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Diplomacia a tientas y a tropezones

No estuvo mal el apodo que se ha ganado de “el mudo” en la contienda electoral, porque prefiere no hacer apariciones públicas. Y cuando lo hace, más vale que nadie esté atento. Sus declaraciones no solo están lejos de iluminar al electorado, sino que, como en esta ocasión, revelan una preocupante falta de preparación para el desafío presidencial. En su primera incursión pública en materia de política exterior, el senador y candidato Andrónico Rodríguez no solo patinó en los temas más sensibles, sino que lo hizo con torpeza y desinformación, dejando en evidencia que la política exterior no admite improvisaciones.

Su intervención sobre las relaciones con Estados Unidos fue el primer balbuceo; dudoso, genérico, limitado a las trilladas frases de manual heredadas de Evo Morales. Habló de respeto mutuo, de igualdad en el trato, de no injerencia. Todo legítimo, claro está, pero dicho sin un atisbo de estrategia o propuesta concreta. Lo preocupante no es que se ubique ideológicamente en la izquierda —que es su derecho—, sino que condicione toda la relación bilateral a ese único lente, como si la política exterior fuera una extensión doctrinaria y no una herramienta para defender los intereses nacionales.

Pero si con Estados Unidos optó por la vaguedad, con Chile se lanzó de lleno al desatino. En un arrebato de entusiasmo e ingenuidad, declaró públicamente que el presidente del Senado chileno habría ofrecido a Bolivia el puerto de Tocopilla en concesión por varias décadas, permitiendo así que el país construya allí su propia infraestructura. “Prácticamente como si fuera nuestro”, dijo, con ese tono de quien cree haber descubierto una nueva ruta al mar.

Semejante afirmación fue rápidamente desmentida desde Santiago. El presidente del Senado chileno, Manuel José Ossandón, negó tajantemente haber hecho tal ofrecimiento y aclaró que una decisión de ese tipo “excede sus atribuciones”. Es decir, lo que Andrónico presentó como un avance diplomático, no era más que una interpretación imaginativa de una conversación parlamentaria informal. La diplomacia no se construye con voluntarismo ni con titulares llamativos, y mucho menos sobre afirmaciones carentes de solidez.

Más lamentable aún fue la aclaración posterior del propio Andrónico. En lugar de asumir el error, se refugió en la ambigüedad; dijo que no hizo una declaración oficial, que todo ocurrió en el marco de la “diplomacia parlamentaria”, que hablaron sobre temas enmarcados en sus competencias, pero también —y aquí vuelve el desconcierto— sobre posibles gestiones que podrían beneficiar a ambos países.

Lo más alarmante de todo es que sus dos únicas referencias hasta ahora a la política exterior boliviana han tocado temas neurálgicos: las relaciones con Estados Unidos y la compleja vinculación con Chile. En ambos casos, mostró vacilaciones, simplismos y desconocimiento. Su afirmación de que en más de 100 años no tenemos una agenda económica común con Chile ignora, por ejemplo, que desde 1993 existe un Acuerdo de Complementación Económica (ACE N.º 22), que ha facilitado el comercio bilateral. El acuerdo no es perfecto ni está plenamente actualizado, pero existe, está vigente y es la base de una arquitectura comercial relevante para ambos países.

¿Qué pensar entonces de un aspirante a la presidencia que desconoce los instrumentos jurídicos fundamentales que rigen nuestras relaciones exteriores? ¿Qué confianza puede ofrecer alguien que incurre en declaraciones imprudentes, que comprometen innecesariamente la posición boliviana y abren flancos para que se nos desmienta desde fuera con facilidad?

Es legítimo —y urgente— evaluar el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Chile, sobre la base de una agenda estratégica y coherente. Bolivia no renunciará a su reintegración marítima, pero no puede seguir prisionera del trauma. Los avances técnicos, empresariales y académicos requieren un cauce institucional, no declaraciones improvisadas.

Pero justamente por eso, urge exigir seriedad. La política exterior no es un espacio para la retórica emocional, ni un territorio donde se aprende sobre la marcha. Las relaciones internacionales son delicadas, y mal manejadas pueden dañar intereses estructurales del país. Al candidato Andrónico Rodríguez le tocó por primera vez referirse a la diplomacia. Eligió los temas más complejos. Y fracasó estrepitosamente.

Si esta es la muestra de su visión internacional, el país tiene razones fundadas para preocuparse. La presidencia no puede ser una escuela de aprendizaje acelerado. Menos aún en tiempos en los que Bolivia necesita recuperar credibilidad, diversificar alianzas y dejar atrás la diplomacia dogmática que tanto daño ha causado.

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