Recorrer las calles es escuchar la misma canción amarga en cada esquina. Las filas por gasolina, los mercados con precios que cambian más rápido que la luz del semáforo, la desesperación de la gente que ya no sabe si alcanza para el pan o para el pasaje. La crisis ha llegado como una tormenta anunciada, y aquí estamos, viendo cómo todo se va al carajo mientras los de arriba se pelean por quién se queda con el timón del barco que ellos mismos agujerearon.
Evo Morales y Luis Arce quieren volver a gobernar, pero, a ver, ¿cuándo dejaron de hacerlo? Porque no es que uno esté en la oposición y el otro en el oficialismo. No, ambos han sido las caras del mismo proyecto político que nos trajo hasta este punto, y ahora se acusan mutuamente como si el desastre no fuera compartido. Evo construyó un modelo basado en la abundancia ficticia, con una economía que funcionaba solo mientras había gas y bonos para comprar lealtades. Arce, el cerebro financiero de la operación, diseñó un sistema basado en deuda, subsidios y espejismos. ¿Y ahora? Ahora que la plata se acabó, que el gas ya no es el salvavidas de antes y que el dólar es un fantasma en los bancos, vienen a decirnos que tienen la solución.
Pero no están solos en esta historia. Detrás de ellos, en las sombras o aún en el juego político, están los mismos de siempre: Álvaro García Linera, el demagogo, el genio de la retórica que vendió el cuento de la “revolución democrática y cultural” mientras el país se volvía más dependiente y menos productivo. David Choquehuanca, que ahora juega a ser el conciliador pero que calló demasiado tiempo cuando el desastre se estaba gestando. Juan Ramón Quintana, el operador de los hilos oscuros, el Arce Gómez del proceso de cambio, experto en mantener el control a cualquier costo. Gabriela Montaño y Adriana Salvatierra, las ex presidentas del Senado que defendieron lo indefendible con una sonrisa ensayada y que, al final fueron las primeras ratas que abandonaron el barco para salir al exilio y a conspirar contra quien se ponga en el camino de Morales. Hay muchos más que se suman a la lista: Yerko Núñez, Tuto Quiroga, Arturo Murillo, Yanine Áñez, Samuel Doria Medina, Carlos Mesa, quienes, por ejemplo, fingían ser oposición y cuando llegó el momento se les cayó la máscara de complicidad. La lista es larga. Todos ellos fueron parte del diseño y mantenimiento de este modelo que se ha venido abajo. Y ahora, ¿dónde están? Algunos escondidos, otros en campaña, todos buscando cómo seguir en el poder.
Mientras ellos juegan a las elecciones, el pueblo juega a sobrevivir. En los mercados, las caseritas discuten con los clientes porque el precio del azúcar subió otra vez, porque la carne ya no llega, porque la harina cuesta más que hace una semana. En los micros y trufis, los choferes gritan por los 20 centavos que faltan en el pasaje porque la gasolina escasea y todo se ha vuelto más caro. En las filas de los bancos, la gente se desespera porque ya no puede sacar dólares, porque el miedo al corralito financiero es real, aunque el gobierno lo niegue.
Con el escenario político en ebullición, las encuestas electorales han comenzado a marcar el tablero. Los sondeos lanzados por medios televisivos muestran una polarización creciente entre Morales y Arce, con una oposición fragmentada que no logra consolidar una alternativa fuerte. Mientras tanto, otras encuestas privadas revelan un crecimiento del voto nulo y la indecisión, reflejando el desencanto de la gente con las opciones disponibles. Y en el horizonte, se vienen las encuestas internas del bloque opositor, que definirán sus candidatos en medio de una disputa entre egos y promesas vacías.
Pero la crisis no es solo económica, también es política y moral. Esta semana, las denuncias contra los hijos de Arce por corrupción han sumado otro capítulo al desastre. La compra de combustible con sobreprecio es solo la punta del iceberg de un sistema que funciona a base de negociados y beneficios para los mismos de siempre. Mientras tanto, Álvaro García Linera reaparece con declaraciones absurdas, tratando de justificar lo injustificable, como si la gente no estuviera harta de discursos que ya no sirven para tapar la realidad. Y, por si fuera poco, la oposición sigue sin rumbo: Samuel Doria Medina promete soluciones milagrosas sin explicar cómo, Tuto Quiroga se aferra a su retórica de siempre y Andrónico Rodríguez parece cada vez más cerca de romper con Evo, aunque sin dar un paso firme.
Mientras la crisis se profundiza, la disputa entre Morales y Arce por la candidatura del MAS se vuelve más agresiva. Evo, con el apoyo de sectores radicales y el respaldo del Partido Comunista Marxista Leninista, se aferra al discurso de la traición y la necesidad de una vuelta a los “principios revolucionarios”. Arce, mientras tanto, trata de posicionarse como el líder de la estabilidad, aunque su gestión ha sido todo menos estable. Ambos representan un pasado que sigue vigente, un pleito entre caudillos que no deja espacio para soluciones reales. Y en la vereda de enfrente, la oposición aún no encuentra una figura fuerte que pueda desafiar ese duopolio de poder sin caer en la misma demagogia de siempre.
Entre tanto conflicto, los números económicos gritan lo que el gobierno intenta callar. La inflación ha golpeado más fuerte de lo que admiten las cifras oficiales. Las reservas internacionales están en su punto más bajo en décadas. El desempleo aumenta mientras las empresas luchan por sobrevivir. La informalidad se ha convertido en la regla, no en la excepción, y la fuga de capitales es una realidad que los ministros niegan con una sonrisa forzada. Pero la gente no necesita ver los indicadores macroeconómicos para saber que el dinero alcanza cada vez menos, que las oportunidades escasean y que el futuro se siente más incierto que nunca.
Y si la economía se tambalea, la política no está mejor. Esta semana, el Partido Comunista Marxista Leninista decidió dar la espalda a Arce y alinearse con Evo, tachando al presidente de traidor y derechista. La izquierda, que alguna vez se presentó como un bloque unido, ahora es un campo de batalla donde todos se acusan de ser la nueva versión del neoliberalismo que tanto decían combatir. Mientras Evo y Arce se atacan mutuamente, los partidos tradicionales intentan pescar en río revuelto sin ofrecer nada nuevo. Es la misma política de siempre: promesas vacías, discursos reciclados y una desconexión total con la realidad que vive la gente.
La Asamblea Legislativa es otro circo: los evistas y arcistas se tiran piedras, bloquean créditos internacionales, paralizan cualquier intento de salida. La oposición, por su parte, parece una barra de espectadores que solo grita cuando hay cámara. Nadie está pensando en el país, todos están calculando cómo sacar ventaja de la crisis. Y mientras ellos juegan, la gente se cansa. Se cansa de esperar, de aguantar, de hacer cola por lo que antes se conseguía sin problemas. Se cansa de que le digan que todo está bien cuando la realidad es que nada está bien.
Se nos viene el Bicentenario y en lugar de celebrar, estamos contando los días para ver hasta dónde aguanta este desastre. Los que se autoproclaman líderes siguen mirando el poder como si fuera su derecho divino, mientras el país se hunde en una incertidumbre que ya no se mide en encuestas, sino en la angustia cotidiana de la gente. Nos prometieron el ‘proceso de cambio’, pero lo que nos dejaron es el ‘proceso de colapso’. Y ahora quieren que volvamos a creer en ellos.
¿Hasta cuándo?