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Dos del 72: Emilio Losada y Pablo Cerezal (Pormenores y aspiración de la literatura histérica)

De: Fabricio G. Donés / Inmediaciones

Una situación que pudo ser fatal para Emilio Losada, motivó la puesta en contacto de los dos autores, por correo electrónico, en el verano de 2014. Un año después, Losada acudió a Madrid para “abrazar a su compinche”. Antes ya habían intercambiado por correo postal sus respectivas obras y habían simpatizado tanto en lo literario como en lo personal. Ambos autores, viajados y leídos, han sufrido los rigores de los exilios voluntarios y obligados. Cerezal, hastiado de la situación sociopolítica de España, huyó a Bolivia en 2012. “[Bolivia] me enseñó a comprender muchas de las desavenencias con mi propio lugar de origen”, asegura el autor madrileño. A Losada se le arrebató aquella mítica Barcelona de los 70 siendo niño: “Una emigración al revés: de Cataluña a Andalucía”.

La última obra en el mercado de Pablo Cerezal es un trepidante texto autobiográfico titulado Breve historia del circo. La publicó Chamán Ediciones en 2017. También hace unos meses salió a la luz la última novela de Losada, Aviones de fuego, de la mano de Ediciones Espuela de Plata, la colección de narrativa de la prestigiosa Editorial Renacimiento.

Me reúno con ambos autores en la terraza de un céntrico bar de la capital de España, un par de semanas después de la presentación en dicha ciudad de la novela de Losada. Cerezal actuó como maestro de ceremonias. Losada, con la única ayuda de la Gilda, su inseparable guitarra acústica, y un par de armónicas, retomó su faceta de compositor e intérprete para obsequiar al respetable con diez canciones al final del acto. Un servidor, que asistió a la presentación tras leer –incluso tras releer- las obras referidas, conversó con ellos sobre literatura y algo más. A Cerezal es la primera vez que tenía el placer, Losada ya nos concedió en México una urgente entrevista para nuestro programa de radio universitario que tuvo como marco la sala de la UAM en la que la rectora le entregó el premio INK de narrativa, que ganó precisamente con Aviones de fuego.

Esto que podrán leer a continuación no es más que una transcripción literal de exactamente 37 minutos grabados de charla un tanto ebria, que concluye cuando Losada da por terminada la misma. Los entrecomillados que aparecen en esta breve introducción los he sacado de entrevistas realizadas a estos autores que se pueden encontrar en la red.

P: Coméntenme un poco sobre cómo se conocieron. Losada, ¿es cierto que contactó con Cerezal tras casi perecer despeñado en un acantilado de Tánger?

Losada: Ése fue el percance que motivó la conexión, sí, aunque parezca una exageración de autor. Yo recalaba en Tánger por primera vez en el verano de 2014, la ciudad que me tiene entusiasmado desde entonces y que no paro de visitar. Pasaba un fin de semana en el Hotel Continental, era sábado y quería ver el ocaso desde el mítico Café Hafa. Le pregunté cómo se llegaba allá al recepcionista, pero sus explicaciones, mapa mediante, fueron un lío, así que cometí el error de consultar en Internet. Una chica en un foro aseguraba que dejando el puerto atrás, bordeando el mar hacia el oeste me toparía con unos escalones tallados en la montaña sobre la que se encuentra el célebre café. Di con ellos y empecé a subir. La cosa fue que de pronto los escalones desaparecieron. La pendiente es importante. Debe de ser eso que llaman el acantilado del Marshan, ¿no, Pablo?

Cerezal: Sí, algo así, el Marshan es el antiguo barrio diplomático de Tánger, el más elevado, en altura, y efectivamente, finaliza de manera abrupta en un… no sé si llamarlo acantilado, posiblemente no dé para tanto, salvo si te encuentras, como tú, a punto de caer, en ese caso sí, acojona [risas]. La escalinata que comentas, creo conocerla, pero en realidad no conduce al Hafa, sino a unas viviendas en la falda del acantilado situadas metros antes de donde se encuentran las tumbas fenicias… o por ahí, no recuerdo, en fin, que hay casas, por esa zona, y un pequeño entramado de callejas con pendiente considerable que las une y que si no conoces… pues… lo que te pasó a ti, que te encuentras en puro terraplén y con la capacidad de movimiento bastante limitada, ¿no?

Losada: Bueno, lo mío fue un poco más a la derecha de las tumbas fenicias, bajo el mismo Hafa. A mitad de camino si bajaba la caída era segura… y subir se me antojaba imposible. Me senté a pensar mientras caía la noche. Realmente me asusté. Además… ¡que tengo vértigo, puñeta! Los coches eran pequeños puntos allí abajo. En fin, épicas aparte, logré alcanzar la cima ayudándome de hierba y raíces.

Cerezal: ¿Hierba? ¿Antes incluso de llegar al Hafa? [risas].

