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Domingo en el mundo de Trump

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Camino entre restos de canciones rebeldes irlandesas. De fondo, de vecinos mexicanos, Chalino Sánchez canta Nieves de enero. Infortunado Chalino. Sonaba en el tocadiscos del auto en los años noventa. En aquel bajar y subir de colinas con veinte grados bajo cero. Si había nieve parecía navidad, si no, sin luna, viejas rusas de sombrero y largas pañoletas flotaban camino del parque Mir. Incluso los mapaches se detenían a mirarlas, antes de retornar a su labor de selección de basura. Calle Forest con desvíos breves hacia la Fairfax, enrejado del complejo de departamentos en donde se reunían barbados árabes de faldones blancos. Era antes del atentado a las torres gemelas. Después de eso desaparecieron. Siempre pensé que conspiraban a medianoche, para qué nunca lo supe, hasta que un amanecer de septiembre chillaban en el noticiero que un avión se había estrellado contra un rascacielos de Nueva York. Entré corriendo a casa, despertando a mujer e hijas y encendiendo la televisión cuando la segunda nave quebraba los ventanales de otro edificio.

Los árabes, era barrio rico aquel, tenían bellas mujeres norteamericanas. Encontré un disco en la lluvia que sequé y puse a tocar. Habibi, la tonada, muy linda. La tragedia tuvo su hito musical.

Sobrevino un período de inercia. Gente cabizbaja, taciturna, los elevadores de la Forest y Leetsdale se retrasaban como a propósito. Con Liz leíamos a Rosario Castellanos. Santos y vírgenes mutilados en los pedestales de las iglesias chiapanecas daban sentido a la realidad.

Volvía a casa y con Ligia teníamos sexo pausado, cansino, lento y pesaroso. Explosión del Vesubio, aguas hirvientes que acarician el bote de Plinio. Gente que se quedó ceniza, hasta el grito de polvo gris. Mosaicos de héroes y hetairas, azahares no retornables.

Existe un brillo como de bronce en tus muslos, músculos de atleta griega, soldados de Maratón. Observo desde mi silla pensante; el perro desde la suya cálida. La casita de enfrente se desvanece, niebla estará subiendo desde los pastizales de Corani. Una delgada víbora negra se escurre, ciega afirmaría, entre pedregales escondidos por musgo. Raro que a esta hora de frío se anime a trashumar el campo. O es hada disfrazada de sierpe en busca del eterno marido.

Pizza sabor de gorgonzola. Casas y tiendas que treinta años atrás se mostraban como síncope ficticio, mirage de sombras, aparecidos al lado de silencios. Espejismo. Saboreo el fuerte queso italiano, miro por el ventanal: mujeres maduras con trajes pegados y colcha de yoga. Vida norteamericana de domingo, casi diría sobria si no conociera los oscuros entretelones de esta sociedad maldita. Pero, a simple vista, alegría, carros de lujo y sonrisas dispuestas. Tan santos y tan rubios, tan blancos que ni la leche merece comparación. Un par de hindúes desentonan con saris coloridos y variaciones de púrpura. Nada es perfecto. Hundo, qué pecado, el gusto del gorgonzola con un vaso de agua. Nada es perfecto. Detrás tuyo, el dibujo de una silueta parece un hombre. Limpio con cuidado los granos de azúcar caídos sobre la mesa, debo contestar algunas cartas y llenar solicitudes burocráticas. Chalino ha ido agonizando a medida que transcurren los minutos. Ya se fueron las nieves de enero, tienes razón, cantante, nieves que ya no sueles ver. El sol de Sinaloa pule la culata de un flamante cuerno de chivo. Las trocas refunfuñan, alguien ha de morir. Semos o no semos, he ahí nuestra dinámica.

De la biblioteca de mi sobrino leo Hack/Slash Omnibus, terribles novelas gráficas que en el horror de tenebrosas sonrisas nos traen al hoy del mundo de Donald J. Trump, la bestia anaranjada del apocalipsis. No jinete porque es voluminoso monstruo construido para trolleys de golf. Oscuridades acarician los vidrios exteriores queriendo hallar resquicio para cometer crimen. Protegido por luz de foco halógeno continúo escribiendo. El Jesús naranja marcha a manera de triceratopo por el césped de una falsa sociedad de paraíso terrenal. Era verde, sí, dadivosa incluso, pero sustentada por grandes mentiras y peores oprobios. Tenía que llegar la hora de la redención o el castigo. Ha llegado, y lo último que se verá en el panorama de Denver con los años serán fuegos no de artificio, entre azules y bermellones, anunciando la nueva Herculano. De fondo el Vesubio en explosión. Chalino Sánchez que seguirá cantando hasta que el aparato se disuelva con calor  su enigmática pieza de las nieves idas y las flores de marzo. Idus de marzo…

He contemplado irse minutos y segundos este día casi con desdén. Indiferencia de condenado o calma antes de tomar el bote trasatlántico hacia las inseguridades del escondido universo detrás de los Cárpatos. Nunca mejor escogido el sitio para avivar el misterio. Montañas en forma de herradura y diversas sendas que cuartearán su geografía cubriéndola de nombres, señales y distancias. Me toco la frente como si me doliera la cabeza y no. Hago hora para dormir, para deshacerme de vestigios insulsos de la fecha muerta.

Un mendigo se ha arrastrado por el frío hasta perder los pies. Lo he visto subir en espiral al cielo; bien podría ser que sufro de engaño y ese es camino de infierno. Le alcancé tres dólares para el pasaje y sonrió más bien sarcástico. Sus botas quedaron detrás, bajo el humo de la intemperie. Alcancé a ver el reloj pero la hora se había retrasado por la estación. Entramos en la tienda donde todo vale un dólar, una escoba como agarradores de cocina, galletas de origen desconocido, anteojos plásticos. China made. Al salir habían desaparecido los botines rotos del novel ángel. Rastros de mugre y vasos vacíos. Intenso color verde de un trago de soda a medias.

El vecino de abajo produce ruidos. Nunca sale, apenas se lo ve, no tiene cocina ni come ni se baña. Sospecho que vive de metanfetaminas. Cuando sus pasos anuncian que sube las gradas me pongo alerta y agarro el puñal de cacha negra. Hasta ahora no ocurrió nada pero en la USA de Trump todo es posible. Acaricio la hoja plateada que podría tornarse roja. Me duermo con un suave Vivaldi en el teléfono y sueño con fatídicos asesinatos y callejones de putas etíopes, bellas, de ojos egipcios.

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