De: Homero Carvalho Oliva / Para Inmediaciones
El año 2010, fui invitado al Festival Internacional de Poesía de Medellín, un acontecimiento del cual ya tenía memoria por los testimonios de algunos poetas bolivianos que me habían hablado con admiración y asombro. Al llegar al hotel, donde nos hospedaron a cien poetas de los cinco continentes, nos entregaron un texto que, entre cosas, decía: “Cuando el espíritu humano es minado por el fuego cruzado de la muerte, la poesía lo revive. Desde los albores de la humanidad la poesía fue congregación, celebración de la existencia, iniciación en los misterios y dulce transmisión del conocimiento. Los humanos descubrieron así las potencias de su espíritu, su capacidad creadora y el poder transformador del lenguaje. La esencia humana está encarnada en su condición dialogante y en su intercambio simbólico, que desarrolla una singular conciencia y valoración de la existencia”.
Este Festival ha contribuido en la construcción de escenarios de coexistencia pacífica, mediante las acciones poéticas congregacionales y formativas, promoviendo el respeto por el otro y respetando las diferencias. Lograr eso en un país como la Colombia de la década de los noventa, devastada por la guerra y el narcotráfico, era esencial y necesario. Los organizadores del Festival, Fernando Rendón y los poetas de la revista Prometeo entendieron que la poesía es, básicamente comunicación y que alcanza su esplendor al contacto entre los seres humanos, convirtiéndose en un medio de convivencia. Así lo explican ellos: “En 1991, sin embargo, en medio de las bombas, mientras el tenebroso minutero seguía su marcha, 13 poetas colombianos, convocados por la revista Prometeo, se reúnen en la ciudad con el «utópico» objetivo de estrechar los límites del crimen y de empezar a construir una ciudad para la vida. Y resulta que la vida estaba ahí, vivísima: un pueblo salió a las calles, a congregarse alrededor del más alto de los diálogos: el que nos propone la poesía. Fue el I Festival de Poesía de Medellín”, este año el festival celebró su vigésima octava edición.
La poesía nos ayuda a la meditación y a la reflexión acerca de la vida misma. Por eso la poesía no puede ser únicamente un objeto del intelecto, una cosa académica, sujeta a interpretaciones científicas. La poesía, por su carácter humano está más cerca de la magia que de la ciencia, más cerca de los sentimientos que de la razón. Y el poema puede convertirse en un puente sensorial entre el autor y el lector, de tal manera que se confundan en ese vínculo casi sagrado en el que el lenguaje da cuenta del ser humano y el ser humano da cuenta del lenguaje.
Ese es el menaje de un cuento de Jorge Luis Borges Titulado De la salvación por las obras: “En un otoño, en uno de los otoños del tiempo, las divinidades del Shinto se congregaron, no por primera vez, en Izumo. Se dice que eran ocho millones pero soy un hombre muy tímido y me sentiría un poco perdido entre tanta gente. Por lo demás, no conviene manejar cifras inconcebibles. Digamos que eran ocho, ya que el ocho es, en estas islas, de buen agüero. Estaban tristes, pero no lo mostraban, porque los rostros de las divinidades son kanjis que no se dejan descifrar. En la verde cumbre de un cerro se sentaron en rueda. Desde su firmamento o desde una piedra o un copo de nieve habían vigilado a los hombres. Una de las divinidades dijo: Hace muchos días, o muchos siglos nos reunimos aquí para crear el Japón y el mundo. Las aguas, los peces, los siete colores del arco, las generaciones de las plantas y de los animales, nos han salido bien. Para que tantas cosas no los abrumaran, les dimos a los hombres la sucesión, el día plural y la noche una. Les otorgamos asimismo el don de ensayar algunas variaciones. La abeja sigue repitiendo colmenas; el hombre ha imaginado instrumentos: el arado, la llave, el calidoscopio. También ha imaginado la espada y el arte de la guerra. Acaba de imaginar un arma invisible que puede ser el fin de la historia. Antes que ocurra ese hecho insensato, borremos a los hombres. Se quedaron pensando. Otra divinidad dijo sin apuro:
Es verdad. Han imaginado esa cosa atroz, pero también hay ésta, que cabe en el espacio que abarcan sus diecisiete sílabas. Las entonó. Estaban en un idioma desconocido y no pude entenderlas. La divinidad mayor sentenció: Que los hombres perduren. Así, por obra de un haiku, la especie humana se salvó”.
Para recordar las potencialidades de nuestra naturaleza humana habría que leer un haiku del maestro Matsuo Basho: Este camino/ nadie ya lo recorre, / salvo el crepúsculo”, para volver a recorrer el camino de poesía que nos integre y volvamos a mirarnos a nosotros mismos en los ojos y en las palabras del otro.