De la política al matrimonio, sobrevivimos gracias a un pacto colectivo de locura.
¿De qué otra manera podríamos tolerar promesas políticas incumplidas, matrimonios sostenidos en apariencias y una sociedad que hace de la resignación un arte? La locura, lejos de ser un mal, se ha convertido en el pegamento de nuestra vida colectiva.
El Elogio de la Locura de Erasmo de Rotterdam es una obra que, aunque escrita hace más de 500 años, resuena de forma inquietante en el mundo actual. En su sátira, Erasmo nos invita a reconocer cómo la locura, lejos de ser un defecto, es un componente fundamental del ser humano y la sociedad. Su visión nos lleva a reflexionar sobre la política, el matrimonio, la guerra y las relaciones sociales, mostrando cómo, en su aparente irracionalidad, la locura es el pegamento que mantiene unida a la humanidad. En la Bolivia actual, se cruzan ejemplos de nuestra realidad política, social y cultural con las críticas mordaces de Erasmo. En un país donde la política es una montaña rusa de emociones, las relaciones sociales están plagadas de contradicciones y las instituciones parecen desmoronarse, la locura de Erasmo parece más una guía para la vida contemporánea que una simple sátira.
La locura como estructura de poder
Erasmo plantea que la política, lejos de ser una actividad racional, está impregnada de locura. Los líderes, cegados por su sed de poder y gloria, son esclavos de su propia irracionalidad, y el pueblo, en su ceguera, los sigue con devoción. En Bolivia, esta idea se refleja claramente en el comportamiento de la clase política, donde las promesas de cambio y progreso a menudo se disuelven en un mar de populismo y confrontación. Los líderes de diversas tendencias, desde Evo Morales pasando por Jeanine Áñez, Luis Arce Catacora y, ahora, Edmand Lara han capitalizado los discursos que alimentan la esperanza popular, aunque sus acciones posteriores demuestren una desconexión con la realidad social.
El juego político boliviano está marcado por la polarización extrema, donde las alianzas y enemistades cambian con la misma rapidez con la que se convocan protestas y paros. En este contexto, la política se convierte en un espectáculo caótico, un teatro donde la locura no solo es bienvenida, sino necesaria para mantener la atención de las masas. Los ciudadanos, atrapados entre promesas de cambio y acusaciones de corrupción, parecen participar de una especie de locura colectiva, donde la estabilidad es siempre una ilusión lejana. Lo que Erasmo describe como una irracionalidad inherente a los líderes políticos se vive día a día en Bolivia, donde las tensiones entre oficialismo y oposición convierten la gobernabilidad en una constante lucha por el poder.
La inestabilidad política que ha caracterizado a Bolivia en los últimos años —desde las protestas contra las reelecciones presidenciales hasta las crisis postelectorales— es un ejemplo claro de cómo la locura en la política no es un accidente, sino un rasgo esencial. Como Erasmo sugiere, el poder nunca se ejerce de forma completamente racional. La política boliviana, plagada de conflictos y contradicciones, parece encarnar perfectamente la visión de Erasmo, donde los líderes se mueven no por la razón, sino por una ambición ciega que, irónicamente, es compartida por quienes los apoyan.
Matrimonio y sociedad – locura como base de las relaciones humanas
En el capítulo sobre el matrimonio, Erasmo ironiza sobre cómo este acuerdo entre dos personas solo es posible mediante una forma de ceguera mutua. Ningún matrimonio, dado, sobreviviría si ambas partes fueran completamente conscientes de los defectos del otro. Este «pacto de locura», donde se aceptan las imperfecciones para preservar la convivencia, es aplicable no solo al ámbito matrimonial, sino también a las relaciones sociales más amplias en Bolivia. La sociedad boliviana, estructurada en base a tradiciones conservadoras, acepta contradicciones profundas en el hogar y en la comunidad, con una lógica de apariencias que oculta la disfuncionalidad de muchas dinámicas.
En este contexto, el machismo, la infidelidad y las expectativas de género rígidos conviven con el discurso de la unidad familiar y la estabilidad matrimonial. Las mujeres son vistas como pilares del hogar, mientras que los hombres «tienen sus cosas», una justificación para conductas inaceptables que se toleran en nombre de la estabilidad social. Es una locura silenciosa que sostiene la estructura familiar, una estructura que se tambalea pero que rara vez se cuestiona abiertamente. Así como en el matrimonio, las relaciones sociales en Bolivia parecen estar construidas sobre una aceptación tácita de la irracionalidad, donde se eligen las batallas y se ignoran los defectos para mantener la armonía aparente.
Erasmo estaría fascinado con cómo esta lógica se manifiesta también en el plano más amplio de la sociedad. Los ciudadanos conviven con un Estado que, a menudo, no responde a sus necesidades. Las instituciones públicas, marcadas por la corrupción y la ineficiencia, son aceptadas con una especie de resignación colectiva, una locura social que permite a los bolivianos seguir adelante a pesar de la disfuncionalidad evidente. Es un pacto similar al del matrimonio, donde todos saben que el sistema está roto, pero prefieren hacer la vista gorda, porque enfrentarse a esa realidad sería mucho más caótica.
La guerra y el caos – la locura como causa de conflictos
Erasmo plantea que la guerra es la forma más extrema de locura humana, una locura que surge del orgullo, el odio y la ambición. Aunque Bolivia no enfrenta una guerra tradicional, su historia reciente está marcada por una serie de conflictos sociales y políticos que pueden interpretarse como manifestaciones de esta irracionalidad que describe Erasmo. Las guerras del gas y el agua, las protestas por la distribución de los recursos naturales y las constantes disputas entre regiones son ejemplos de cómo el deseo de poder y control lleva a la sociedad boliviana al borde del caos.
