Hace pocos días Hugo José Suárez presentó un nuevo libro. El Diario de La Paz. Apuntes de un retorno, fue concebido como trillizo, pero nació hijo único. El autor intentó continuar un parto múltiple de sociologías vagabundas, como las que habían nacido en Nueva York y luego en París, pero no le fue posible. En aquellas ciudades, el sociólogo pudo palpar lo ajeno y traducir su asombro en letras. Esta vez, el vagabundeo no era errático. Lo esencial no le era nuevo. Este es un diario creado desde una cotidianidad muy próxima que cuenta lo vivido, pensado, sentido y recordado por su autor desde un entorno naturalmente suyo.
El autor recaló temporalmente, mientras duraba su año sabático el 2021, en su ciudad, La Paz. Que había dejado décadas antes para zambullirse en la ciudad más latinoamericana del planeta: Ciudad de México. Una mudanza que puedo descifrar desde mi experiencia, aunque en proporciones más extremas y de modo inverso. Nací en el entonces DF y ahí crecí, hasta que tocó llegar a Sucre (sin conocer siquiera Bolivia, ni tener vínculo alguno más que el que habíamos construido con mi padrastro, Cayetano Llobet).
Uso el diario como coartada para esta columna. Eludiré hablar sobre los sucesos personales relatados por Suárez durante aquella estadía paceña; y de sus miedos persistentes al Covid19, que forman un hilo fantasma que atraviesa toda la obra. Y me concentraré en sus pensamientos políticos y alguno que otro yerro ideológico.
A sus comienzos, Hugo José apostó su corazón al “proceso de cambio”. El desengaño, recuerda en este diario, llegó pronto, cuando notó que sus líderes “comenzaban a superponer las ansias de poder a las ideas, y el autoritarismo empezaba a asomarse”. En ese momento -dice él- perdió la virginidad política.
Luego, ya todo fueron frustraciones. Su alusión a George Orwell y la comparación de las transformaciones ideológicas en Bolivia con Rebelión en la granja, son una reafirmación de su desazón. Adivino una congoja similar con AMLO en México. Quizás pensando en esta Bolivia, el autor vuelve a Orwell para ocupar la siguiente sentencia: “lo que vi en España y lo que he visto con posterioridad del funcionamiento de los partidos políticos de izquierdas me han inoculado el horror por la política”.
Aunque la política “lo aturde”, Hugo José Suárez es boliviano. De modo que no puede liberarse de ella. Y como el resto de quienes, como sanguijuelas curativas, nos pegamos a la radio, la televisión o las redes sociales, para chupar todo lo que sepa a política, él la siente, la sufre (más que nada), y termina escribiéndola.
Entre las cosas que -cuenta Hugo José Suárez- desempolvó a su llegada a La Paz, se hallaban unas camisetas de sus años de encantamiento: un par del EZLN (que delataban su devoción por la causa insurgente del Subcomandante Marcos en Chiapas); una de Lula (que quizás vuelva a ponerse luego de los resultados del domingo pasado); y otra de la asociación Madres de Plaza de Mayo (que conmocionan hasta las lágrimas en la reciente película de Ricardo Darín, “Argentina 1985”, pero por quienes no podemos ya sentir tanto respeto). Hugo José desencajonó también botones de Cuba y el Che. Símbolos que ya sin su brillo original, se ven algo truchos.
En otra entrada a su diario, encontramos citas que nos servirían por estos lados. Gabriel Zaid anota que: “México es un país donde el radicalismo aumenta con los ingresos: donde los pobres son conservadores y los progresistas no son pobres”. Si hacemos estadísticas, veremos que el progresismo no es muy pobre en ninguna parte.
Pero Suárez no escribe solo de sus chascos con la izquierda que dejó de ser; sino con la que ahora es. Una izquierda que se posa en un estadio moralmente superior y que desde ahí se apropia de ciertas causas. Ya en nombre (no en ejercicio) de esas buenas causas, emprende luchas de poder disfrazadas de cruzadas por una justicia social, ambiental o feminista… Para ello, este progresismo goza de buenos auspicios, de los que renta económica y políticamente.
Aquí se vuelve oportuno abrirle comillas de nuevo a Gabriel Zaid (como lo hace Hugo José en su texto): “La izquierda se concibe a sí misma como fuente de pureza, como moralmente superior: La palabra izquierda se usa como la palabra decente, y quiere decir aproximadamente lo mismo (lo debido, lo conveniente)…Se dice: soy decente; más aún: soy la mismísima decencia. La indecencia (como la derecha, como el infierno) son los otros.”
Zaid olvida advertir que, como dirían sus paisanos, no todos nos vamos con esa finta. Ya ni siquiera sociólogos de buena fe, como el autor del libro que hoy comento.