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El bosque

Homenaje al gran vate cruceño en el centenario de su nacimiento.
Y al bicentenario del grito libertario de Santa Cruz de la Sierra.

Raúl Otero Reiche

Angélica Guzmán Reque

PEN Santa Cruz

Un mundo paralelo construido con palabras de un poeta luminoso, como fue   Raúl Otero Reiche un poeta faro que ilumina la noche de los crepúsculos, dándonos el significado de esa selva indómita que nos acoge a todos los que nos gloriamos de vivir bajo su seno. Para el poeta es como las ciudades donde, al igual que la arboleda gigantesca se yergue presurosa, “Ciudades de la selva. / Yo admiro sus palacios de frágiles columnas” , que se yerguen como ciudades de altos edificios, ventanales de miles de ojos, el viento lo descubre con ramas de hojas que simulan ser ojos curiosos que enarbolan el sentir energético de vírgenes variadas de amor en la natura. “La bóveda incrustada de rara pedrería fulgura temblorosa” Reflexiones muy similares en la expresión del poeta y filósofo José Ortega y Gasset, “Los árboles no nos dejan ver el bosque” en esa diferencia que existe entre lo que está presente y, también está ausente, entre lo superficial y lo profundo. Cuando el filósofo expresa: “No advierten que es a lo profundo esencial el ocultarse detrás de la superficie y presentarse sólo a través de ella, latiendo bajo ella.”

El bosque es bravura, es fuerza, es valor y entereza, “Una señal tan solo rompería sus fuerzas, al borde la pampa” pero, también es lucha y no sólo contra las inclemencias del tiempo, sino contra las fuerzas humanas que quieren avallarla, una lucha tenebrosa, escondida, detrás de lo superficial, porque se niegan a reconocer la profundidad de su significado, del valor de su existencia, niegan la claridad de las especies porque brillan por su realidad de energía de vida. “Sus brazos formidables se estrechan retorcidos / en luchas pavorosas” porque solo advierten la claridad de lo superficial, incapaces de sentir ese latido que es como un grito de su existencia celestial.

Otero Reiche, como poeta expresa sensaciones de amor por su tierra, por la admiración que le produce la grandiosidad que representa el bosque en su plenitud, “Todo es potencia y ritmo, voracidad y hartazgo. Se ve nacer. / se ve morir / Ceniza de jaguares fecundan protoplasmas / de flores nunca vistas” Jamás se imaginó que, aquella grandiosidad que él proclama podría despertar ambiciones de otros ojos, de aquellos que vieron solo lo verde de la riqueza natural como beneficio personal y la empezó a destruir.  “Enormes boas digieren el pájaro de oro. / La mosca negra zumba junto a la mariposa/ de cristalino vuelo. Palpitan en el aire mil trémulas escalas/ de temblorosos átomos

El bosque, es tan pronto nacimiento y muerte, es voracidad porque todo lo engulle, siendo, al mismo tiempo renacer del polen que revive. En ella conviven la belleza efímera, como la eternidad voraz, la mariposa y la boa, dos seres que emergen sempiternos brillan en un instante, y luego desaparecen, como queriendo renacer lo efímero y lo eternal. “Del pútrido esqueleto se elevan lentamente / purificados, leves, etéreos, incorpóreos, /quebrándose en el prisma del aire humedecido, / mezclados en perfumes, alientos y colores. /” Aquello que no se ve, eso profundo que se muestra como lo superficial, aquello que brilla, como la luz de las luciérnagas que tan pronto está, como se esconde, Esa visión que tiene mucho de celestial, pero también de humano. Ese mundo que asombra en su capacidad de maldad, y apoderarse del bien, en su capacidad destructiva e hiriente que avanza y no le importan el llanto de los niños, el croar de las ranas, el zumbar de los insectos y destruye y avanza indiferente e impasiblemente avasallando al débil, hasta acabar con ellos. “Animarán la sangre bullente de las fieras / con nuevo ardor vesánico, / surgiendo en nuevas formas / y en nuevas emociones, /que lo que ayer fue lirio será rencor ahora.”

