¿Qué pasará con el desfile militar este próximo 23 de marzo en la Plaza Abaroa de la sede de gobierno? ¿Qué dirá el comandante de la Fuerza Naval que espera esta fecha para lucirse al lado del héroe mítico que rechazó el ataque de chilenos a territorio boliviano? Qué dirá el ministro de Defensa rodeado de banderitas azules al son de himnos sentidos y el gran cartelón: “El mar nos pertenece por derecho, recuperarlo es un deber”.
¿Qué palabras podrá pronunciar el ministro de Relaciones Exteriores ante el cuerpo diplomático acreditado en Bolivia? ¿Podrá acaso explicar a un representante latinoamericano que Chile invadió a Bolivia? ¿Invadió? ¿Cómo probarlo si los diputados de su partido no estaban ahí en 1879? ¿Recordará ese funcionario público los diferentes momentos en los cuales las delegaciones bolivianas consiguieron el respaldo de sus pares continentales para intentar sanar una herida abierta el siglo XIX?
¿Podrá volver un primer mandatario boliviano a escenarios internacionales para pedir la solidaridad de los pueblos ante el “chileno invasor”? ¿Cuánto chance tiene de recuperar la confianza de los gobiernos europeos, los mejores socios de Bolivia actualmente maltratados por el Estado Plurinacional del MAS? ¿Será que la Federación Rusa respaldará a los embajadores bolivianos frente a los chilenos?
¿Sabrán en la Casa del Pueblo que desde el inicio del funcionamiento de la Sociedad de las Naciones Unidas -hace un siglo-, académicos y estudiosos bolivianos aprovecharon cada espacio para mantener vigente el reclamo de su país por la pérdida de su cualidad marítima?
¿Qué argumento histórico heredará este régimen a los venideros para continuar con esa esperanza, cada vez más diluida, de contar con un puerto soberano u otra solución para reconocer a los bolivianos acceso propio al Océano Pacífico?
En menos de 72 horas, el gobierno presidido por Luis Arce Catacora borró de un plumazo el camino más fogueado de la diplomacia boliviana y aisló al país de sus amigos más leales: Alemania, Francia, Dinamarca, Suecia, España, la Unión Europea que acompañaron el desarrollo nacional desde diferentes espacios, sobre todo para consolidar la democracia.
Cada vez más, la narrativa externa del Movimiento al Socialismo se asemeja al discurso de Mariano Melgarejo, que creía que podía sacar a Inglaterra del mapa o que más valía un caballo blanco que la soberanía nacional. Diferentes declaraciones, desde el más alto nivel hasta la dirigencia corporativa, reflejan un grado de ignorancia patético. El mono con un gillette en la mano es un peligro para todos los demás.
Parecería que creen que se pueden mofar de un bombardeo contra madres y niños con la misma mueca con la que comentan el partido de fútbol en Ivirgarzama. Parecería que juegan a solucionar acertijos de una sopa de letras, sin comprender qué es invasión, qué es imperio, qué es arma nuclear, qué es derecho internacional, qué es país soberano.
En tal confusión, pronto Cusco reclamará sus ambiciones sobre el Kollasuyo y otros territorios del imperio inca del siglo XV; o Buenos Aires querrá invadir Charcas ansiosa de renovar el trazado del Virreinato de La Plata. Así de absurdos son los argumentos de Vladimir Putin para atacar a Ucrania y ser el nuevo zar imperial.
Repetir de memoria argumentos construidos en lejanos palacios y palacetes no hacen más que confirmar la triste sospecha que el actual no-estado boliviano está extraviado. Detrás crece un drama que complica innecesariamente el futuro de la nación.