Marcelo Paz Soldán
Jorge salió de su clase de geometría analítica en el espacio sintiéndose perdido, como si él mismo estuviera extraviado en el espacio que tanto le costaba comprender. ¿Cómo era posible no entender nada de lo que su profesor de cálculo explicaba? El maestro Gil se esforzaba por usar las esquinas del aula para ilustrar sus conceptos, pero sólo se dirigía a los varones, afirmando que las mujeres debían dedicarse a otras actividades, como la cocina. Miraba con desprecio a cualquier chica que se atreviera a hacer una pregunta, y ellas, intimidadas, preferían guardar silencio y estudiar el doble si querían aprobar. Aun así, los chicos lo tenían más fácil, excepto Jorge, para quien las esquinas del aula seguían siendo simplemente esquinas y los números parecían serle esquivos.
Desesperado, Jorge sabía que reprobar la materia significaría un difícil retorno a Potosí, su ciudad natal, donde las oportunidades para los jóvenes eran escasas. En medio de sus cavilaciones, se le acercó María, preguntándole por qué estaba tan desanimado. Jorge le confesó su preocupación por el futuro y la posibilidad de reprobar cálculo. María le sugirió que visitara a un yatiri cerca del cementerio general, quien leía el futuro en hojas de coca y le comentó de la importancia en las ceremonias religiosas y espirituales para la zona de los Andes bolivianos. Jorge se rio, incrédulo ante la idea de que alguien pudiera predecir su futuro en aquellas hojas milenarias. María, ofendida, se despidió con una dura sentencia:
—Probablemente pases cálculo, pero no por eso dejarás de ser un idiota y claramente no necesito ser una pitonisa para decirlo.
Intentó detenerla, pero María ya había desaparecido del comedor universitario. Sin otra opción, Jorge decidió seguir su consejo y preguntó a Walter cómo llegar al cementerio general. El Negro, como le decían a Walter, sorprendido, le indicó que tomara un trufi hasta la plaza San Francisco y luego un minibús hasta el cementerio, donde debería preguntar por la línea correcta.
El viaje a través de La Paz le pareció un recorrido por dos ciudades en una: la zona sur, moderna y próspera, y la zona norte, más pobre y tradicional. Al llegar, preguntó por los brujos, y una señora le indicó unas casetas al costado del cementerio. Tras caminar y preguntar, llegó a donde don Darío, quien en ese momento leía el futuro de una señora. Al ver el rostro descompuesto de la mujer, Jorge se arrepintió y quiso marcharse, pero don Darío lo llamó:
—Si has llegado hasta aquí, es mejor que sepas a lo que viniste y no te quedes con la duda.
Jorge, dudoso, regresó y se sentó junto a Darío. Este lanzó las hojas de coca sobre una manta de aguayo y las estudió en silencio, como si mantuviera un diálogo con ellas. Luego, recogió todas las hojas, las batió entre sus manos y las lanzó nuevamente. Miró fijamente a Jorge y le dijo:
—Te advierto, quienquiera que fueres, que deseas sondear lo que la hoja de coca te quiere decir, que si no hallas dentro de ti mismo aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera. Sé que has venido por un asunto diferente, pero no puedo darte una respuesta clara. Sólo te puedo decir que primero tienes que conocerte a ti mismo ya que todo lo sabrás en su debido momento. Sin embargo, en las cosas del corazón debes perseguir lo que amas; sólo así cumplirás tus metas.
Confundido, Jorge sacó su billetera para pagarle, pero Darío se negó a aceptar más de veinte pesos, asegurando que cobraba en función de lo que sus clientes podían pagar. Aliviado, Jorge regresó a la universidad, aún desconcertado por la respuesta que había recibido, la que, como la geometría, tampoco había entendido.
En su siguiente clase de cálculo, el patrón se repitió: el profesor Gil daba su clase mientras se burlaba de las chicas y ellas permanecían en silencio. Al salir, Jorge se acercó a Tatiana, una compañera que le gustaba mucho pero a la que nunca había tenido el valor de hablarle. Le expresó su apoyo ante las burlas del profesor y Tatiana, sorprendida, le ofreció su ayuda para estudiar.
Esa noche, Tatiana le explicó geometría analítica de una manera que Jorge pudo, finalmente, comprender. Gracias a ella, comenzó a mejorar y aprobó la materia. En la fiesta de despedida del semestre, en casa de uno de sus amigos, mientras bailaban, Jorge le confesó su amor y le pidió ser su novia. Tatiana, ruborizada, aceptó y Jorge la besó. En ese momento, recordó a don Darío y sonrió. Ya no dudaría del poder de la hoja de coca y, ahora sí, todo estaba claro para él y de pronto parecía que todo adquiría sentido.
Después de bailar fue al baño y vio que en la puerta lo estaba esperando María, quien le dijo:
—Veo que ahora sales con Tatiana, pese a que me acerqué a ti para mostrarte lo mucho que me gustabas, pero no fuiste capaz de darte cuenta de aquello. Ahora has aprobado cálculo, sales con Tatiana, pero sigues siendo un idiota al no poder leer correctamente a las mujeres.
Y así, como la última vez que hablaron, María se fue sin decirle nada más, ante la mirada atónita de Jorge, que estaba seguro de que podría entender cálculo, pero no así a las mujeres. Comprendió que, en la vida, siempre yace un misterio oculto por resolver, ya sea en los números o en el corazón humano. Decidió olvidarse de todo y disfrutar el momento, ya que pronto iría a Potosí a pasar unos días con su familia y, esta vez, pensaba pedirle a su madre que le explique cómo hacer la kalapurka.