María Escribano
Al margen de los relatos canónicos, la historia nos ha dado siempre noticias, más o menos directas, de grupos humanos marginales que buscan acceder a un modo de conocimiento capaz de traspasar los estados habituales de conciencia. Hay muchos indicios de que así ocurrió en la prehistoria, pero ya en época histórica tenemos certeza de su existencia en la Antigüedad, en la Edad Media y en la primera modernidad. Desde los antiguos ritos mistéricos hasta las múltiples modalidades de chamanes, anacoretas, alumbrados y místicos, la atracción por lo suprarracional ha sido y será una constante eterna del ser humano en cualquier época y en cualquier cultura. Sin necesidad de salir de la cultura occidental e incluso tras la reafirmación racionalista de la Ilustración, la reacción romántica da cuenta de hasta qué punto las Luces no podrán colmar nunca por sí solas la mente del ser humano, que parece traer de serie un hueco en su alma para lo inexplicable. Como la necesidad de llenar este hueco ha instigado las más sublimes creaciones humanas, ángeles y demonios se han disputado la oportunidad de procurar los suministros adecuados para colmarlo y al mismo tiempo, conscientes su enorme poder clandestino una vez saciado, también para controlarlo.
Los escorpiones, la tercera novela de Sara Barquinero (Zaragoza, 1994) es un novelón de 800 páginas que, editado hace apenas un año, ha tenido un éxito considerable de público y crítica. Incluso a mí —que no soy fan de las novelas largas y que considero el cuento o la novela corta más acordes con nuestra época— me ha fascinado desde las primeras páginas. Así que me descubro ante una mujer joven que ha conseguido trascender, sin despreciarlo, el lado puramente comercial y renovar un género ya tan tradicional como es la novela. Cabe preguntarse por el secreto de su éxito, que puede radicar para empezar en un lenguaje que administra sabiamente las dosis justas de desenfado y sofisticación y en que su bien tejida trama enlaza oscuras fuerzas del pasado con las versiones bajo las que se disfrazan en el presente. En cualquier caso, se trata de fuerzas que, tanto en el pasado como en el presente, coinciden en su atractivo y en su peligrosidad, porque junto a sus promesas de iluminación y de trascendencia, también pueden destruir a los audaces que las desafían. Lo cierto es que, en todas las épocas, para burlar su entropía, para ir más allá de su naturaleza mortal, el ser humano ha recurrido a drogas, ayunos, disciplinas, a arduos peregrinajes lejos de las leyes de la polis, como pueden ser la montaña, el desierto, el bosque, la cueva y también y desde tiempo inmemorial, a la música. El mito de Orfeo aúna justamente en un solo personaje la capacidad de seducción de la música, su poder para incidir en los movimientos del alma, con la de aquel que es capaz de cruzar la línea hacia el más allá. En casi todas las culturas primitivas, además, junto a las drogas y estímulos visuales, los chamanes han utilizado la música como ingrediente coadyuvante en los estados de trance.
Los protagonistas de Los escorpiones son dos jóvenes angustiados, descolocados en un mundo en el que actúan, pero cuyo control se les escapa por completo. Dos jóvenes que maltratan sus cuerpos y recurren a diferentes clases de drogas y a oscuras páginas de Internet como huida, pero también como búsqueda. El descubrimiento de la gran capacidad conmovedora sobre el cuerpo y el alma de una determinada clase de música será el ingrediente secreto que esta vez utilicen los malos, los señores del aire, en palabras de Javier Echeverría, para conseguir el control absoluto sobre aquellos que desean llegar hasta el final a través de recónditos lugares de Internet o de determinados videojuegos.
En algún lugar, Sara Barquinero ha dicho que había querido escribir una novela contra el capitalismo. Yo creo que esta historia dura, trágica, áspera, incluso desagradable en ocasiones, construida al margen de marcos mentales considerados por muchos ya casi obsoletos, como pueden ser determinadas formas de amor o de confianza en el futuro, es sobre todo una historia contra el poder, contra cualquier clase de Señor, como diría Agustín García Calvo y sobre todo contra la colosal sofisticación que —mediante la revolución tecnológica— ese poder ha llegado a alcanzar en nuestros días, en los que ilusoriamente quizás hayamos llegado a creernos más libres que en ningún otro momento de la historia. La novela comienza con el suicidio de un joven, un tema dolorosamente cada vez más ligado a nuestro tiempo y acaba en las calles de Nueva York en esas primeras horas de la mañana en las que, en cualquier gran ciudad, la desolación y el sinsentido se desenmascaran por completo. No desvelo nada, porque aunque todas ellas estén íntimamente relacionadas, la novela contiene múltiples historias y su mayor atractivo es el clima envolvente en el que nos sumerge cada una.
Los escorpiones plantea, como no podría ser de otro modo en una gran novela, temas eternos como nuestra permeabilidad a las influencias externas, a los vientos que soplan en cada momento de la historia. Nos interroga sobre hasta qué punto nuestro modo de comprender y de sentir, quizás incluso la conformación de nuestro propio cuerpo, son productos no sólo de nuestra biología, sino del propio devenir inexorable del transcurrir del tiempo o si por el contrario, esos vientos que nos moldean y nos conforman proceden tal vez de lejanas, perversas y poderosas voluntades. Unas voluntades que han cambiado de rostro en cada momento de la historia pero que siempre han sido capaces de administrar arteramente la cantidad de control sobre los individuos que mejor sirva a sus intereses. Así que ¿tocamos el tambor protestamos, nos vestimos, comemos, amamos, pensamos, actuamos según nuestros deseos o según lo que algo o alguien decide que debemos cuestionar, sentir, pensar o desear? Además de transmitirnos la angustia y la conciencia de dependencia e indefensión de sus protagonistas, Los escorpiones nos invita a intentar desvelar, como ellos, el verdadero rostro del Señor, para buscar desesperadamente al menos una vía de escape.
María Escribano es licenciada en Historia Moderna y Contemporánea. Guionista de los programas de artes plásticas de TVE Trazos e Imágenes. Miembro del gabinete técnico de la ministra de cultura Soledad Becerril. Editora y responsable de la sección de libros de la Revista Arte y Parte (1996-2016). Comisaria de exposiciones como «Los Esquizos de Madrid» sobre la Nueva Figuración Madrileña (Museo Reina Sofía, 2009). Colaboradora en medios como Zoom, El País, Letra Internacional y Claves de la Razón Práctica. Autora del libro de poesía Deleites y asperezas en la editorial Ars Poética (2019).