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Delirios de soldado culto

En una vieja entrevista al exmayor del ejército Juan Ramón Quintana Taborga, lograda el año 1997, en los estudios de la aún más antigua Radio Color FM del barrio paceño de Cristo Rey, le escuché decir, alentado por nosotros, los periodistas, que él era uno de los pocos militares que durante sus tediosas horas de guardia nocturna aprovechaba para leer una “novelita de Borges” (sic). 

Al salir de aquel programa bautizado como Piedra libre y coproducido con mi buen amigo Gustavo Guzmán, entendí que Quintana, por entonces, jefe de la Unidad de Análisis de Políticas de la Defensa, aspiraba a convertirse en una suerte de intelectual bajo bandera, una especie de soldado culto. La calamitosa referencia a Borges, al que Quintana usaba para darse lustre y opacarlo en el minuto siguiente, fue rápidamente perdonada por nosotros, desvalidos como él, aquella noche, del acceso instantáneo a la infinita sabiduría del señor Google. 

Caray, debimos haber sido más severos. Quintana operaba por entonces como autoimpuesto infiltrado en el Ministerio de Defensa, dirigido por el prominente banzerista Fernando Kieffer. El Mayor era un gustoso informante clave de la izquierda anticolonial, a la que citaba con reverencias de discípulo. Fue cuando Carlos Mesa lo consagró en una entrevista en De Cerca. Allí, el aún uniformado le dijo al entonces periodista que PAT, el canal de su propiedad, era una “honrosa y prestigiosa institución”. Faltaba una década para que Quintana se hiciera político y calificara a Mesa como “pontífice mediático del sistema neoliberal”. 

La semana pasada, el Quintanismo buscó un espacio oratorio para su consagración definitiva; ahí, de pie con el micrófono en la mano, ante el jefe supremo Evo Morales y las bases del “instrumento”, reunidas en un taller de gestión pública para asambleístas departamentales electos por el departamento de Cochabamba. En la histórica Sacaba, el exministro JRQ, originario de Aiquile, discurseó durante casi dos horas. Dicho sea de paso: la ocasión fue propicia para que el vocero Jorge Richter, otro exseguidor de miembros del ejército convertidos en políticos (en su caso el excapitán Reyes Villa), estrenara su primer disfraz de Evo ante los militantes de su nuevo partido. 

Volviendo a Quintana, está claro que allí buscó trascender su cita sobre Borges, estrenando una flamante teoría sobre los golpes de Estado. Dada su condición de exalumno de la Escuela de las Américas en Panamá, cualquiera pensaría que domina el asunto. Así que nos quedamos a escucharlo.

En un momento de su perorata al vapor, Quintana preguntó a los asistentes, sin que nadie se atreva a refutarlo: “No se hace golpe a la derecha, a ver, díganme ustedes, por ahí soy un ignorante. A ver díganme ustedes ¿a qué gobierno de la derecha se le hace golpe de Estado? El imperio… ¿a qué gobierno de derecha le hace golpe?, díganme. Los golpes de Estado, por principio, se hacen a proyectos políticos populares que son la antítesis del capital”. 

Evo y Richter, abstraídos en su propia conversación privada, no registraron el yerro o quizás, optaron, a su vez, por perdonarlo. 

Sólo con fines de aclaración y para que la militancia del MAS no se quede con las palabras del teórico JR, consignamos acá dos menciones que lo dejan francamente refutado. Ejemplo 1: el 4 de febrero de 1992, varios comandantes militares en Venezuela ejecutaron un golpe de Estado contra el gobierno constitucional de Carlos Andrés Pérez. Uno de los líderes del complot era Hugo Chávez Frías. Ese golpe de Estado forma parte hoy de las celebraciones y conmemoraciones del chavismo en funciones de gobierno desde 1999 hasta la fecha. Quintana parece desconocer a sus más amados aliados ideológicos. De haber seguido siendo amigos, le hubiera enviado una foto del cuartel de la montaña en Caracas. 

Ejemplo 2. Quintana estudió en el Colegio Militar Gualberto Villarroel. Quizás se durmió en la clase en la que le quisieron enseñar que el Presidente mártir dirigió un golpe de Estado el 20 de diciembre de 1943. Aquel día caía derrocado el muy constitucional Enrique Peñaranda. El gobierno de Villarroel fue el precursor de la Revolución Nacional y su busto está colocado en la Plaza Murillo, lugar al que Quintana acudió durante una década completa a trabajar. ¿Nunca se detuvo ante el farol? Chávez quiso, Villarroel pudo. Sus víctimas fueron gobiernos electos, y cuesta mucho creer que Pérez en Venezuela o Peñaranda en Bolivia hayan sido dos “antítesis del capital”. 

Si bien Borges jamás escribió una novela, Quintana ya está en la senda correcta.

Rafael Archondo es periodista.

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