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Contra los Comités Cívicos

Wim Kamerbeek Romero / Inmediaciones

Con un clima político revuelto en Bolivia, los Comités Cívicos hacen, de nuevo, su entrada en escena. Podría decirse que el 21 de febrero de 2019, a 3 años de la victoria del “No” en el referéndum por la modificación del artículo 168, no fueron las plataformas ciudadanas las que dirigieron las movilizaciones ciudadanas, sino los Comités Cívicos en todo el país, lo que demuestra que aún hoy, existe un mayor poder de convocatoria que las plataformas ciudadanas –cuestionando así, la romantización de las plataformas ciudadanas por algunos jóvenes voceros de Comunidad Ciudadana, un partido político a participar en las elecciones generales- y que parecen trascender clases sociales o fronteras ideológicas. Pero queda evaluar qué significan los Comités Cívicos y si, en verdad, son instrumentos eficaces para luchar contra el Estado. Esta no es, por cierto, una defensa del Movimiento Al Socialismo, sino un replanteamiento de lo que significan los Comités Cívicos y el regionalismo en Bolivia.

El Regionalismo es un fenómeno despolitizador

Que los Comités Cívicos tienen en su generalidad una posición antagónica con el Estado no es un dato menor. En realidad, analizar a los Comités Cívicos nos lleva directamente a un pre-supuesto: el vínculo entre sociedad y Estado está mediado por la defensa de intereses regionales. Por tanto, la politización a partir de un Comité Cívico resulta inevitablemente en regionalismo. Por esto, digamos que un Comité Cívico no encuentra consensos con el nivel nacional del Estado, porque privilegia los intereses que defiende, los regionales, por sobre los nacionales. Este tipo de sentido político es más nítido en tanto la región (departamento, región, ciudad, etc.) tenga menos cercanía con lo central. En otras palabras, el sentido político del Comité Cívico Santa Cruz es distinto al Comité Cívico de La Paz, no por una cuestión geográfica sino por un peso histórico-político.

Luis Tapia, el filósofo político boliviano, entiende por “politización” un “proceso en el que un acto, relación social, espacio o cierta práctica adquiere una dimensión a la que alguno(s) sujeto (s) le empiezan a atribuir contenido y sentido políticos”.  Al análisis sobre la politización de Tapia debe agregarse lo de la organización, en el sentido que toda politización debe privilegiar la organización de la sociedad civil y, en el caso boliviano, esto significa concentrarse -en el análisis de Tapia- en dos dimensiones: una, la que deriva de la Central Obrera Bolivia (COB), o sea, la que enfatiza en aglutinar a las capas de trabajadores o sectores populares, dos, la que deriva de los partidos políticos, que en principio parecen ser una mediación entre Estado y sectores de clase media o alta. Aquí, cabe resaltar que Tapia apunta a establecer que este tipo de organizaciones -la primera más que la segunda- forman un vínculo entre Estado y Sociedad Civil y que, en tiempos de dictadura o tiempos neoliberales, los vínculos entre sociedad y Estado son interrumpidos, digamos que mediaciones como la COB o la CSUTCB van perdiendo terreno. En otras palabras, no las de Tapia, podría decirse que instituciones como la COB o CSUTCB son estructuras que perduran en el tiempo, quizás porque otorgan narrativas políticas frente a un Estado que es, en lo general, desigual: está claro que existen varias líneas que el Estado no atiende, entre ellas, lo económico, lo étnico, pero también lo regional.

Podría hacerse un paralelismo con los Comités Cívicos como mediadores, o bien, como organizaciones que otorgan un sentido político que es, sin ir más lejos, el regionalismo. Por regionalismo debe entenderse, manteniendo relación con lo que dice Tapia, un sentido político en el que un orden estatal no mantiene una relación igual con todas las regiones. Digamos que lo geográfico y lo económico se conjugan en este sentido, pero aquí, de ninguna manera, hablamos sobre una efectiva organización de la sociedad civil: a pesar de su vigencia en el tiempo -el Comité Santa Cruz se funda en 1950- las élites locales se mantienen como interlocutoras válidas en la negociación con el Estado, lo que en realidad es casi igual a despolitizar a la sociedad, en el sentido que luchas sociales, posiciones políticas quedan suspendidas por la vigencia del regionalismo, o sea,  que este “sentido político” va en dirección a suspender los antagonismos en favor de lo desigual entre Estado y regiones. Por tanto, resulta necesario evaluar a los Comités Cívicos, suponiendo que su discursividad es una suspensión de antagonismos y que, en el tiempo, relegitima élites o, lo que es igual, no democratiza lo social.

