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De vinos y cafés, el espíritu de la poesía

Homero Carvalho Oliva

María Farazdel, conocida como Palitachi, es una poeta dominicana radicada en New York, que publica libros en español tanto en Estados Unidos como en la República Dominicana. Además de los suyos, ha publicado varias antologías de poesía y de ficción. En las antologías de poesía están incluidos más de cientos de poetas de América latina y el mundo; así como cientos de narradores en las de ficción. María afirma que sus compilaciones tienen el “objetivo concreto de unir las voces canónicas y contemporáneas con voces emergentes para la finalidad de ir más allá de donde son conocidas”.
Hace unos años reseñé su trilogía Voces de América latina y ahora lo voy a hacer con dos antologías temáticas que me acaban de llegar: Voces del vino, publicada por Books&Smith y Voces del café, publicada por Nueva York Poetry Press. Al igual que las anteriores he disfrutado de la selección de los textos, florilegio en el que la poeta dominicana se luce siempre.

De vinos y cafés, el espíritu de la poesía

La del vino se abre con estos versos que bien pueden servir como portal para las dos sendas selecciones “Dame café / para cambiar las cosas que puedo/ y/ dame vino/ para aceptar lo que no puedo cambiar”, en cada una de ellas Palitachi ha incluido a decenas de poetas, mujeres y hombres del mundo entero.

En Voces del vino, Palitachi, convertida en catadora, afirma: “La literatura y el vino son dos campos conceptuales que están estrechamente vinculados. Para elaborar un vino de calidad es preciso hacer un buen trabajo en el viñedo. De igual forma ocurre con la literatura: Una buena obra es el producto de un proceso de elaboración extensa y meticulosa en el transcurso del cual las generaciones de escritores aprenden el oficio de estimular el bouquet de sus palabras”.

Entre los poetas “catadores de versos” están, entre otros vates, el italiano Emilio Coco, el costarricense Juan Carlos Olivas, la mexicana Chary Gumeta, la siria Malak Mustafa Soufi, el español Juan Carlos Mestre, la turca Ayten Mutlu, la argentina Mar Russo, los uruguayos Rafael Courtoisie y Saúl Ibargoyen, quien nos recuerda que “El vino es/el cielo del infierno”, entre los bolivianos estamos Kori Bolivia Carrasco, Puki Gutiérrez y mi persona.

Palitachi cierra su embriagador prólogo con unos apropiados versos de Charles Baudelaire “Uno siempre debe de estar borracho. / Eso es todo lo que importa…/ ¿Pero de qué? /De vino, de poesía o de virtud, /como desees, / pero emborráchate”. Yo quiero cerrar esta primera parte de mi doble reseña con “Haiku del vino”, del panameño Porfirio Salazar: “Dios en mi copa. / En la tarde reposan:/ piel, vino y pan.”

Voces del café

En el prólogo de esta antología al elixir del grano rojo Palitachi aclara: “El proceso de madurez del café -como el de un verso de altura- consiste en madurar su fruto por medio de sorbos y de los granos recolectados. Al igual que el poema, cuando el café se seca se van las impurezas atadas a su deshecho, luego se seleccionan los granos que hayan sobrevivido a la caída de la última partícula de despojo, para ser almacenados en sacos de yute, mientras el poema sobrevive a la muerte de quien lo hilvana y depura. Acerca de la rueda de sabores de café, al igual que ocurre con los versos, los hay ácidos, finos, fuertes, amargos y de extensa variedad y mezclas. Los granos de café, deben de ser tostados para mantener su color y características, así como también el poeta preserva la esencia de su obra dejando el poema madurar. (…) En las páginas de Voces del Café encontramos poemas que llevan la esencia del amor aromático y achocolatado, hacia muchas vidas. De un barista nace una taza de café con la tinta y el papel que la trasporta como el aroma que se abraza hasta donde no llegan los labios. El café y el poema poseen una intimidad que se ha convertido en cultura; donde ambos se validan entre sí por el concierto de un nuevo despertar. Encontramos una estrecha relación entre esta exótica bebida y los seres humanos. Una leyenda conocida tanto por musulmanes como por cristianos nos relata la historia de un profeta enfermo, al que el Arcángel Gabriel, le devolvió la vitalidad con un elixir tan oscuro como la “Piedra Negra de la Meca”.

Los cafés fueron una especie de respuesta de las ciudades, que cada día crecía más, a la necesidad de la gente por aliviar el perverso abandono que impone la rutina diaria; los orígenes de este tipo de establecimientos se remontaban a los siglos XV y XVI en la ciudad de La Meca, en la que la bebida era privilegio de los derviches, hombres místicos que la ingerían durante la vigilia espiritual. Un dato curioso es que, en 1510, los cafés, al convertirse en centro de reunión de todo tipo de gente, perjudicaban el culto religioso de las mezquitas y hacían que los creyentes olvidaran sus deberes religiosos distraídos por conversar. Las autoridades ordenaron el cierre, prohibición que, por supuesto, dio origen a la apertura de más locales. De La Meca había pasado a la mítica Estambul en la que se han recogido testimonios de ciertos balcones cubiertos con pabellones denominados “Xiosk” en los que “los turcos acostumbran ir a beber café y fumar tabaco”, comparando a los mismos con casas de placeres. Aún se discute si el origen de café, que viene del vocablo latino “caffe”, deriva del turco “cahvé” o del árabe “kahwe” y de allí a Europa fue un paso en el tiempo, luego a América.

Esta antología incluye, entre otros poetas de gran calidad, al egipcio Mohamed Al-Ashry a la turca Hilal Karahan, a la ecuatoriana Ivonne Gordon, al chileno Enrique Winter, al panameño Javier Alvarado, al peruano Roger Santiváñez, al nicaragüense Marvin Salvador calero, la mexicana Patricia Camacho Quintos, al hondureño Dennis Ávila y entre los bolivianos estamos Claudia Vaca y mi persona. De la colombiana Martha Elena Hoyos copio su poema “Hazme el café: Germíname/ Almacígame/ Siémbrame/ Riégame/ Coséchame/ Desmucilagíname/ Ferméntame/ Lávame/ Soléame/ Tríllame/ Tuéstame/ Muéleme/ Cuélame/ Olfatéame/ ¡Bébeme…!”, toda una invitación a disfrutar de sus placeres.

O este otro poema de la argentina María Leguizamón “Escena: la taza de café/ y apenas leche/ casi sin azúcar/ mi padre”.
Gracias querida María Palitachi por tu incansable labor de compiladora que nos une y nos integra.

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