Losada: Hierba sin ensueño, pero de lo más sanadora, tú. En serio, aquellos hierbajos, me salvaron si no de la muerte -no exagero, insisto-, sí de una castaña memorable. En fin, una vez en la cima, un paisano salió de una barraca y cuando me vio se echó las manos a la cabeza. No le entraba en la misma que ese pálido atontado apareciera por allí. Al día siguiente, ya en Sevilla, busqué el foro para poner de vuelta y media a la tipa. Puse “Café Hafa” en el buscador y bajando bajando apareció una referencia a una novela de un tal Pablo Cerezal: Los cuadernos del Hafa. Pronto di con su blog. Me hicieron gracia unas fotos que encontré de un tipo trajeado en una bañera. Le escribí. Me contestó inmediatamente. Nos pasamos los mails y le conté mi peripecia. Y allí quedó la cosa. Al día siguiente empecé a redactar una novela de la que ahora no voy a hablar. Solía escribir por aquel entonces en bibliotecas, y en la Provincial de Sevilla esa misma semana me acuerdo de la novela de ese tal Cerezal y voy y la encuentro allí mismo. Saqué la novela y se lo dije al autor. Soy muy suspicaz como lector, no las tenía todas conmigo. Pero llegué a casa y casi la leo del tirón esa misma tarde. Fue un momento mágico: al fin encontraba eso tan cursi que se dice de una voz absolutamente propia. Descubrí a un autor funambulista, que gusta de recrearse en los límites, cuando piensas que se la va a dar, que va a caer en el barroquismo facilón, te da un sopapo de naturalismo en toda la cara. Estaba claro que allí había un escritor bestial. Devolví la novela y por supuesto me la agencié inmediatamente en Iberlibro, que esas joyas hay que poseerlas. Empezamos a escribirnos con asiduidad. Me contó que estaba retenido contra su voluntad en Bolivia. Pero que hable al respecto Pablo. Y si me enrollo demasiado, córteme. Tiendo a ello, ya sabe.

Fabricio: Sus célebres “accesos Pombo”.

Losada: Exacto [risas].

Cerezal: ¡Déjale! Si es grandioso, ¡joder! Lo mejor de Emilio es cuando habla sin freno, igual que cuando escribe, que por mucho que intente convencernos de que repasa y corrige y tal… que no me lo creo, que escribe sin bridas, desbocado, y así le salen luego esas joyas. ¿Has leído sus reseñas en una sola frase? ¡Brutal! Y crees que es algo momentáneo porque se prodiga poco pero luego lees una novela suya y el deslumbramiento es total… cómo fluye, ¡el cabrón!

Losada: Yo también te quiero, ladrón.

P: Pablo, ¿cómo es eso de que estuvo retenido en Bolivia?

Cerezal: Es una larga historia y nunca le ha contado con exactitud… por resumir: problemas con Migración, que en Bolivia es algo así como tener problemas con una KGB de andar por casa con pantuflas y gayumbos rotos… una KGB torpe y bonachona, pero igual de burocrática y feroz… y bueno, lo de bonachona digamos que es porque todo se soluciona con una coima, una mordida, y que te la exigen sonriendo y llamándote “hermano”, y… ¡puta!, que me llame hermano un infraasalariado zafio y corrupto… pero vamos, que tienes que pagar si quieres solucionar ciertos temas. El caso es que por unos problemas de papeleo ocasionados, a propósito, por las propias autoridades, en plan que si falta el formulario rosa y el sello de tal institución porque lo hemos perdido nosotros mismos,  me encontré en una situación en que mi estancia en el país supuestamente era ilegal, a pesar de llevar viviendo allá más de tres años con la documentación en regla, pero tampoco podía salir si no pagaba la estupenda cifra de 5.000$, que ni tenía ni aunque tuviese hubiese pagado a aquellos delincuentes, me llegaron a amenazar con quitarme a mi hijo y tropelías varias que… mejor olvidar. El caso es que al final, cuando ya pensaba en cruzar la frontera a pie, por Perú, me enfrenté de manera bastante violenta e imprudente a uno de aquellos funcionarios, poniendo en riesgo mi seguridad y la de mi familia, y como verían que no estaba dispuesto a soltar la gallina decidieron que me expulsaban del país y que no podía volver en 5 años… ¡ni ganas que tenía!, así se lo grité al funcionario en cuestión, añadiendo ciertos apelativos que prefiero no repetir, por lo tosco de los mismos… me invadió cierta histeria que prefiero ahorraros… que somos escritores, ¿no?, gente respetable, ¡ya ves! Y… bueno, ahí no acabó todo, pero tampoco voy contar más, que eso da para un librillo que tengo pensado en un futuro.

P: ¿A qué se refieren ustedes cuando hablan de “literatura histérica”?

Losada: Eso es cosa mía. Creo que ya te lo comenté en México. Hace referencia a literatura en la que prevalece la osadía, la experiencia y el desparpajo a la comercialidad y, por supuesto, a la llamada “vida literaria”.

Cerezal: Curioso que sí, es cosa de Emilio, pero, ¡joder!, desde el primer momento que se lo escuché o leí, ya no recuerdo, comprendí perfectamente a qué se refería. Aún no le había visto en persona y ya me daban ganas de darle un abrazo de tornillo… ¡qué grande! ¡Había dado en el clavo!