Como un prestidigitador de la palabra advierte el cambio natural, de aquello que no siempre tiene vigor eterno, pero es simiente, y origen de algo nuevo, diferente, no todo permanece eternamente, el destino, la mente humana se transforma, para bien o para mal, “Se labra, se rotura, se escribe, se cincela, / sin tregua, sin reposo, sin detenerse nunca. / Se funden luminarias brillantes / se descuajan horrísonas tormentas /y al par que los relámpagos se pintan mariposas.” Es la claridad de lo profundo, de aquellas superficies que laten sin mostrarse, para, en un tiempo cambiante emerja diferente y “aquella que fue lirio, será rencor ahora. / El genio de la selva construye sin reposo / la verde maravilla.”

La naturaleza es genio, en sí mismo porque nadie le aconseja, tampoco colabora; a ella le nacen brazos para horadar la semilla en su tierra abonada, es labradora, segadora, ella produce el agua para su regadío. Cobija a visitantes de especies tan diversas y parte, dadivosa a todos por igual. Los grandes profetas naturales la llevan en su ser, como el gran escritor Hermann Hesse, que die: «quien ha aprendido a escuchar a los árboles ya no desea ser un árbol. no desea ser más que lo que es.» porque de la vida de los árboles podemos extraer enseñanzas naturales de vida simple y sin complicaciones.  

Todo el misterio que encierra es parte de la vida. Es natura consciente y es lúgubre ensoñación; los árboles del bosque también tiene su historia porque parecen frágiles, pero son eternales, tienen años de vida para seguir su destino, el mismo que es crear atmósfera, es crear lluvia y viento para nuestro beneficio. “Templos de luz, palacios de aire puro, / crispándose unas veces entre los puños tensos / de las ideas bárbaras / como hace el mismo árbol para arrancar del seno fecundo su belleza.” No por nada el gran pensador Confucio recuerda que la ley del karma se aplica especialmente en nuestra relación con la naturaleza.

No hay coloso más grande, que un árbol en su verdor, no hay hogar más sutil que la familia que convive en el bosque, lo mismo la boa o una sierpe torcida y retorcida que una araña de seda. Ninguno se hace daño, ninguno se interrumpe, antes bien se colaboran y mantiene la armonía que se manifiesta en el ritmo que las aves, los insectos contagian en su silencio “Se ha detenido el vuelo de todas las bandadas / errantes en el borde sutil de las cornisas. / Se rubricó la fuga vibrátil de la sierpe torcida y retorcida. / Detalles minuciosos bordaron las cigarras / y las negras arañas de seda entre los pliegues de aquel arborescente capricho de los vientos. / en cada esquina un monstruo tallado en piedra dura/ de colosales formas e inmóvil apariencia.”

El poeta ama como ninguno sus bosques y praderas. Por eso sus palabras son música celestial porque admira y aclama al hacedor de lo sublime que es contemplar el bosque, Contemplar aquella perfección donde todo cabe en su lugar, no hay nada demás, todo en perfecta simetría de amor “de aquel arborescente capricho de los vientos. / en cada esquina un monstruo tallado en piedra dura/ de colosales formas e inmóvil apariencia. / No hay más si no es / sentado entre relámpagos / y la escultura viva que surge palpitante / de todo ese conjunto de imágenes: LA TIERRA.”

Y, José ortega y Gasset, concluye: «Nada hay tan ilícito como empequeñecer el mundo por medio de nuestras manías y cegueras, disminuir la realidad, suprimir imaginariamente pedazos de lo que es.”

¿Cuántas veces nos hemos parado a pensar sobre el medio ambiente que nos rodea? Si nos propusiéramos mirar más allá y frenáramos nuestra rutina diaria por un momento para reflexionar, nos daríamos cuenta de la importancia de nuestro papel en el cuidado de nuestro entorno.

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