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De nada me arrepiento

La memoria es el hogar del tiempo y a veces es su sepultura. Con el paso del tiempo, todo tiende a quedar atrás y borrarse hacia el futuro, pero el futuro es incierto; por eso es verdad que “cuando decimos todo tiempo pasado fue mejor, estamos condenando el futuro sin conocerlo” (F. de Quevedo). Lo cito porque, al acabarse el año, nace una nueva incertidumbre respecto a lo que nos espera. Y, en lo que se refiere al país, al que me referí en mi anterior columna, más allá de mis percepciones contenidas en ella, pude estar equivocado, pero eso es lo que aún siento que va a ocurrir. Por eso, porque supone un avance, el paso del tiempo es un fenómeno desconcertante, pero también porque supone dejar atrás situaciones gratas y avanzar a la decadencia que viene con los años, si nos circunscribimos a lo que los hombres, en lo individual, hicieron, dijeron o pensaron antes de ahora.

Aquello de que a escribir se aprende escribiendo es una verdad, aunque yo diría que parcial, porque en el campo del columnismo no sólo hay que aprender a escribir respetando las reglas de la gramática: además hay que estar compenetrado de todo lo que sucede en nuestro alrededor, si se quiere referir a algún tema en específico, incluso de la historia, si algún periodo o hecho muy concreto de ella pretende abordarse en solo unas cuantas líneas, que son las que los medios escritos nos permiten. Simplemente ninguna opinión es merecedora de ser leída si, a pesar de ser impecable formalmente, carece de sustento en las ideas expuestas y no logra persuadir, aunque sea a un lector, sobre la posición de quien la escribe. En el caso del suscrito, a lo largo de todo el 2023, y en realidad de todos los años en que vengo escribiendo, es fundamentalmente crítico porque emite juicios sobre uno o varios hechos, tratando de no caer en la injusticia de traicionar el equilibrio que debe primar incluso en este género de periodismo, porque opinar no significa publicar ideas que solamente van a poner de manifiesto lo execrable de quien ideológicamente con él no comulga, sino también lo que de sus detractores hay de bueno.

Fueron algo más de cincuenta artículos que publiqué y varios trabajos en otro formato, en temas culturales, históricos, literarios y aun religiosos en 2023, en otro medio de prensa mientras estuvo en circulación hasta hace algunos meses en el país. Y como la necedad no permite cambiar de opinión, los columnistas pueden y es legítimo hacerlo respecto a lo que en un tiempo han escrito. No hay nada de censurable en eso. Lo criticable sería que, aun existiendo un arrepentimiento íntimo de lo que se dijo de forma escrita, no se rectifique lo aseverado de la misma manera. Plausible es, entonces, que un columnista serio haga un mea culpa de su error o simplemente de su cambio de opinión que en su momento atendía a sus convicciones.

En mi caso, hago una retrospección, miro por el espejo retrovisor y me remonto al 1 de enero de 2023, en que publiqué el primer artículo de opinión de la gestión, y de ahí en adelante hasta el que le precede a éste, y no me arrepiento de nada, porque todo lo hice con plena convicción, honestidad de intelecto y libertad de conciencia.

Me pareció oportuno, en este último del año, hacer esa reflexión, por dos razones: la obviedad del calendario que tradicionalmente nos compele a sintetizar el año, y luego que la última Navidad no pude, como también es tradición, compartir con mi familia el inefable sentimiento de nostalgia que me provoca este recordatorio del nacimiento Divino. Comí un plato tradicional de la fecha, muy fastidiado por los síntomas que todos a estas alturas ya conocemos. Pasé las doce del 24 como nunca antes, en brazos de Morfeo, y el mismísimo día de la natividad más heroica, la única que fue fruto del amor ágape, después de deambular por algunos sitios donde creía poder hallar ayuda, finalmente una prueba antígeno nasal dio positivo al COVID (ómicron).

Mi estado de convalecencia, afortunadamente favorable, me indujo a este artículo que puede parecer soberbio y carente de autocrítica. Es que pude haberme equivocado no una sino varias veces en este año, pero para reconocer al menos un cambio de opinión, no es que me falte valentía o me sobre cinismo; es que simplemente no hallo incongruencia entre lo escrito y mi conciencia.

Augusto Vera Riveros es jurista y escritor

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