Esta semana el Gobierno derrochó llamados a la paz, como si la violencia fuera fruto solo de mentes infernales que se desatan en su contra. Por eso preferí incidir aquí en el odioso hábito de atender más las acciones y la lógica que revelan, que las palabras.
Porque este Gobierno es como un águila alerta a la paja en el ojo ajeno, pero con las vigas en el suyo es lerdo como una babosa en sequía. Y no es por falta de oftalmólogo para corregir su presbicia. Este mal es ya un defecto ocular del régimen por la edad avanzada, la rigidez del cristalino y la imposibilidad de ver con claridad los objetos próximos, como enseña un diccionario en internet.
No me concentro por eso en la palabrería oficial ni en las alucinaciones (imágenes que se cree ver, pero no existen), como las de sobrevolar Vietnam, según afirmaciones del ministro que efectivamente no está para llamar a la paz, sino para “administrar rigores”, si improviso una expresión políticamente correcta.
Sólo como digresión, si de alucinar se trata, es ideal hacerlo desde el Sputnik, casual y decidor nombre del portal de noticias que obtuvo esas declaraciones, en las cuales donde decía Bolivia, el ministro leyó Vietnam. Esa involuntaria metáfora viene al pelo, pues es más grato y menos expuesto ver lo que ocurre en Vietnam -alegoría de la guerra- desde el Sputnik, a salvo mientras otros ponen la sangre.
También elegí pasar por alto a los críticos del ministro Quintana ahora, cuando se puede jugar a la bravura con réditos, pero que, vaya problema, gobernaron con él o convalidaron sus acciones antes, sin decir “mu” ni proferir un mea culpa, así fuera en voz baja. Pero tampoco me dedico a esa cacería; las brujas no son mi especialidad y hay una tropa a la espera de que se abra la temporada de caza para indagar quién festejó qué estos 14 años y cuál cruz le tocará.
El Gobierno acusa a la oposición como si no fuera sobre todo suya la responsabilidad de atizar, irradiar y detonar la violencia. Como si las necedades del Tribunal Electoral le fueran ajenas; como si desatender el descontento, la ansiedad y el miedo de una sustancial porción de la sociedad, hoy la mayoría, pudiera hacerse de modo persistente, con desprecio, arrogancia, sorna, perdonando vidas; esperando, además, con santa ingenuidad, que la caldera no hierva. Y a eso le llaman ojo político.
La publicidad y las intervenciones de los pocos portavoces del Gobierno (que tiene sed de analistas que lo escuden) escogen imágenes en las cuales sufren sus adherentes, pero eluden profusos videos de palizas a ciudadanos en protesta (recuerdo en especial uno de la zona de San Jorge de La Paz), para no hablar de los tres muertos de filas contrarias al régimen. Es una fe incauta en que todo es interpretación y que por eso todo es tragable. Un periodista de ERBOL ocupado en la verdad, no en el lucimiento, se lo hizo notar al Vice en una conferencia de prensa, el jueves. El Vice no le respondió directamente. Y a eso le llaman ojo político.
Disciplinar a patadas la protesta callejera con civiles movilizados es una práctica que en Bolivia fue episódica, con las “ovejas de Achacachi”, las milicias movimientistas o los ucureños barrientistas. Pero se trataba de una sociedad minoritariamente urbana, sin la complejidad de la actual, acostumbrada ya a prerrogativas mínimas que el Gobierno reputa mecánicamente, con gravísima incuria, desdeñables. Se incendia el ánimo y se profundiza más el pánico porque buena parte de la audiencia cabreada lee encima esos métodos como anticipo de prácticas caribeñas, aunque el Gobierno no muestre aún todos sus dientes. Cuando le convendría amainar el fuego, el MAS encarga gasolina, sin ojo.
Son pues las faenas oficiales el motor más eficiente del enardecimiento, del que lucran -incluso si el MAS se impusiera a sangre y fuego, pagando un alto precio- sus enemigos jurados; los únicos, por otra parte, que ya le plantean la disputa en los términos crudos que hasta ahora fueron su monopolio. ¿Ojo político?, no creo che. Son más las astillas que el ojo.
Gonzalo Mendieta Romero es abogado.