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Cuento de Homero Carvalho Oliva

Una noche con Neruda y Anna Nicole

Para mi vecina de hace 50 años, porque al verla acostada boca abajo en su terraza, creía que el sol salía solamente para iluminar sus incomparables nalgas.

Tenía casi quince años cuando descubrí a Pablo Neruda y conocí a Anna Nicole Smith. Al poeta del amor me lo presentó mi padre y a la que sería la dueña de mis fantasías eróticas la vi, por primera vez, en un puesto de revistas y estuve, varios días, merodeándola hasta que me decidí a acercarme para conocerla mejor. Ambos encuentros fueron prometedores: Neruda simbolizaba la posibilidad de enamorar con las palabras y Anna Nicole la de enamorarse. Sentí que había cierta química entre ambos y lo comprobé cuando fui seducido por los veinte poemas de amor y cuando ella se convirtió, definitivamente, en el objeto de mis crecientes y arrolladores deseos sexuales. “Está en la edad del burro”, me disculpó mi madre ante unos azorados parientes que me vieron mirando lascivamente a mi prima María Eugenia, que de un día para otro se había hecho toda una mujer. La culminación de mis devaneos sexuales llegó, una noche, mientras leía el poema Uno del libro “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”: “Cuerpo de mujer”, leí y allí, a mi diestra, estaba ella ofreciéndose desnuda para mí. “Blancas colinas”, dije en voz alta y miré anhelante sus enormes senos coronados por dos perturbadores pezones rosados, erguidos y desafiantes, dispuestos para que mis atrevidas manos suban poco a poco y bajen por ellos como deslizándose en cámara lenta, acariciando las níveas montañas y deteniéndose en aquellas rojas cerezas del alto pastel que repetía su cumbre desafiando todos los deseos. “Muslos blancos”: sus piernas parecían un par de columnas romanas apenas sostenidas por puntiagudos tacones. “Te pareces al mundo en tu actitud de entrega”: la miré ansiosamente y ella adivinó lo que quería y se dio la vuelta y vi, deslumbrado y satisfecho –como seguramente Moisés lo estuvo ante el milagro del Mar Rojo–, que el mundo se partía en dos perfectas mitades. Le reproché al poeta no haber incluido una pequeña oda o alguna metáfora a las nalgas y, volviéndolas a mirar, juzgué que quizá no era necesario: este culo es un poema, me dije y volqué la página para seguir en mis afanes lúdicos. Ella siguió sumisa y sin remilgos, entregándose a la lujuria de mis manos salvajes que la socavaban como si yo fuera un labriego haciéndole saltar un hijo, declaré parafraseando al poeta; un fruto de esa tierra albina que mostraba todo su esplendor en la rubia mata rizada como si fuera un delta de filamentos dorados y se perdía, pícaramente, entre sus piernas escurriéndose en una tierna zanja carmesí e incitándome inevitablemente a penetrarla; a perderme en su interior destruyendo con su descarada y profunda sonrisa vertical todos mis cristianos pudores. Nada podía hacerse ante tamaña hendidura, nada que no fuera seguir adelante. Me entregué a su túnel y lo invadí tan poderosamente que estuve a punto de irme. Así que para contenerme tuve que agarrar mi miembro como un arma, como si fuera una flecha en el arco de mis dedos que la templaban para disparar hacia el centro mismo de su “cuerpo de mujer, cuerpo de piel, de musgo, de leche ávida. Cuerpo de mujer, blancas colinas. ¡Ah, los vasos del pecho! ¡Ah, las rosas del pubis!” Y mis manos siguieron apretando el arma, intentando detenerla para prolongar el gozo, hasta que ya no pude más y exploté. Reventó el embravecido manantial subterráneo que hacía meses buscaba un alivio, como un oprimido geiser de líquido caliente que hallaba su cauce para salir y alcanzar el cielo. Cuerpo de mujer, conejita mía. Todavía la veo, semi aturdido y feliz, rebosante de la tibia leche perlada que ávida buscaba sus muslos blancos y sus blancas colinas para fluir por la superficie, y, aún, la siento entre mis dedos, manando hasta agotarse. Y es entonces que me doy cuenta que “mi sed, mi ansia sin límite, mi camino indeciso”, han sido saciados y para gloria mía y del poeta inmortal ni una gota de mis entrañas había tocado el libro que permanecía a mi izquierda, a diferencia de la revista en cuyas páginas centrales el brillante cuerpo de playmate del año de Anna Nicole no podría quitarse nunca la húmeda mancha de mis veleidades poéticas. Gracias querido Pablo, usted fue los veinte poemas y yo la canción desesperada.

Biografía

Homero Carvalho Oliva, Beni, Bolivia, 1957, escritor, poeta y gestor cultural, ha obtenido varios premios de cuento a nivel nacional e internacional como el Premio latinoamericano de Cuento en México, 1981 y el Latin American Writer’s de New York, USA, 1998; dos veces el Premio Nacional de Novela con Memoria de los espejos y La maquinaria de los secretos. Su obra literaria ha sido publicada en otros países y ha sido traducida a varios idiomas; figura en más de treinta antologías nacionales e internacionales de cuento como Antología del cuento boliviano contemporáneo, The fatman from La Paz e internacionales, como El nuevo cuento latinoamericano de Julio Ortega, México; Profundidad de la memoria de Monte Ávila, Venezuela; Antología del microrelato, España y Se habla español, México; en poesía está incluido en Nueva Poesía Hispanoamericana, España; Memoria del XX Festival Internacional de Poesía de Medellín, Colombia y en la del Festival de Poesía de Lima, Perú; así como en la antología Poetas del Oriente boliviano. Entre sus poemarios se destacan Los Reinos Dorados y El cazador de sueños, inspirados en las tradiciones, leyendas y cosmogonías de los pueblos amazónicos de Bolivia y Quipus en las tradiciones y leyendas andinas. El año 2012 obtuvo el Premio Nacional de Poesía con Inventario Nocturno y el 2013 publicó la Antología de Poesía Amazónica de Bolivia y la Antología Bolivia. Tu voz habla en el viento, que reúne a cincuenta y cinco autores, entre ellos a tres Premios Nobel de Literatura hablando de Bolivia. Es autor de la Antología de poesía del siglo XX en Bolivia, publicada por la prestigiosa editorial Visor de España. Premio Feria Internacional del Libro 2016 de Santa Cruz, Bolivia. En el 2017, La editorial El Ángel, de Quito, Ecuador, publicó su poemario ¿De qué día es esta noche?; el año 2019 la Editorial New York Poetry, de Estados Unidos, publicó su antología poética personal Memoria incendiada y en el 2020 la editorial Buenos Aires Poetry, de Argentina, publicó su poemario Reconstrucción del vuelo. Ediciones Quarks de Perú publicó su libro La evidencia de silencio y la Municipalidad de Lima su antología personal Dimensión del milagro.

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