P: Tienen ustedes la misma edad, ambos nacieron en el 72. Procediendo de España, país donde las generaciones literarias han dejado una honda huella en la memoria cultural –los del 98, la del 27, la de los 50…-, ¿creen ustedes en el concepto de generación?

Losada: No creo en el concepto de generación. Los del 27 –quizá algo más los de los 50, aunque tampoco- no creo que fueran conscientes de que iban a pasar a la historia como miembros de una generación. Si lo dices por nosotros… pues simpatizamos artísticamente, incluso emocionalmente, eso es todo. Y sobre todo nos respetamos. Lo de generación es un término comercial creado a posteriori. Siempre ha sido así.

Cerezal: El concepto generación, como cualquier otra etiqueta de ésas que tanto nos gusta utilizar, es otra muestra más de debilidad mental a la hora de organizar un discurso reflexivo, en este caso sobre la creación literaria. Mira…, cuántos no dicen: “¡ah, sí, me encanta la generación del 27!“, y el que escucha, si es igual de torpe, se piensa que es un tipo cultivado y que ha leído a todos los autores que se han decidido englobar bajo dicha etiqueta, cuando posiblemente no haya pasado de un par de poemas sueltos, pero queda de lujo. Nada, que no, que lo de generación literaria no va conmigo. Ninguna etiqueta.

P: Losada, no sé si tendrá que ver con “generaciones”, pero, ¿podría explicarme qué es -o, mejor dicho, qué fue-  el Movimiento Sibarita?

Losada: Bueno, imagino que lo has leído en alguna contra o en alguna entrevista. O, bueno, en mi primera novela, claro. Es una broma… aunque no del todo. En el 97 fusionamos ese movimiento con el Anal, del que era… es el máximo representante mi amigo Buenaventura Gómez, un genio incomprendido. Con él redacté ese año el Manifiesto Analsibarita. Cuando digo “genio” no lo digo con prontitud, es una calificación que sólo merecen los grandes. Ventura es un portento en aquello que, para entendernos, podríamos denominar “humorismo surrealista”. Cuando asisto a cosas de los chicos de Muchachada nui, por ejemplo, que no sé si tú conoces, pienso en él… o más bien en lo que se ha perdido este país por la desidia del muchacho. Su falta de motivación para despuntar -totalmente comprensible y respetable por supuesto-, me temo que la timidez tiene mucho que ver, conforma una opción que hay que respetar, por supuesto. Ese tipo es el Ramón Gómez de la Serna contemporáneo. Pero sin obra, claro. Más que un Ramón Gómez de la Serna, es un Pepín Bello. El analsibaritismo era un movimiento irreverente, como por otra parte deben de ser todos los movimientos. Organizábamos exposiciones extravagantes en bares y locales culturales. Siempre multidisciplinares, desde poesía a plástica pasando por gastronomía. Agasajábamos al público con emparedados de alfajor, mejillones con leche condensada, cabrillas con Nocilla… Cuando el local era demasiado grande y nos quedábamos cortos de obras, le endilgábamos una boca de regadera a un porrón, lo colgábamos del techo y… ¡tachán-tachán, ahí tienen ustedes el porrón-regadera! Ya ves, dadaísmo revisitado nomás, amigo Fabricio. Una vez, en un bar de la Alameda de Hércules, montamos la Gran Exposición Analsibarita. Ventura y Vivó, los dos máximos representantes de la rama anal del movimiento, vestían de rigurosa etiqueta, pero llevaban los testículos -que no el pene- al aire pintados de amarillo. El local se atestó y casi nadie reparó en el particular. Las nalgas de gran parte de la concurrencia presentaban trazas amarillas. Un disparate. En otra ocasión, en un local de Triana muy grande… no me acuerdo cómo se llama o se llamaba… hacían teatro, tenía un bar y demás… pues nos quedamos cortos, así que recortamos fotos de Maradona de los periódicos que había allí –el muchacho estaba de actualidad porque atravesaba por su enésimo problema con la cocaína- y las achinchetamos por aquí y por allá. Al día siguiente el dueño, muy amablemente, me llamó para instarme a recoger todo el material. Una exposición programada para dos meses clausurada el segundo día. Y así todo. Yo me encargaba de la poesía. Enmarcaba mis “poemas/improperio” y los colgaba siempre junto a los retretes del local a desquiciar.

P: Y, después de aquello, ¿qué quedó?, si es que quedó algo.

