Es posible que uno de los símbolos más globales y que queden en la historia de esta pandemia sea el uso generalizado del barbijo. Lo que era ajeno, reservado al cuerpo médico o al mundo oriental, ahora es cosa de todos los días. Hemos escuchado información muy precisa, sabemos al menos que existen tapabocas N95 -dicen que son los mejores-, los quirúrgicos y los caseros. Nos enteramos sobre cómo hay que usarlos, cada cuánto cambiarlos e incluso cómo los podemos fabricar.
En mi casa, una de las actividades terapéuticas para distraer el encierro, fue ponernos a construir mascarillas. La dinámica estuvo entretenida, alguien se informó en internet sobre el procedimiento y la forma correcta de su uso, otra persona escogió las telas, una más las cortó y por último las cosió. Salimos en una expedición de prueba a ver si funcionaban como lo planificado. Todo perfecto.
En las calles de París muchos andan con un cubrebocas. Los más sofisticados los compraron por internet y se ve que son muy eficaces. Unos cuantos usan los quirúrgicos que seguramente los consiguieron en otro momento, pues por lo pronto las farmacias tienen pegado un cartel que informa que se encuentran prohibidas de venderlos hasta nuevo aviso (están reservados para el personal hospitalario). Y no faltan aquellos, como yo, que salen con uno hecho por ellos mismos.
Las tiendas, a tono con el sentido comercial del momento, han puesto en sus vitrinas todavía cerradas por instrucción oficial, barbijos caros y glamourosos. Pueden costar de 3 a 20 euros, con modelos elegantes y firma de diseñador. Los modelos son diversos, algunos con preciosas telas africanas, otros de algodón de colores, o con figuras llamativas.
El caso es que el barbijo nos está dando la oportunidad de mirar diferente y de mostrarnos de otro modo. Con el rostro cubierto, sólo vemos los ojos y la frente. ¿Cómo expresar la sonrisa, el cariño, el asombro, la rabia o la simpatía si tenemos la mitad del rostro cubierto? ¿Cómo seducir sin mirar los labios? ¿Cómo decodificar el mensaje del otro? Tendremos que aprender a relacionarnos y expresarnos de otra manera. Como actores profesionales, habrá que afinar los ojos y la parte superior de la cara como el principal medio de comunicarnos.
Muchas cosas se están moviendo en estos tiempos. Hay que aprender a ver diferente, detrás de las telas, a desmenuzar las máscaras, a refugiarse en otros detalles, a transmitir desde la profundidad de la mirada. El desafío es enorme, pero puede ser muy entretenido.