Las tensiones entre la industrialización y la conservación de los recursos naturales, especialmente en el caso del litio, son una manifestación moderna de esta locura. En Bolivia, la explotación de los recursos se presenta como la clave para el desarrollo, pero al mismo tiempo, las comunidades indígenas y rurales luchan por proteger su tierra y su modo de vida. El conflicto entre el crecimiento económico y la preservación ambiental refleja esa contradicción que Erasmo señalaba: la locura de querer dominar la naturaleza y los recursos, incluso cuando ese dominio pone en riesgo el futuro de la humanidad misma.
Las tensiones entre oriente y occidente en Bolivia, la lucha por el control de los recursos y las disputas sobre la identidad nacional son otras manifestaciones de esta irracionalidad que impulsa el conflicto. Como en las guerras que Erasmo describe, la violencia y el enfrentamiento no son necesariamente racionales, sino impulsados por emociones primitivas y la búsqueda de control. Bolivia, atrapada en estas disputas internas, sigue una dinámica de conflicto que, aunque no es bélica en el sentido tradicional, refleja la misma locura destructiva que Erasmo criticaba en su tiempo.
Creer para ser feliz – la felicidad y la auto ilusión
Erasmo afirma que, para ser feliz, solo hace falta convencerse de que uno lo es. Esta idea se refleja claramente en la cultura del éxito rápido que se ha instalado en Bolivia, especialmente en las redes sociales, donde la felicidad y el bienestar se presentan como algo que puede ser alcanzado con esfuerzo y fe. La auto ilusión es la clave, no solo para la felicidad individual, sino también para la estabilidad colectiva. En una sociedad que enfrenta desafíos económicos y políticos, la creencia de que «todo va a estar bien» se convierte en una forma de supervivencia.
El fenómeno de las redes sociales ha exacerbado esta locura de la felicidad. Los influencers, con sus vidas aparentemente perfectas, venden la idea de que el éxito está al alcance de todos, y que la clave es simplemente «creer en uno mismo». Esta narrativa, aunque atractiva, oculta la complejidad de la realidad boliviana, donde la informalidad laboral es alta y las oportunidades de progreso son limitadas. Aun así, la creencia en el sueño del emprendedor o del éxito rápido persiste, alimentada por la ilusión de felicidad que Erasmo tan bien describió.
En el ámbito político, esta locura también se manifiesta. Los ciudadanos son constantemente bombardeados con mensajes de que las cosas están mejorando, de que el país avanza en la dirección correcta. Aunque los indicadores económicos y sociales a menudo contradicen estos discursos optimistas, la ilusión de progreso es suficiente para muchos. La felicidad, como dice Erasmo, no está en lo que se tiene, sino en lo que se cree tener. Esta auto ilusión es, de cierto modo, una forma de resistencia frente a una realidad difícil.
La locura en las relaciones sociales: ¿un mal necesario?
Erasmo plantea que las relaciones sociales, para funcionar, deben estar impregnadas de una cierta dosis de locura. Sin esta locura, la convivencia sería imposible, ya que las tensiones y los conflictos propios de cualquier sociedad serían insostenibles. En Bolivia, esta locura social se manifiesta en la forma en que los ciudadanos interactúan con el Estado y las instituciones. Aunque se sabe que la corrupción es un problema profundo, pocos están dispuestos a enfrentarse a esta realidad de manera radical, prefiriendo mantener el statu quo.
En este sentido, la locura social en Bolivia puede interpretarse como una aceptación tácita de la disfuncionalidad. El ciudadano común sabe que los sistemas judiciales, educativos y de salud no funcionan como deberían, pero esta locura compartida permite que la vida siga su curso. Las protestas y los reclamos son constantes, pero también lo es la resignación a un sistema que parece irremediable. Al igual que en las relaciones personales, las fallas y defectos del sistema se toleran porque enfrentarlos de manera frontal sería más doloroso que vivir con ellos.
Este «pacto de locura» también se extiende a las relaciones entre regiones, entre el campo y la ciudad, y entre los diferentes grupos étnicos que componen el país. La diversidad cultural de Bolivia, aunque rica, está llena de tensiones que podrían fracturar la sociedad. Sin embargo, la locura de la convivencia permite que estas tensiones se mantengan bajo control, al menos en la superficie. En el fondo, todos saben que estas relaciones son frágiles, pero la locura colectiva de ignorar las diferencias hace que la convivencia sea posible.
La locura como motor de la historia
Al final, El Elogio de la Locura nos deja con una verdad incómoda: la locura, lejos de ser un defecto, es una parte esencial de lo que somos como seres humanos. En Bolivia, como en cualquier otro lugar, esta locura se manifiesta en la política, en las relaciones sociales, en el matrimonio y en los conflictos. Es una locura que, en muchos casos, nos permite sobrevivir a las contradicciones y desafíos de la vida moderna. Lejos de ser un problema, la locura es, en muchos casos, una estrategia de adaptación, un mecanismo que nos permite seguir adelante cuando la razón nos fallaría.
En este sentido, quizás deberíamos, como sugiere Erasmo, aprender a aceptar la locura como una parte necesaria de nuestra realidad. En un mundo donde la razón parece insuficiente para explicar los conflictos, las injusticias y las crisis que enfrentamos, la locura puede ser una forma de enfrentar lo incomprensible. Y tal vez, como Erasmo lo plantea, aceptar nuestra propia locura sea la forma más sensata de vivir en un mundo que, al fin y al cabo, siempre ha estado un poco loco.