Losada: Hum… Antes y después de aquello, pues quedó la inquina hacia los escritores del establishment, por ejemplo. O de cierto establishment, del establishment que podríamos denominar de pacotilla. No tengo nada contra los triunfadores, siempre que no hayan hecho concesiones espurias. Me refiero a los Mendoza, a los Vila-Matas, a los Bolaño, etecé, etecé. Pero están los del establishment del quiero y no puedo, los que gozan de un reconocimiento muy minoritario pero que intentan amplificar por todos los medios haciendo abuso de herramientas como las redes sociales. Bailando el agua a quien conviene en cada momento, vaya. Controlo a unos pocos que poco a poco han llegado a producirme una urticaria que ni todas esas pérfidas rojigualdas que ondean en los balcones precisamente tras los hechos deleznables del 1-O. Quizá ese ente abstracto denominado “problema catalán” te sea ajeno, aunque lleves meses aquí, pero te puedo asegurar que si algo bueno ha tenido es que ha desnudado ciertas posturas que hasta entonces muchos mantenían escondidas. Ha pasado con muchos escritores, eternos aspirantes a un establishment consolidado, que saben muy bien hacia dónde se dirige la zanahoria que ansían devorar. Ésta les lleva a los grandes holdings editoriales, los mismos que se han posicionado absolutamente a favor de un gobierno que no es más que el palanganero principal de los mercados. Mira, esto es tan arduo de explicar que mejor pasamos a otros asuntos. Y más para un latinoamericano. Allí, en América, las cosas van a peor en muchos sentidos, sí, ¡pero es que encima aquí tenemos Rey! Con respecto a España y sus vicisitudes, yo he tirado definitivamente la toalla. Fuera siempre fue distinto. Céline era protofascista, sí, ¿y qué?, era un puñetero genio. De Houellebecq me lo tengo que leer todo aunque sea un cretino. Pero con éstos a los que me refiero no puedo. Encima sus novelas, ojeadas en librerías o en bibliotecas, me parecen… pues muy bien escritas y tal, faltaría más; pero ¿y qué? Lo mejor que se puede poner en una faja es que se parecen a tal o cual monstruo de la literatura. ¿Y qué?, itero. ¡Y nada, recopón, y nada!

Cerezal: Todo lo que huele a sistema apesta, como el propio sistema. Yo no aspiro a más sistema que el mío propio, el único limpio, porque, como dice un buen amigo, seré gilipollas pero no tonto del culo. Quiero decir que… eso, mi propio sistema que es tan caótico que ni llega a ser sistema, y que en lo literario se limita a escribir lo que y como me dé la real gana, así de sencillo. Me parece muy bien que unos cuantos puedan vivir de escribir, se lo habrán ganado de alguna manera, ya me gustaría a mí, pero lo otro, lo de intentar medrar a base de hueco, de vacío, de nada, de aplaudir al que hay que aplaudir en cada momento, de decir lo que se espera que digas para no ser vilipendiado, de agradecer la lisonja imbécil para ser igual de imbécil que el resto, ser el mamporrero de la más idiota de las opiniones públicas, la que acarrea beneficios monetarios… en serio, es que asquea… ni idea tenían Lorca, Buñuel y Dalí de lo actualísima que iba a ser su clarividencia al denunciar a los putrefactos… estamos rodeados de putrefactos, y así nos va, mira… esto nunca lo he contado más que en círculos muy íntimos, y no lo he hecho por respeto a Juan Goytisolo mientras seguía vivo y por no aparentar pretencioso, pero… da igual.

Losada: ¡Cuéntalo, venga, dale la exclusiva al muchacho, claro que sí!

Cerezal: Si es que me he encendido y… bueno, si ya he contado lo de Bolivia también… pues resulta que nuestro amado Goytisolo leyó Los cuadernos del Hafa y me recomendó para un evento literario internacional en Tánger, como representante de España… ya estaba todo organizado, era antes de marchar a Bolivia y, de repente, recibo una llamada diciéndome que se cancelaba mi participación en el evento porque las autoridades “culturales” de España habían dicho que quién era ese tal Cerezal y que a algo así debía ir un literato de más peso, uno que ya estaba decidido de antemano y que no voy a nombrar pero que… él sabrá por qué y qué habrá hecho… con eso ya está todo dicho: si la cultura en este país la mueven los políticos, que son la raza más deleznable que aquí habita… pues apaga y vámonos. No digo que yo fuese más merecedor, por calidad literaria, que el finalmente designado, pero… ¿quién decide y en base a qué? Ese es el sistema que, creo, asquea tanto a Emilio como a mí mismo. Hablamos de gente que denigra la literatura, directamente. No hablamos de Céline, por favor, que me da igual que fuese nazi porque escribía como Dios, hablamos de un nazismo más sibilino y deshonesto, de los colaboracionistas lacayunos, a las órdenes del poder, independientemente de quien lo ostente, sólo por intentar enriquecerse y olvidar, de paso, por qué comenzaron a escribir. ¿Tú recuerdas por qué comenzaste a escribir, Emilio? ¿Y tú, Fabricio, por qué decidiste dedicarte al periodismo? Mira… esto ya lo explicó cojonudamente Oscar Wilde cuando dijo aquello de que la diferencia entre literatura y periodismo es que el periodismo es ilegible y la literatura no es leída… fíjate, hace ya más de un siglo, parecía una boutade del gordinflón y resulta que era de una clarividencia absoluta… bueno, perdonad, me disparo… ¡“acceso Pombo”! [risas] En serio…, mira, no voy a decir que no me encantaría poder vivir de mi escritura… pero de la mía, ¡ojo!, de la mía, no de la que toque en cada momento, ni de ejercer de tertuliano todoterreno, ni de hacerme “influencer” o “youtuber”, ni de apoyar en las redes reivindicaciones muy de moda para satisfacer a los cuatro inframentales que luego van a votar para aupar al poder a los de siempre. Bueno, mejor dejarlo que me enciendo…  tú sabrás de eso, Fabricio: ¡¡el boom latinoamericano!! ¿Y qué?, ¿ahora qué? En Latinoamérica se sigue haciendo el mejor periodismo actual, uno de verdad más que legible, imprescindible, y gran parte de la mejor literatura actual, pero ya no es boom, no hay localismos, ni exotismos, ni etcéteras, y ya no interesa… mira, tú has venido a España a intentar mejorar tu trabajo cuando aquí tendrían que aprender de ti, porque pocos españoles ya se la juegan a poner tierra de por medio para ejercer su labor periodística, porque ningún periódico se la paga, porque a nadie interesa, no sé… insisto: vivimos rodeados de putrefactos y, así, la verdadera literatura no avanza, o muere en las manos de los tres o cuatro buenos lectores que aún quedan.

