Desde la diversidad hay que reconstruir el mundo. La tarea no es fácil. Andamos demasiado tensos. Así no se puede conversar para converger posturas. Tampoco es cuestión de desistir por muy problemáticas que sean las situaciones. Se trata de no renunciar al encuentro de nadie y de poner en valor la dignidad, la igualdad y los derechos humanos, sin exclusión alguna. En efecto, algunas culturas son muy cerradas y comprender sus ideas, pensamientos y vivencias, nos puede resultar bastante complicado, pero hay que perder el miedo y tender la mano siempre. Estamos predestinados a entendernos, a formar sociedad trabajando juntos, bajo las verdaderas columnas del respeto y la comprensión, de la verdad y la libertad; lo que nos exige a todos un compromiso de generosidad, fruto del amor hacia nuestros análogos. Llegado a este punto, pienso, que las organizaciones internacionales tienen que ser más eficientes, más enfocadas a la gente y menos burócratas, más transparentes y más humanas. Ellas, indudablemente, han de ser el referente del cambio.
Dicho lo cual, hemos de reconocer que las influencias actuales son más bien desastrosas ante la pérdida de toda moral. La acción de los poderosos constantemente es interesada, cuando debiera ser de servicio. De ahí lo importante que es reorganizarse socialmente, con renovadas acciones, más éticas y menos especulativas, sin la terrible carga de odio y rencor que mucha humanidad acumula, a causa de tanta injusticia sufrida a pie de obra. Para desgracia nuestra, también nos acecha una potente tendencia ideológica que nos divide en lugar de unirnos. En ocasiones, olvidamos que las ideologías cierran el corazón a la sensatez, lo confunden todo y lo embadurnan de desconfianza. La consecuencia de esta maldad nos la encontramos en cualquier esquina, sólo hay que mirar y ver, como del fanatismo a la barbarie media un paso y poco más. Es importante, pues, ocuparse y preocuparse conjuntamente los unos de los otros. Sólo así podremos vivir armónicamente y con idénticas posibilidades. Ahora bien, conseguir ese pensamiento libre en el momento presente puede resultarnos dificultoso, pero no es imposible, porque aunque el espíritu democrático muchas veces está corrupto y secuestrado, nuestra conciencia al fin nos delata y nos despierta.
El mundo que no ha nacido, ni acabará con nosotros, merece organizarse para todos, no únicamente para un sector de moradores privilegiados, los que perennemente suelen llevarse las glorias, mientras los débiles el fracaso. Por eso, es una noticia esperanzadora, que modifica actitudes pasivas de otro tiempo, que el Pacto Mundial para la Migración sea la prioridad de la Asamblea General de Naciones Unidas para 2018. “La gestión de la migración es uno de los factores que, en el momento actual, ponen a prueba con mayor urgencia y repercusión la cooperación internacional,” dice António Guterres en el informe “Conseguir que la migración funcione para todos”. Por cierto, ese documento es la contribución del Secretario General de la ONU al proceso, ofreciendo su visión para una cooperación internacional constructiva.
En la actualidad, tenemos 258 millones de migrantes en todo el mundo: un 48% más que en el año 2000. El cambio climático, el crecimiento de población y las crisis económicas probablemente harán aumentar estos niveles, con un mayor riesgo de movimientos masivos de personas en situación vulnerable. Ante esta realidad, no sólo hemos de renacer hacia otras atmósferas más humanistas, también tenemos que rehacer ese mundo perdido, esclavizado como jamás, que debe salir a reencontrarse con lo auténtico.
Nos alegra, por ende, que en algunos países, y después de vivir fuertes contiendas, se dispongan a enmendarse como sociedades democráticas inspiradas en la justicia social. Ciertamente, este es el camino para poder hermanarse. De lo contrario, una sociedad que se asienta en bases falsas, difícilmente va a poder sobrevivir en el tiempo. Tal vez sea el momento de experimentar la cercanía entre sentimientos y culturas. Es la mejor manera de crecer como especie pensante. Lo importante es no dejar de auxiliarse. Pensemos que somos parte de un todo, y al igual que un poema es la unión de palabras que uno no pudo imaginar juntarlas, pero que una vez acompasadas y acompañadas forman algo así como un misterio que nos emociona, también nosotros en genuina comunión somos esa mística imperecedera que nos inquieta y fraterniza.