Cuando alguien le infama, insulta o golpea, usted tiene dos opciones: infamar, insultar y golpear más fuerte o, pasar por alto el agravio y seguir adelante. Siempre estoy abierto a la crítica para mejorar, siendo respetuosa y constructiva -bienvenida- sabiendo que poner por escrito las ideas es un privilegio, pero una gran responsabilidad también, ya que lo escrito -bueno o malo- escrito está.
Doy gracias a Dios por poder compartir libremente mis columnas semanalmente, con propuestas para forjar una Bolivia digna y soberana con buena salud, educación y oportunidades para todos; un país con menos pobres; autosuficiente -lo más posible- en base a la inversión, sobreproducción y la exportación, para generar con ello empleos dignos y sostenibles en el tiempo.
Pero, lamentablemente no todos entienden esto y hasta se oponen a ello, por lo que en su ignorancia (lo que no es pecado) o en sus egoístas intereses (lo que sí es pecado), a falta de argumentos recurren al recurso de denigrar, como si ello fuera suficiente para apagar la luz de las ideas y mantener al país en tinieblas.
Digo esto en relación a mi última Columna titulada “El abrazo del sombrero de saó al poncho rojo”, cumpliéndome agradecer el gran respaldo recibido por las redes, especialmente a través de la página de “EL DEBER”, con más de 2.700 Likes, más de 400 comentarios y más de 300 veces compartida. ¡Muchísimas gracias!about:blank
Pero como la excepción confirma la regla, no faltó uno a quien no le gustó lo escrito y sacó lo que está dentro de su corazón, desmereciendo el pacto entre los agroproductores del Oriente (Santa Cruz) y Occidente (Achacachi), el gran abrazo entre los andes y los llanos, como siempre debió darse entre hermanos.
Triste reacción cargada de adjetivaciones e imprecisiones, como queriendo tapar el sol con un dedo y pasar por alto esas dos realidades tan distintas que no derivan de usar un poncho o un sombrero, pero que se pueden mejorar ayudándose unos a otros a luchar contra un enemigo común: la pobreza.
¿Qué otra necesidad tendrían los productores del campo del Oriente -mayormente “Migrantes bolivianos exitosos en la agricultura cruceña” (película del año 2010)- sino, ofrecer su conocimiento a los hermanos de Occidente para compartir su visión, cambiar paradigmas y encaminarlos por la senda de la superación? ¿Acaso la insistencia de antagonizar el sombrero de saó con el poncho rojo apunta a consagrar el “derecho” de los pobres a seguir siéndolo?
¿O es que, acaso, el atacar al agronegocio y defender el minifundio con su arado egipcio, tiene que ver con querer perpetuar la pobreza y conspirar así contra una mejor calidad de vida en el campo? ¿Alguien en su sano juicio podría oponerse a usar la ciencia, la tecnología y las buenas prácticas agrícolas para bajar costos, subir la productividad y aumentar los ingresos en el Altiplano?
Un padre que ve sufrir de hambre a sus hijos o padecer múltiples necesidades, nunca se opondría a ello, pero sí, quienes estando apoltronados en su zona de confort, elucubran, sindican y se ensañan contra los productores del agro del Oriente, sin ellos producir absolutamente nada, salvo su retórica…
La ideologización, el apasionamiento político y la pérdida de objetividad, a la hora de las propuestas de mejora, explican el atraso económico de dicha región, cuando los que deberían decidir sobre su futuro son quienes podrían beneficiarse del generoso abrazo ofrecido por el sombrero de saó…
Finalmente, volviendo a lo de la crítica ponzoñosa y el ataque, se atribuye a Gandhi el haber dicho una vez, que si la práctica fuera el ojo por ojo, todo el mundo acabaría ciego; mientras que Charles Spurgeon -el Príncipe de los Predicadores- sentenció: “Devolver mal por bien, es actuar como Satanás; devolver mal por mal, es actuar como las bestias; devolver bien por bien, es actuar como los hombres; devolver bien por mal, es actuar como un hijo de Dios”. Así que, sin rencores; más bien, aprovecho para mandar un gran abrazo y bendiciones, a todos mis lectores.
Gary Antonio Rodríguez es Economista