P: Hablemos de estilos. Losada, tanto en poesía como en novela, es mucho más ficcioso. Cerezal más autobiográfico. ¿Será siempre así en el caso de ambos?

Losada: Mi autobiografía es encubierta. Lo que me divierte de la narrativa -y de la poesía, la mía es muy épica- es inventarme biografías. Mis personajes, aunque tengan mucho de mí, son siempre apócrifos. Es gente que me encantaría que existiera, eso es todo. Pablo es más un escritor del yo.

Cerezal: Yo no puedo escribir más que de mí. Sonará prepotente, y quizás lo sea, pero es lo que hay. Al menos en principio. Será por torpeza, no sé… comprenderme a mí mismo es el reto de mi vida, así que no me da todavía por intentar comprender al resto. Además, siempre he defendido que nadie es especial, que somos todos muy simples, en el fondo, así que si me narro a mí mismo estaré narrando, de paso, a más de uno y, por tanto, al fin, haciendo ficción. De uno u otro modo, en lo que escribo siempre estoy yo, y siempre será así, por mucho que lo decore, que lo haré, porque al fin cada nueva obra escrita es un nuevo proyecto. Uno de los protagonistas de Los cuadernos del Hafa dice que la realidad no es la que vemos sino la que inventamos… pues eso.

P: Losada reniega de la trama en muchas entrevistas. En la presentación madrileña hizo usted un alegato contra ella en contraposición con la forma.

Losada: Esa conversación la tuve con mayor profusión en la presentación de mi novela en Sevilla con el gran Rafael Cobos, el célebre guionista, al que adoro. Charlamos acerca de las diferencias entre la novela y el guión. Para mí -¡y para cualquiera!- hay una primordial. En un guión tienes que dejarlo todo atado y bien atado. El guionista tiene que responder a la maldita pregunta de “¿Y de qué va?”. Al novelista serio, al que intenta inventar algo nuevo, acaso subir un par de escalones en esto de la narrativa, esta pregunta le repateará sobremanera. Si no le repatea es uno de tantos de ésos que sigue con la tradición de la novela del XIX, ya totalmente agotada. El XIX ha dejado gloriosas novelas, están ahí, punto. Ahora es el momento de volver a romper. Y esto no significa hacer futurismo o algo parecido. Puede significar darle una enésima vuelta al Quijote, novela… artefacto literario, más bien, ni superado ni superable, aún a mancillar, no sé si me explico. Pero para terminar con esto de la trama, que es algo muy cansino… Pues no es que reniegue, es que no me preocupa. Pablo habla de Bolivia. Y de su familia. Si lo hiciera igual de bien en plan gay y su libro estuviera localizado en las Seychelles a mí me gustaría igual [risas]. El escritor que me haga una novela de doscientas páginas que trate sobre una masturbación –sobre una sola- de un esquimal sin salir de su iglú y que no me aburra se convertirá para mí inmediatamente en un genio. ¡Ea, ahí va eso! [risas].

Cerezal: Qué bueno lo del iglú, ¡me lo apunto! De haberlo sabido antes hubiese comenzado mi Breve historia del circo de manera distinta… lo digo porque, ya sabéis, comienza narrando uno de los momentos que dedico a Onán… [risas] Sí, eso del “de qué va” es lo peor, sinceramente. Pero en literatura y en cualquier cosa. ¿Y a mí qué más me da de qué vaya si es bueno? Esa pregunta la suelen hacer los mismos que te preguntan: ¿qué tipo de música, o cine, o literatura o lo que sea te gusta? Pues la buena, ¡joder!, la buena. O es que tiene algo que ver Senderos de gloria, por ejemplo, con cualquier otra película “bélica”… ¡y venga con las clasificaciones! Pues eso, que Senderos de gloria la firma Kubrick, que era un genio y hacía lo que le venía en gana, y que no creo que les guste a los tarados que afirman “me encantan las películas bélicas”, porque a esos seguramente les gustará Rambo o qué sé yo. Y ya, hablando de literatura, siempre lo he dicho y lo mantengo: la literatura ha de ser juego, nada más: ¿qué hay más divertido que, como escritor o como lector, jugar con las palabras, las construcciones, el lenguaje, el verbo, la lengua?… la literatura es el arte supremo porque se atreve a jugar con lo que nos da entidad social, que es el lenguaje. Y si no juega ni arriesga ni rompe ni nada… entonces se llama “La sombra del viento”, crea una “soberbia trama que engancha al lector”, acapara los medios televisivos, se vende por miles y hunde un poco más en el barro a la verdadera literatura… y conste que no tengo nada contra su autor… ¿cómo se llama?

