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Cuento de Ludwig Ángel Valverde Botello

La mirada

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La serpiente se paró frente a su presa. La rata, segura de que había visto antes a la misma serpiente, recordaba haberse encontrado en similar situación, en la huida que separa la libertad del encierro y que, al mismo tiempo, une al perseguido con el perseguidor en el ritual interminable de la sobrevivencia. La mirada de ambas congelaba el instante. Un témpano de hielo entre el encierro de la rata y el inmediato ataque de la serpiente envolvía el momento. Estar frente a la serpiente, causante de los pecados más remotos, significaba para la rata, el acabose de una errante vida.

            Un reptar apresurado por caminos que forman circunloquios, incluso dentro de un propio espacio, es capaz de desplegar incesante un cuerpo y una forma. En el caso de la serpiente, de forma larga y ondulada, el movimiento del cuerpo se extiende a una velocidad insospechable, que iguala la rapidez de las cuatro patas de la rata que, se supone, tiene por esto, alguna ventaja. A la serpiente, que no tiene manos para coger el fruto con qué alimentarse, le basta con extender la triangular cabeza y la bifurcada lengua para marear al adversario. Hipnosis que hace suponer a la presa, último festín del momento, que es la coronación del esfuerzo. Al escapar, pensaba la rata: “el último destino no es un sepulcro parcial y vacío”. Había que buscar lugares comunes para morir. Para la rata, el mundo tenía espacios engañosos, lugares triviales a las víctimas y a los verdugos. Cualquier huida, por sobrevivir, podía encerrar el ritual más hermoso.

            La rata pasaba de breves estepas a pequeños bosques, cruzaba riachuelos y entraba en los huecos que encontraba; la serpiente aparecía enseguida en los espacios que escogía la rata, tan rápido que parecía volar. Una competencia de velocidad para medir quién era quién al momento de definir el paso próximo, el último destino.

            Ambas, presas del eventual desvarío de encontrarse frente a frente, comprendían el inevitable placer de entrar en el cuerpo del otro, la fagocitosis que por instinto conocen las serpientes y las ratas. Si se atrapa a la presa se la engulle viva y el desmenuzamiento viene después, en el trayecto de tragar, que en las serpientes se hace espectacular por las contracciones del tubo muscular que conforma su aparato digestivo y por el movimiento torpe de la presa que todavía viva se introduce retorcida y mojada en aquel túnel sin salida, en el hueco oscuro que tritura la materia. Discerniendo esto, la rata no podía ser el único alimento del día y menos podía ser el último sepulcro solitario. Sabía que después del último hueco estaban las arenas movedizas.

Después de ello, Eva se puso de espaldas, se dio la vuelta y saltó cuando yo entraba en su cuerpo como el último bocado.

Biografía

Politólogo y Literato (La Paz, Bolivia). Ha publicado diversos trabajos en periódicos y revistas. En poesía es autor de los libros: El jaguar del cenotafio (La Paz, 1996 y 2018)y La ciudad del jaguar (La Paz, 2018). Partidario de la “literaturización” de la realidad humana.


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