Hace demasiado tiempo (soy un malagradecido) recibí un ejemplar de la novela de Gonzalo Lema “Que te vaya como mereces” (2017, Roca Editorial), publicada en España porque allí recibió el Premio L’H Confidencial de Novela Negra. Tenía su lectura pendiente en la columna de libros “urgentes”, intrigado por el clip blanco con el que llegó, que retenía de la página 85 a la 92. Ello me permitía fabular que quizás en ese pliego estaba la clave de la novela o una pista que yo debía seguir para adelantarme a las pesquisas del detective cochabambino Santiago Blanco (blanco como el clip, coincidencia).
Si acaso había en esas páginas un mensaje secreto, no logré descubrirlo, pero disfruté la novela de principio a fin. No soy amigo de la grandilocuencia y no suelo prodigarme en elogios, pero creo sinceramente que Gonzalo Lema es uno de nuestros mejores escritores, y que si viviera en España tendría el reconocimiento “que se merece” (parafraseando el título de la novela), es decir, el de un sólido narrador de la lengua castellana, porque lo es y no tiene nada que envidiarle a nombres más conocidos.
Me cautiva su lenguaje que fluye sin pretensiones de refinamiento, pero con una fuerza y una profundidad que hace injusta la clasificación de su obra en la categoría de novela negra, género por lo general considerado secundario, aunque grandes maestros lo hayan cultivado. Con 16 novelas y 10 libros de relatos, Gonzalo Lema es el principal novelista boliviano de la generación nacida después de 1950.
Para quienes no están familiarizados con la extensa obra narrativa de Gonzalo, es importante comenzar señalando que el personaje de esta novela es, una vez más, el detective Santiago Blanco: cochabambino (punateño), gordo y desaliñado, empobrecido por las elecciones que hizo en su vida. Calza abarcas en el edificio Uribe, donde sobrevive como portero, es leal con sus amigos, sentimental y vulnerable con las mujeres, feroz con los corruptos, perspicaz sabueso que sabe adoptar las causas justas aunque su vida penda de un hilo. Blanco se cultiva sobre el retrete, leyendo suplementos culturales que luego usa literalmente para limpiarse: “la crítica de la crítica”, es uno de los rasgos geniales de este personaje.
No se trata de un detective atemporal sino todo lo contrario: está anclado en un lugar y en un periodo político concreto. Lo que podría restarle universalidad, más bien se la otorga. Las referencias que pueden escapar al lector no-boliviano (o al boliviano sin memoria), son múltiples: Daniel Salamanca, la UDP, Siles Zuazo, alasitas, Barrientos, el Che, Villamontes, Punata, Chicaloma, etc. El argumento de la novela transcurre en tiempos de Evo Morales y describe sin disimulo la masacre en el Hotel Las Américas, el asesinato de Hanalí Huaycho (Analí Luján, en la novela) por su marido el teniente Clavijo (Castelli), y todo el entramado político alrededor.
No es poca cosa abordar un tema escabroso que ha servido de instrumento de manipulación durante años, y que no verá la luz mientras permanezca el MAS en el poder. La astucia “negra” practicada desde lo más alto del gobierno sobrepasa la imaginación más febril, y sin embargo el hilo del ovillo que desenvuelve Santiago Blanco a lo largo de su investigación, se apega a aquello que se ha descubierto (y encubierto).
Los personajes son entrañables, particularmente los que habitan en los siete pisos del edificio Uribe, en uno de cuyos pilares yace el cuerpo de un albañil que sabía demasiado. Planta por planta el detective-portero se ocupa sinceramente del bienestar de los inquilinos del coronel Uribe: Margarita, que atiende la Farmacia en la planta baja, la chapaca Liliana Wenninger (la viuda negra), la señora Lobo que lee el presente y el futuro en las cartas, el bondadoso Hare Krishna y el actor de teatro, entre otros. Fuera del edificio, su amigo Abrelatas, el ex maleante convertido en mozo, cuyo hijo fallecido se convierte en uno de los protagonistas. También está la voluminosa e insaciable fiscal Margot Talavera, el negro Lindomar Preciado Angola, y Gladis, la eterna novia. Como si quisiera poner a prueba a los lectores, el narrador se incluye como personaje, con nombre y apellido, una sola vez en la página 199. Cada personaje y cada situación es descrita magistralmente, de modo que el lector traslada (sin querer queriendo) esas imágenes a una película mientras avanza en el relato.
Hay muchos más personajes en este fresco cochabambino. Blanco visita el mercado con frecuencia y hambre insaciable y nos hace sentir los olores y el espesor de la comida valluna, mientras interactúa con personajes que contribuyen a levantar el velo del misterio: el lector descubre poco a poco las conexiones, que no eran obvias al principio, entre los personajes y el caso que investiga Blanco por su cuenta, sin que nadie le pague para hacerlo, solo por lealtad.
Los diálogos son magníficos y faltaría espacio para las citas textuales. La densidad argumental se entreteje con el fino humor que recorre todas las páginas, de manera que cuesta dejar a un lado el libro, del que uno disfruta cada página, sobre todo si uno es lector lento, como yo.
Desde niño me gustó la literatura policial. En mi tierna adolescencia empecé (además de Salgari), con Enid Blyton y luego me zampé los más de 100 títulos de Agatha Christie (entre novelas y colecciones de cuentos), generalmente de una sola sentada, y seguí con Rex Stout, Erle Stanley Gardner, Chandler, Hammet, Simenon…
He vuelto a encontrar con Gonzalo Lema el placer de devorar misterios.