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Del miedo a la luz que da sentido a la vida: Halloween, Todos los Santos y Día de los Difuntos

Mirna Luisa Quezada Siles

En medio de una realidad marcada por la crisis económica, la falta de empleo y la incertidumbre social, las celebraciones que llegan con el fin de octubre y el inicio de noviembre adquieren un significado distinto. En Bolivia, donde la inflación y el desánimo se hacen sentir en muchos hogares, hablar de esperanza puede parecer un lujo. Sin embargo, entre las calabazas, los disfraces y los altares familiares, aún late una invitación profunda que consiste en pasar del miedo a la luz.

El sacerdote pasionista Gregorio Arreaga, párroco del Señor de la Exaltación, reflexiona que “Halloween no nació para celebrar el miedo, sino para preparar el corazón a la santidad”. Con voz serena, recuerda que el sentido original de esta fecha era la víspera de Todos los Santos -All Hallows’ Eve-, un momento de preparación espiritual. “El problema no es la alegría ni los caramelos -añade- sino la normalización de lo oscuro. El cristiano no se disfraza de aquello que Cristo venció”.

En un país donde muchos enfrentan miedos reales como la pérdida del empleo, la inseguridad o la incertidumbre del mañana, sus palabras adquieren otro peso. “El enemigo de Dios no es un juego”, advierte. Por eso, añade, estas fechas también pueden ser un espacio para educar en la fe y redescubrir el valor de la luz sobre la oscuridad.

El 1 de noviembre, la fiesta de Todos los Santos, llega como un respiro en medio de los problemas cotidianos. Es una jornada que celebra a los hombres y mujeres que, sin ser perfectos, vivieron el evangelio con fidelidad. “Ellos no fueron superhéroes -explica el padre Arreaga- fueron personas comunes que amaron a Dios en lo cotidiano: padres de familia, jóvenes, trabajadores, niños. La santidad no es un lujo, es una vocación posible hoy”.

Esa afirmación cobra fuerza en un contexto donde el éxito se mide muchas veces por la riqueza o la fama. La vida de los santos recuerda que la verdadera felicidad nace del amor, del perdón y del servicio, valores que hoy parecen olvidados; pero que siguen siendo los únicos capaces de reconstruir la confianza y el tejido social. En medio de las dificultades económicas, la santidad cotidiana, esa que se expresa en la solidaridad y la coherencia, se convierte en una forma silenciosa de transformar el país.

El 2 de noviembre, Día de los Fieles Difuntos, invita a mirar la muerte con fe, no con miedo. En los cementerios de Bolivia, las familias adornan las tumbas con coloridos arreglos, mientras en los hogares preparan mesas con masitas, flores y velas que son mucho más que tradición, son gestos de amor y esperanza. “Recordar a nuestros difuntos no es un acto de tristeza, sino de comunión”, explica el padre Arreaga. “Cuando rezamos por ellos, decimos con el alma: no te olvidamos, te amamos. Y confiamos en que un día nos reencontraremos en Dios”.

Esa fe sencilla, vivida entre oraciones, pan de alma y música popular, sostiene a un pueblo que no se rinde ante las dificultades. Los cementerios se llenan de vida porque la memoria se convierte en esperanza. El amor -dice el sacerdote- “es más fuerte que la muerte y también más fuerte que cualquier crisis”.

Así, estas tres fechas, Halloween, Todos los Santos y el Día de los Difuntos, se enlazan en una misma enseñanza: la luz siempre vence a la oscuridad. Mientras el mundo se disfraza de miedo, el cristiano se reviste de fe. Mientras algunos celebran la oscuridad, otros encienden la luz de la esperanza.

Cuando en Bolivia se buscan salidas para la su crisis y las personas se sienten sumidas en la incertidumbre, celebrar la vida, recordar con amor y mirar al cielo con confianza es más que una tradición religiosa, es un gesto de humanidad. Halloween pasará, las modas cambiarán, pero la fe, la memoria y el amor eterno permanecerán.

“Fuimos creados no para el miedo, sino para la eternidad”, recuerda el padre Arreaga. Y en medio de un tiempo sombrío, esas palabras suenan más fuertes que nunca.

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