Márcia Batista Ramos
Las horas pasan lentas, tan parsimoniosas que, contrastan con la urgencia de saber si la vida de los ingresados a las diferentes salas de cirugía ha resistido y que ellos están fuera de peligro.
En el asiento del pasillo está una mujer sola, su mirada de desespero irradia tristeza a todos que están de frente para ella en la sala de espera.
Si los pacientes no sobreviven, mañana, todo podría cambiar para cada uno de los presentes. La mujer de pelo rubio y ojos azul cielo, apenas pestañea de cuando en cuando. Piensa en las decenas o centenas de peleas innecesarias. Se arrepiente de haber ahorrado para comprar el departamento y haber postergado las vacaciones. ¿Ahora? Ya no hay departamento después que el BGM-109 Tomahawk explotó en el barrio. ¿Unas vacaciones? ¡Ojalá, hubieran ido de vacaciones!
Mientras parpadea pausadamente, un médico sale del área restringida y todos guardan la respiración y le miran con temor. Pregunta por los familiares de alguien y las personas se apresuran en acercarse y se escucha que alguien exclama: – ¡Está vivo!
Luego se escuchan suspiros porque algunos corazones volvieron a latir, mientras los demás se exprimen, parecen pesados por tantos miedos. Los asientos duros y fríos pasan desapercibidos por la premura del momento.
Todos, esperan que sus ingresados de urgencia se salven y puedan volver a caminar por la plaza o a comer el plato de su preferencia. O lo que sea… Como no hay prohibición, todos sueñan con salir de ahí y hacer algo con sus seres queridos que, momentos antes estaban en otras circunstancias… Ahora están prisioneros de la incerteza.
Un hombre con barba espesa que había abrazado a la rutina, hace tiempo ya, mira al reloj somnoliento y piensa: – ¡No te rindas! ¡No te rindas!
La sala está llena y todos esperan que se abra la puerta del área restringida y salga un médico y les diga que ya pasó, que está todo bien. Todos necesitan que el reloj sea más dinámico. Que más animosas las horas pasen. Pues tanta indecisión les carcome, precisamente, en estos momentos en que cada uno de los presentes pregunta a sí mismo: – ¿Y qué has logrado en la vida? Lo único que saben es que tienen miedo.
Alguien quisiera pedir un deseo, sólo uno. El aire es tenso. Todos saben que el mundo anda al reverso. Y allí, parece que el tiempo se detuvo.
Lejos de allí, junto a una televisión alguien los vio. Alguien que cree en Dios rezó. Los ojos de la mujer que irradian tristeza me miraron y estando tan lejos escuché una voz que decía: – Deseo un cielo tranquilo sobre tu cabeza.