidas de los conquistadores, en la actualidad, exploradores y aventureros se siguen arriesgando ya no por el oro, sino por la emoción y la gloria del descubrimiento; tal fue el caso de Lars Hafksjold, un antropólogo noruego que en 1997 desapareció en las aguas del río Madidi, otros más han sucumbido en esos afanes de buscar, la verdad sobre el Gran Tesoro del Paititi, nosotros en Moxos y la Amazonía boliviana, con el orgullo de nuestros ancestrales destinos, seguiremos indagando, no solo la vida precolombina y colonial.

Sin embargo, las leyendas referidas al Paititi, también se relacionan con los aspectos de un  análisis de pormenores sobre las posibilidades de falsedad de estas leyendas, puesto que los indígenas, aborígenes, habitantes americanos, no conocían los valores de los métales ricos y las piedras preciosas, no conocían su trascendencia económica, y no eran pueblos mineros, eran netamente agricultores y pescadores, por lo tanto, era imposible la existencia de ciudades y escondidos reinos de brillantes y amarillentos metales, solo la ambición y angurria de los conquistadores (¿?), pudieron crear esas ilusiones fortificadas de riquezas incalculables.

Esta apreciación y análisis de los orígenes del PAITITI, nos conducen a deducir que, por medio del cauce del Rio Madre de Dios y sus afluentes hubo una relación muy estrecha entre los habitantes de las zonas altas, con los habitantes de las zonas selváticas de la Amazonía, y que el actual Rio Beni, fue de una nominación primigenia como el Paititi.

Perseguir la ensoñación de El Dorado o Paitití trajo sus consecuencias. Jamás se descubrieron ciudades edificadas a base de oro y piedras preciosas. El elusivo Dorado sólo condujo a tierras pantanosas. Sus habitantes no eran hechos de oro, pero sirvieron para remunerar el desencanto de los españoles sedientos de poder.

Después de varias jornadas de exploración los españoles por fin pisaron la tierra de los mojos, donde no encontraron ni oro, ni piedras preciosas. Sólo dieron con una población indígena considerable que se convertiría en mano de obra al servicio del español.

(Massimo Livi Bacci, El Dorado en el pantano. Oro, esclavos y almas entre los Andes y la Amazonía, traducción de Bernardo Moreno Carrillo).

En los Llanos de Mojos, Beni, ciudad de la Santísima Trinidad, abril de 2022.

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