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Debates insípidos

Mariana Prado, mordaz; Juan Carlos Medrano, innecesariamente agresivo; J.P. Velasco, sin ninguna idea propia; José Luis Lupo, el mejor de los cuatro, pero sin un nivel sobresaliente. Tibio, diría yo.

Mucho ruido para tan pocas nueces. Quienes estamos interesados en la política, y particularmente en el proceso eleccionario cuyo fin se aproxima, esperamos los debates (que tendrían que haber sido obligatorios) para que el elector haga una votación informada, pero el que hubo de vicepresidenciables no estuvo encuadrado en los parámetros de una verdadera contrastación de ideas. Andrónico Rodríguez boicoteó un proyecto de ley que tiene esa finalidad, porque ni Evo ni él están capacitados para sostener una discusión edificante en ningún área.

Los dos primeros debates de candidatos a la presidencia, organizados por dos cadenas televisivas, y el recientemente promovido por Unitel, destinados a los mejor posicionados aspirantes a la Vicepresidencia, dejaron más dudas que certezas, sobre todo este último que contó con la participación de los acompañantes de Andrónico, Manfred, Tuto y Samuel, pues se dedicaron a lanzarse recíprocamente dardos descalificadores, aun cuando Lupo fue el menos malo del panel. En general, cada uno se atrincheró en su podio para hablar mucho y decir poco.

Empero, las deficiencias del debate televisado reservado a los aspirantes a la Vicepresidencia, a nuestro juicio, dada la importancia que tienen en las campañas electorales, y para los ciudadanos que tienen derecho a estar informados, obedecen a la inexistencia de una normativa reglamentada que prevea su verificación y, en la medida de lo posible, establezca un marco de respeto junto a los principios de pluralismo, igualdad, proporcionalidad y neutralidad. Pero tampoco tendrían que exceder de más de dos candidatos, porque con un número mayor, se vuelve un formato inviable para la confrontación efectiva de discursos, siempre, claro, que se programen otros debates bilaterales o se proporcione información compensatoria suficiente con los demás candidatos y amparados en las encuestas que, al fin y al cabo, con sus márgenes de error previsibles, son el único referente científico reconocido. Es la línea que están siguiendo las regulaciones de varias legislaciones en esta materia en países donde, como el nuestro, abundan las aspiraciones de tomar el poder democráticamente.

Mariana Prado no ha podido ocultar su nerviosismo advertido a leguas por el lenguaje corporal casi irrespetuoso que durante todo el programa dominó su postura y que —a no dudar, cala hondo en la memoria del televidente—. Sus cambios repentinos de expresión facial y gesticulaciones inamistosas fueron un vehículo de comunicación más expresivo que sus propias palabras, las cuales evadieron todas las preguntas, tanto de sus colegas como las que le formularon la conductora y algunos seguidores del programa a través de las redes sociales. No quiso responder nada porque, haciéndolo en uno o en otro sentido, la panelista consideró que de todas maneras iba a significar darse un tiro en el pie.

Juan Carlos Medrano podría obtener mejores resultados de un buen manejo de datos estadísticos que parece tener. El ímpetu innecesario que exhibió lo perjudicó notoriamente en tanto se enfrascó, con un no recomendable tono insistiendo en una pregunta con que, primero, perdió sus tiempos y, después, casi los estribos, sobre un tema del que Lupo ya había respondido.  J.P. Velasco confirmó que no está preparado para asumir el mando de la Asamblea Legislativa Plurinacional. Un guion escrito y leído indistintamente como respuestas a preguntas con las que no guardaban ninguna relación fue parte del contexto de un debate al que prácticamente no aportó nada. Leer con puntos y comas tanto preguntas como respuestas que probablemente ni él sepa su contenido intelectual no es carta de presentación favorable para nadie. Lupo tuvo una menos que aceptable intervención, sin desconocer que fue el menos malo.

Como ninguno de ellos —sobre todo Mariana Prado— respondió lo que se les preguntaba, cabe hacer una observación: el formato de ese debate también adolecía de deficiencias que desvirtuaron la esencia de un foro como el que nos ocupa, pues al no haber la posibilidad de réplica y dúplica, las respuestas dejaron en la misma incertidumbre al televidente que antes de que el programa comenzara.

Augusto Vera Riveros es jurista y escritor

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