Ser libre es ser un guerrero
Hernán Cabrera M.
¿Por qué miedo? ¿A la libertad? ¿O el valor de elegir cada día que pasa, cada minuto que vive? Toda su vida es una permanente, continua e inevitable elección. Elija para bien o para mal, pero elige. Pero siempre le ronda un miedo, una picazón interna y una zozobra espiritual. El miedo a la libertad es uno de esos miedos más difíciles de superar y encararlo. Claro que sí, su vida es un acto de elección, o qué otra cosa puede significar, pues desde que se despierta está entre dos opciones: o se queda en la cama, acostado, sin hacer nada, pensando, divagando, calculando, soñando, esperando, durmiendo, o se levanta, se lava, va al baño, hace sus necesidades, se arregla, toma un poco de leche y emprende el camino al trabajo, a la universidad, la fábrica, la reunión con los amigos, la calle; en fin, se pone en movimiento, en actividad. No está muerto ni vencido. Inevitablemente tiene que tomar decisiones, no puede evadirse, no puede no elegir. Aunque no elija, otros lo harán por usted, y es mejor que se apresure por la primera opción.
Incluso vivir o morir es un duelo entre la elección y la no elección. Ernest Hemingway, ese escritor inmenso, decidió y eligió destrozarse el cráneo con un tiro de escopeta, y lo hizo mirando al mar desde una isla cubana. Decidió su propia muerte. Y usted elige vivir, entonces se aparta de la muerte, se aleja, pero en cualquier momento esa muerte lo puede agarrar y quedarse con usted. No espere que la muerte ronde su cabeza e ingrese a su casa, de veras, no espere ese desenlace. La muerte no puede elegir por usted. Usted tiene que elegir su muerte.
Como ve, nada se escapa o no se puede escapar a esa capacidad innata y profundamente humana, de la que Georges Perec decía: “El problema de la elección, el problema de la vida entera”. Es tan cierto que una infinidad de libros, ensayos y teorías, se han escrito sobre esta dimensión del ser humano. Esa libertad que le permite, querido lector, apersonarse a estas páginas, repasarlas, leerlas y compartirlas con alguien cercano a usted. Ser libre es ser un guerrero.
Sin duda, uno de los principales problemas del planeta tierra es que hombres y mujeres tienen miedo a ejercer y practicar su libertad, en cuanto instrumento que sirve y debe servir para una dinámica convivencia, que lleve, a la vez, a una relación dialéctica en la perspectiva de superar etapas conflictivas y llegar a conclusiones o intenciones para encarar procesos personales y grupales de mejoramiento en la producción y en la calidad de vida de cada uno. Incluso, la Constitución Política garantiza la libertad de toda persona en todos los sentidos: opinar, expresarse, caminar, trabajar, circular, beber, etc.
Este miedo a ser libres, a la vez, produce un caparazón y un aislamiento que se lo asocia a la creación de islas dentro de un mismo espacio. Estas islas buscan consolidarse de forma peligrosa. Islas que en muchas ocasiones se han convertido en caldo de cultivo para el suicidio, las enfermedades, la locura, las depresiones. No hay por qué afincarse en estas islas, hay que dejarlas para el ancho y profundo mar. En definitiva, para hacerse daño, cada uno con su estilo y sus mundos de conflictos. En ello hay elecciones erróneas que nos pueden hundir un poco. Pero el no elegir puede resultar en muchas ocasiones más fatal y contraproducente para las personas. Lo que pasa es que estamos condenados para la libertad, no hay salida ni remedios ni terceras salidas o alternativas. Hay que transitar por los caminos de la libertad, así nos lo recuerda el filósofo francés Jean Paul Sartre: “Ser libre es estar condenado a ser libre”.
Aunque la única y la tremenda elección que hizo el terco y salvaje capitán Ahab, protagonista de Moby Dick, empecinado en dar caza a la ballena blanca, significara para él sacrificar su propia vida y la de sus colaboradores. Quizás, acá se refleja el trasponer ese miedo a la elección, y lea esto, la arenga del capitán Ahab, cuando comparte su decisión irrebatible: “¡Cualquier cosa menos abandonar! ¡Para eso os habéis enrolado, marineros, para tratar de dar caza a esa ballena blanca por todo el mundo, por toda la tierra, hasta que arroje su negra sangre y flote panza arriba! ¿Qué decís a eso, marineros? ¿Me echaréis una mano para llevar a cabo esta tarea? Porque creo que tenéis coraje…”.
¿Cómo entender este miedo a la libertad? ¿En qué consiste la libertad? ¿Cómo se come esto y para qué sirve la libertad? ¿El hecho de elegir lo hace libre y cómo? ¿No somos esclavos de nuestras propias decisiones y de la sociedad en la que vivimos? ¿La libertad es un derecho real que lo puedo usar a mi antojo? ¿Mi libertad está por encima del derecho de los demás? ¿Dónde empieza y dónde termina mi libertad, su libertad? ¡Viva la libertad!, pero ¿a qué precio? ¿La libertad se la construye, se la hereda, se la consigue o nos la regalan? ¿Soy capaz de responder a los grandes desafíos que la palabra libertad nos pone en el camino? ¿Libertad, para qué, para gritar, hablar, opinar, amar, viajar, ser, comer, hacer de su vida lo que quiera? ¿Mi libertad tiene precio y a cuánto puede llegar?
Podríamos hacer muchas preguntas, y quizás la mayoría sin respuestas claras, contundentes, pero sí con pautas y dudas que nos ayudarán en gran medida a sentirnos más libres, más humanos, más partícipes, más de la sociedad. Olvidaba decir que las respuestas cada uno también se las tiene que ir construyendo, porque de lo que se trata es de navegar en medio de los grandes océanos que rodean la tierra. Y, en este navegar, la filosofía es un buen barco, como también un puerto sólido al que tendríamos que alcanzar antes de perdernos en la inmensidad de los océanos y las soledades, o pretender alcanzar las estrellas, sin haber pisado tierra firme.
Hernán Cabrera M. es Periodista y Lic. en Filosofía