Losada: Ni idea, oiga… Bueno, imagino que te refieres el Zafón ese.

Cerezal: ¡Ése!… que muy bien, que me alegro de su aseada economía, pero… ¡venga! ¡No llamen a eso literatura! La lengua, la lengua, el español, tan rico, pongamos a cada cosa el nombre adecuado, llamémoslo producto, mercancía… hay más palabras para designarlo pero, literatura no, por favor. Y si no, luego no se quejen de que en la Feria del libro los volúmenes más vendidos son las conversaciones de bar malparidas por mercachifles, políticos, adolescentes guapitos, presentadores de televisión, cocineros, futbolistas y en ese plan.

P: Teniendo en tan alta estima su labor de literatos, imagino que su plan de trabajo tiene que ser bastante elaborado. Por ejemplo, ¿corrigen mucho?

Cerezal: Muy poco… suelo corregir antes de escribir, mentalmente, luego suele ir todo del tirón… es un error, y lo sé, intento enmendarlo.

Losada: Más de lo que quisiera. El día que corrija poco igual me considero un escritor de verdad. En narrativa cada vez menos, en poesía… muchísimo, una barbaridad.

P: Al fin algo en lo que no están de acuerdo.

Cerezal: Qué va, en realidad lo ha dicho para llevarme la contraria [risas].

P: ¿Cuándo están más inspirados para escribir, por la mañana o por la noche? ¿Tienen algún fetiche, un sitio especial?

Cerezal: Yo siempre me he encontrado mejor por la noche. Silencio absoluto, oscuridad incluso, una copa de vino, tabaco, algo para aderezarlo si se tercia, ropa cómoda, rota, ya sabes… o poca o ninguna cuando llega el verano, que es terrible las sudorinas que me paso frente al teclado… al menos las turgencias propias de los calores, al estar desnudo, ayudan a proporcionarse algún alivio entre párrafo y párrafo, vicioso que es uno (risas) En cualquier caso es algo que intento, últimamente, cambiar. Cuando me lo puedo permitir, comienzo a escribir con la luz del día, es más sano.

Losada: Pues yo cuando puedo. Hace unos años descubrí que el mejor momento es durante la mañana. Se está más lúcido… y aún no has bebido. Ahora estoy retomando la tarde y la noche.

P: Las drogas tienen mucha importancia en las obras de ambos, una nueva coincidencia. ¿Cuál es el motivo?

Cerezal: Las drogas son importantes en la vida de todo ser humano. Todos nos enganchamos, en uno u otro momento, a alguna sustancia que nos engañe permitiéndonos vivir en un mundo paralelo más amable que el real… ¿por qué no hablar de ello en una obra literaria? No todo va a ser amor, que es otra droga, por cierto… no todo va a ser follar, como decía el maestro. Además, si hiciéramos un compendio de grandes escritores no proclives a ningún tipo de droga la historia de la literatura ocuparía media página. Así que por qué no prestar atención a las drogas en mi obra… a ver si así se me pega algo de los grandes… además de la ebriedad [risas]

Losada: Siempre suelto lo mismo ante esa pregunta: las drogas están muy presentes en la vida, ergo tienen que estar presentes en mis escritos, pues al fin y al cabo no dejo, pese a los juegos, de ser un narrador naturalista, patatín, patatán.

P: ¿Y la música?

Cerezal: La música es necesaria para mí, en todos los aspectos, y en lo que escribo también, no sólo porque se cuelan las referencias musicales que me han conformado sentimental y emocionalmente, sino porque, además, lo primero que pienso mientras le pego a la tecla es si suena bien, no lo puedo evitar, odio escribir frases arrítmicas, necesito música en cada párrafo… si el propio sonido del teclado, mientras lo aporreo, ya es música. Y, hablando de música, decir también que nuestra amistad tiene mucho de música, o que esta tiene mucha culpa… el gran Lou Reed, ¿no?

