Carlos Battaglini
Volví a Pablo Neruda casi diez años después. Tenía un grato recuerdo del chileno tras haber devorado su biografía Confieso que he vivido, pocos meses antes de licenciarme en la Universidad. Había disfrutado con su tono cercano, con su aliento que proveía al lector de una información única sobre unas interesantísimas vivencias. Me quedó pendiente leer sus poemas. Me dije a mí mismo, que tendría que leer un libro con la poesía de Neruda pronto. Ese día llegó casi diez años después cuando abrí la primera página de Veinte poemas de amor y una cancióndesesperada.
Sin embargo, tras la lectura de este poemario, la decepción me ha embargado profundamente. Y eso que era la primera vez que leía poesía como tengo que leerla: saboreándola, palpándola. Leía cada poema dos veces. La primera en silencio, para que se introdujese dentro de mí como una inyección, como una serpiente. Para como dice Pacheco, disfrutar de la poesía en soledad, con uno mismo. La segunda lectura la hacía en alto, también con temple, viendo cada palabra, viajando, cómplice. Pero ni aún así logró emocionarme ninguno de estos apasionados poemas, ni tampoco la canción desesperada a ese amor desconocido.
La razón principal de mi amargura viene motivada principalmente por lo tremendamente cursi que encontré los poemas de Neruda. Demasiado empalago, muy melifluo, pasado de azúcar. Es cierto que Pablo Neruda era latinoamericano, proveniente de una cultura mucho más ‘cariñosa’ o más ‘calurosa’ que la española, pero creo sinceramente que hay un exceso de ternura. Además de cursis, encontré estos poemas monotemáticos: siempre refiriéndose al amor, a la amada. Es demasiado. Todo ello desemboca en la simplicidad, en una ausencia de caminos y posibilidades intransitadas.
Es posible que Pablo escribiese estos poemas enamorado, muy enamorado, pero al lector que no vive bajo ese encantamiento, le resulta demasiado desbordante estas muestras de cariño desorbitadas.
El abuso desde mi punto de vista, también se da con la repetición de determinadas palabras. Un exceso de ‘amor’, ‘tierra’, ‘alma’, ‘crepúsculo’, ‘trigo’ y sobre todo de los elementos cardinales: aire, tierra, agua y fuego etc. que provocan la sensación de que uno siempre está leyendo el mismo poema. El problema no es escribir siempre el mismo poema, el problema es escribirlo igual. Y creo, desgraciadamente, que nos encontramos ante este segundo caso.
Los poemas de Neruda (y esto no es una crítica negativa) los encuentro físicos: pies, manos, cintura… tocan, también me parecen nómadas, como si siempre estuviesen recorriendo un camino, subiendo montañas, atravesando ríos, cruzando mares… jardines… La cualidad más positiva de estos poemas, además del reforzamiento imaginativo, didáctico, y la ganancia de conceptos etc. del que el lector/escritor se provee, es comprobar, descubrir la capacidad y la posibilidad física, odorífica, gustosa, visual etc. de todo lo que hay en la tierra, en el universo. La posibilidad de todo lo que existe. Desde los elementos cardinales, hasta una cintura. Por ejemplo, Neruda nos dice que “el viento se enreda”, “la lluvia se desviste”, “cintura de niebla” etc. etc. Esta posibilidad para mí, es el legado más valioso de estos poemas y de la canción desesperada. La certidumbre de saber que ‘todo’ puede hacer de ‘todo’. Que el viento puede llorar, que una impresora puede saber a sal, que un neumático puede bañarse en azúcar, que una raqueta tiene vértebras y todo lo que la imaginación y la búsqueda provea. Esto es para mí, repito, lo más valioso de este poemario.
Por otro lado, tras leer este libro de poemas, voy llegando a la conclusión de que hay una nueva literatura que tiene que surgir. Si sólo conocemos el 5% del universo y por tanto desconocemos el 95% del mismo, si aún estamos buscando la partícula Higgs, y si la literatura lo es todo, un universo, no podemos decir como Borges que innovar es imposible, que está todo descubierto ya. Hay un nuevo planeta, millones de planetas, trillones de combinaciones literarias que están esperando ser descubiertas. Urge pues un nuevo paradigma literario.
Y es que vuelvo a comprobar que el ser humano, el escritor, está obsesionado por los elementos cardinales (tal vez la influencia de la Biblia) por la muerte, el amor y otros tópicos. Hay mucho más que eso. La literatura no puede ceñirse solamente a esas posibilidades. Hay que aspirar a una prosa que no dependa tanto, que incluso ignore los elementos cardinales, que busque sustitutos a los mismos, que cree un nuevo lenguaje, unas nuevas posibilidades, pero a la vez que sea cercana, comprensible por todo ser humano.
Por último, a modo de curiosidad, me llamó la atención de que los poemas no llevasen título. En su lugar, están numerados. También hay que destacar que Pablo tenía 20 años cuando escribió estos poemas. Era por tanto, un principiante aún, aunque con mucho trabajo a sus espaldas. Un futuro premio Nobel estaba dando ya sus primeros pasitos…