El escritor y académico demuestra su clarividencia y elegancia con un ensayo que estudia el lenguaje como matriz ontológica y no como mero apéndice de nuestro devenir como especie.
Rafael Narbona
La palabra no es un simple espejo del mundo, sino una fuerza creadora. En Poderes de la palabra, Darío Villanueva reúnen doce ensayos que estudian el lenguaje como matriz ontológica y no como mero apéndice de nuestro devenir como especie. Los sofistas entendieron que la palabra, invisible y abstracta, rebasa el poder de cualquier ejército, pues solo ella establece qué es verdadero. La Retórica, una disciplina que se asocia al pasado, ha revivido con las nuevas formas de comunicación digital.
Frente a los grandes relatos que esbozaban una interpretación ilustrada del hombre y la historia, se ha impuesto un pensamiento débil, emocional y falaz. Todo es lenguaje, incluso el propio yo. El auge de la autoficción evidencia que la verdad y la imaginación ya no son territorios deslindados, sino continentes que se han fundido, alumbrando un espacio único y refractario a los límites.
Villanueva explora las relaciones entre la literatura y el derecho, señalando que ambas disciplinas comparten “la capacidad casi taumatúrgica de crear” la realidad. Algo semejante sucede con la publicidad. Tras contrastar carteles publicitarios, algunos francamente divertidos o insólitos, con los hipnóticos caligramas de Mallarmé, Villanueva concluye que la literatura es, como dijo Machado, “palabra esencial en el tiempo” y la publicidad, un fogonazo efímero y banal.
McLuhan profetizó mucho de lo que estamos viviendo. En cierto sentido, el mundo se ha encogido. Ahora la información llega de forma instantánea a todas partes. La familia humana ha vuelto a ser una tribu. McLuhan se equivocó al vaticinar la extinción del libro, pero acertó al describir la aparición de una nueva era digital. La Galaxia Internet ha multiplicado los canales de difusión de la literatura, pero también ha banalizado el fenómeno creador, promoviendo las obras de usar y tirar.
El público cada vez manda más y eso podría provocar que la cultura del ocio suplantara a la verdadera literatura. Por otro lado, muchos se preguntan si internet reemplazará a los maestros. Villanueva afirma que las bibliotecas siempre serán el recinto privilegiado del aprendizaje. Internet ofrece muchas oportunidades, pero sin la tutela de buenos maestros solo produce “infocaos”.
Por otra parte, la proliferación de idiomas no es una maldición bíblica, sino una fuente de riqueza. Villanueva no escatima elogios al castellano, pero al mismo tiempo considera que nuestro Estado plurilingüe es uno de nuestros mayores logros históricos.
Villanueva no escatima elogios al castellano, pero al mismo tiempo considera que nuestro Estado plurilingüe es uno de nuestros mayores logros históricos
Poderes de la palabra se cierra con una contundente y necesaria crítica de la corrección política, una forma de censura alumbrada por la posmodernidad especialmente perversa, pues no la ejerce el poder político, sino un paradigma cultural que se disfraza de tolerancia. La corrección política es el nuevo jacobinismo. Sueña con una sociedad gobernada por una “ingeniería semántica” que amolde el idioma a consignas políticas.
Villanueva demuestra una vez más su clarividencia y su elegancia con un ensayo que constituye una hermosa y necesaria defensa del uso razonable de la palabra, la invención más asombrosa del ser humano. Sin ella, aún viviríamos en las tinieblas del instinto.