Losada: Lou Reed es mi segundo padre. No te puedes imaginar la cantidad de pésames que recibí cuando murió. En Aviones de fuego está continuamente presente. Para mí el formato total es la literatura, pero hay que reconocer que sólo hay obras perfectas en la poesía o en la música. En el formato corto, vaya. Cualquier obra narrativa está llena de elementos, tanto en forma y fondo, que chirrían. Demasiadas palabras, ya sabes. A bote pronto… poemas sin mácula son, por ejemplo, “Embriagaos”, de Baudelaire, o “El durmiente del valle”, de Rimbaud…, o “Rico Occidente”, de Jorge Guillén. ¡Dios, este último es una de las obras de arte más gloriosas de toda la historia de la Humanidad! Pero hablábamos de música, ¿no?, pues “Me on the Devil Blues”, de Robert Johnson, “I’ll Be Your Mirror” de la Velvet en el disco del plátano… ¡todo el disco del plátano!, o la versión single del 68, la original, de “Jumping Jack Flash”, de los Stones, o “Lo que el tiempo no borró” de Burning…, tropecientos boleros y rancheras, etecé, etecé, son piezas absolutamente perfectas en forma y fondo.

P: Cuando usted decía cosas de este estilo, con tanta pasión, en México, encandilaba a los periodistas. Fui testigo.

Losada: Qué pena… ¿Sabes?, intenté por todos los medios aprovechar mi estancia para crear algún puente cultural interesante entre México y España. Por la parte mexicana todo era disposición y buenas caras. Lo hablé mucho con editores, con gestores culturales, con periodistas… Allí es todo tan grande… Leyeron en mi currículum que tenía una banda de rock y los de la editorial me llevaron a hacer una entrevista en no sé qué emisora… ¡y el programa tenía una media diaria de cuatro millones de oyentes! Y sólo en el DF. Así todo. El tipo, también dispuestísimo a hacer cosas… me refiero al intercambio de bandas. Una vez aquí, cuando proponía al que le pudiera interesar entablar contactos… pues los silencios y las largas como respuesta.  La rendición antes de la batalla. En fin, España. Pero, vale, ya me callo. No te voy a dar más la tabarra con México.

P: No es ninguna tabarra, hombre. Hablemos de sus influencias. ¿Cuáles son? ¿Hasta qué punto repercuten en sus textos?

Losada: Influencias, todas, pero a lo que ha de aspirar un escritor es a no parecerse a nadie. A mí me encanta, yo qué sé, Cansinos Asséns, Camba, Jean Genet, pero jamás intentaría escribir como ellos por dos razones fundamentales: porque ya lo han hecho ellos mismos y porque, de intentarlo, no les llegaría a la suela del zapato.

Cerezal: No sé si influencias… bueno, sí, supongo, pero prefiero llamarlo referencias, y son múltiples y varían de un día a otro. Ahora, por ejemplo, puedo nombrarte también a Genet… a este tipejo que nos acompaña (risas), a Goytisolo y Umbral, siempre, a Miguel Sánchez-Ostiz, Claudio Ferrufino-Coqueugniot, Henry Miller, Rimbaud, Lautreamont, José Hierro, Lawrence Durrell, Dalí (mejor escritor que pintor, en mi opinión), Albert Cossery… tampoco es plan de hacer un listado, sería demasiado extenso… al fin, en realidad son referencia todos aquellos que miman la palabra y el exceso, aquellos a quienes no me canso de regresar para comprobar lo lejos que estoy de ellos y sentirme satisfecho de poder comprobarlo.

P: Para ir terminando, me gustaría que me hablasen de esa importancia que ambos prestan a la ciudad en sus respectivas literaturas.

Cerezal: Está muy bien y es muy bonito el rollo bucólico, el campo, la mar, los ríos y demás, pero yo es que soy un urbanita irredento, y todo lo que me ha ocurrido que tenga algo de importancia me ha ocurrido en la ciudad, y como ya he dicho que escribo sobre mí mismo pues cómo no va a tener importancia la ciudad. Una ciudad te conforma, de alguna manera, o te deforma… porque la ciudad es un monstruo que se alimenta de ti, y no al contrario como solemos pensar.

Losada: Para mí la ciudad es un personaje más, quizá el protagonista. Yo en la narrativa… incluso en la poesía, siempre parto de una ciudad, después, sólo después de ubicarlos en ella, surgen los personajes.

P: Si les parece, les nombro una ciudad y ustedes me dicen sobre ella lo que les venga en gana. La primera, para ambos: Tánger.

Cerezal: Tánger es el deseo en su grado más excelso: esa dicotomía entre sueño y realidad que te hace perderte y no saber en cuál de los dos te encuentras, la dicotomía entre esa España fétida que se atisba desde sus costas y esa raíz africana que comienza a crecer en la propia ciudad, entre Oriente y Occidente… Tánger es frontera, territorial, cultural, emocional… y allí donde hay una frontera hay un nido de deseos… Tánger, para mí, es el deseo.

Losada: El descubrimiento más sorprendente de lo que va de siglo. No tiene nada y lo tiene todo. La adoro. ¿Yo qué sé? Ahora no se me ocurre nada que decirte. Todo mi Tánger estará en… Bueno, estamos aún con Aviones de fuego, no voy a adelantar nada. Pablo, di algo.

Cerezal: Te avanzo, Fabricio, y esto sí es una exclusiva, que Losada, a no mucho tardar, será nombrado Alcalde de Tánger… en serio, conozco a pocos que amen, respeten y se entreguen a una ciudad con tanta pasión como el amigo… tiempo al tiempo.

P: Para usted, Losada: Barcelona.

Losada: Dos palabras: la pérdida. En mi novela está todo lo que amo y detesto de Barcelona. ¡Léanla, va! [risas].

Fabricio: Para usted, Cerezal: Madrid.

Cerezal: La ciudad de mis desdichas, la cartografía del desastre, la ciudad que fue y ya nunca más, la prueba latente de la traición: antes abrazo y hoy hostilidad. Madrid me apena mucho, ya no la reconozco, cada día parece más un decorado, y un decorado feo, además. Podemos culpar a los distintos gobiernos municipales del Partido Popular que se han sucedido en el fétido trono político desde inicios de los 90, pero sinceramente, no podemos quedarnos ahí, la ciudadanía es también culpable, entre otras cosas porque ha dejado de ser ciudadanía para pasar a ser consumidores, que es lo único que importa ya en Madrid: consumir… y a mí eso… “me consume”, y perdón por el estúpido juego de palabras. El caso es que Madrid, hoy, para mí, representa la traición.

P: Losada, ¿qué me dice de Sevilla? ¿De la que le recibió allá por 1979 siendo niño y de la actual?

Ciertamente, en Sevilla se me recibió como la mierda. Yo no entendía nada. Lo de “catalán de mierda” era una constante por parte de vecinos, de compañeros de pupitre… ¡incluso de profesores! No entendía nada porque yo no tenía conciencia de patria -ni en esa época ni mucho menos ahora, líbreme Satán de tenerlo algún día-, yo era de Barcelona, punto. Esa insidia me marcó sobremanera, me volvió muy desconfiado…, me llenó de odio, de un odio que tardé mucho en superar. Acerca de la Sevilla actual… Bueno, he de decir que en muchos momentos Sevilla ha sido una ciudad más que atractiva. Siempre antes del fatídico año 92, claro. Ese año supone el desastre, y no sólo para Sevilla, también para Barcelona. La causa es tan evidente que no voy a incidir en el tema. En la mitad de los ochenta, por ejemplo, Sevilla fue una ciudad la mar de divertida. Había tropecientos bares decentes, salas de conciertos en las que se podía escuchar buen rock and roll en lata o en directo a un volumen atronador, las calles eran un hervidero, los fines de semana recorríamos la ciudad de cabo a rabo, había decenas de rutas que uno podía preestablecer. Todo eso se ha ido al garete. La gente ahora no se mueve de un solo barrio. El personal se ha agrupado en torno a pandillas de lo más cerradas. Tan privadas como una caseta de feria. Y esa ciudad, créeme, es muy puta para las pandillas. Y siempre la pérfida administración montándola, cómo no. Los sucesivos ayuntamientos se han ocupado de reprimir radicalmente el ocio. La música en directo está prácticamente proscrita. Ahora a los próceres les ha dado por desmantelar los veladores de los bares. Es todo tan estúpido… ¡quitar los veladores en una ciudad que se disfruta en la calle! A todo esto se le suma la implosión de los pisos turísticos. Se nos ha echado del centro. Literalmente. Sevilla ha muerto. Como antes murieron Madrid y Barcelona. RIP.

P: Por último, para Cerezal, evidentemente: Cochabamba.

Cerezal: La ciudad en que volví a nacer y que me demostró, de manera definitiva, que para sentirme vivo no necesito gran cosa. Cochabamba es la calle, el pulso del día a día, el caos, la subversión de cualquier normativa… la vida, en fin, sin más horizonte que el momento inmediato. En Cochabamba volví a nacer, ya digo. Así que sólo espero que no le ocurra lo mismo que a Madrid.

En este punto es cuando Losada, en un arrebato autoritario, agarra la grabadora y detiene la grabación. “Ahora, a relajarse tocan”, dice. Poco después se nos unió la bella y simpática novia de Losada, Rocío Ringuis “la que llaman Ñotis”, escritora a su vez de diarios e intérprete de canción francesa. Y eso precisamente es lo que hicimos hasta altas horas de la madrugada, relajarnos en los bares de ese Madrid cartográficamente desastroso de Cerezal. Madrid será una ciudad traicionera y desdichada para el autor, pero yo no puedo poner punto y final a esta conversación sin agradecer a estos amigos una noche memorable y sin dejar constancia de mi disposición para repetir la chamba en cualquier momento y en cualquier lugar. Gracias de verdad, amigos. Y hasta bien pronto.


Fabricio G. Donés, Nació en Estado de México en 1984. Es licenciado en Comunicación y Periodismo por la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha realizado trabajos como freelance para medios como El Sol o El Universal. Junto a Pablo Santos Latorre escribió el libro misceláneo Utensilios y en solitario las novelas underground Vivaracho Santo Tomás y Romualdo y Romualdito. Actualmente vive en Zamora, España, donde colabora con artículos en El Observador y en toda revista cultural de ambas orillas del Atlántico que se lo solicite.

 

 

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