En un artículo llamado “El Regionalismo en el Sur”, el economista Franz Flores Castro sostiene correctamente que el regionalismo es “una expresión de una fractura profunda en la sociedad boliviana que tiene que ver con la forma cómo el Estado no tuvo ni tiene capacidad económica y política para expandirse a lo largo del territorio”. Existen, dice, dos tipos de regionalismo: el fuerte, que tiene como ejemplo al de Santa Cruz, que articula demandas con la identidad local pero con una fuerte resistencia al centralismo paceño, una identidad local que compite con la que, se asimila, la identidad “promovida por el centro”; y el débil, que Chuquisaca o Potosí -en todo caso, departamentos periféricos o pobres- serían “estatalistas”, en el sentido que piden la presencia del Estado, no su ausencia y que, a diferencia del caso cruceño (empresarial y federalista), las mediaciones, Comités Cívicos, están compuestas por “los movimientos sindicales, vecinales y sociales, que confieren una particular configuración a su repertorio de demandas y movilización”. Flores, además, sugiere que la vigencia de los regionalismos del sur -pobres- se debe a un sistema de partidos subnacionales que es nada eficaz a la hora de captar demandas, lo que explicaría la diferencia entre el regionalismo cruceño y el del sur. Pero esta lectura, que es válida, no se detiene en los aspectos más políticos (el autor dice ya en el primer párrafo que busca indagar en los aspectos históricos del regionalismo) del regionalismo y los Comités Cívicos: parece una lectura que romantiza la capacidad de convocatoria de los Comités Cívicos en ciertos momentos de crisis -Flores reivindica a las movilizaciones  en Sucre durante la Asamblea Constituyente y Potosí en 2015, con el Comité Cívico Potosinista (COMCIPO) a la cabeza- y no se detiene tanto en la capacidad transformadora de los Comités Cívicos o del regionalismo en el país. En todo caso, parece una confusión recurrente en artículos de opinión en Bolivia, como el de Flores, que la capacidad de movilización gracias al regionalismo, o bien Comités Cívicos, es igual a una “rebeldía”, un posicionamiento en el campo político de disputa entre regiones: hay una tendencia a concentrarse en el número de personas e instituciones que participan, pero no tanto en las propuestas o mejor, la democratización social.

A grandes rasgos, los ejemplos de COMCIPO y el Comité Cívico de Intereses de Chuquisaca (CODEINCA) dan la razón a Flores, en el sentido que hay una composición social distinta entre quienes articulan generalmente los movimientos regionales en el sur y quienes lo hacen en el Oriente, pero el razonamiento es tramposo: asume que los Comités Cívicos son las únicas vías de articulación social –o bien, mediaciones efectivas, porque “las instituciones cívicas siguen siendo vías poderosas por donde la gente canaliza demandas y protestas”-  entre sociedad y Estado y que, para los regionalismos del sur, su no-éxito tiene como causa un sistema de partidos subnacional eficaz. Aunque Flores reconoce que se trata de un fenómeno urbano que no conecta con demandas rurales y además, paternalista con provincias que integran la región, no se detiene más que en describir el éxito del regionalismo cruceño de acuerdo a su grado de articulación con el empresariado. Una lectura atenta al texto de Flores hasta sugeriría que el éxito de un Comité Cívico depende de su grado de interpelación respecto de la autonomía del Estado –es decir, de qué tan “dependiente” o no del Estado plantea ser el regionalismo- lo que es igual a plantear que el éxito de una movilización regional depende de una suerte de reconocimiento del Estado. Se trata de un texto bastante descriptivo, porque no considera los aspectos más políticos del regionalismo y, si somos un poco más rigurosos, es poco crítico, mantiene en todo momento que los Comités Cívicos son casi necesarios, porque aglutinan demandas sociales, como si un fenómeno político acabaría en la articulación de sectores más o menos dispersos. No se trata, por cierto, de una crítica personal. En todo caso, analizar el regionalismo y su materialización, los Comités Cívicos debe considerar los siguientes puntos:

  1. El regionalismo consolida élites locales urbanas, lo que es igual a que el grado de politización depende de las visiones de las élites y, por tanto, su agenda.
  • Pero no se trata necesariamente del empresariado cruceño. Si, como dice Flores, los Comités Cívicos del sur boliviano tienen una composición distinta, aquí es necesario indagar en algunas narrativas dominantes: para el caso sucrense, será la reivindicación de su demanda de sede de gobierno (en todo caso, una identidad que se forma en oposición a La Paz, o sea, en oposición al centralismo), para el caso potosino, hablamos de algo como una melancolía, es decir, de un no-reconocimiento histórico del Estado, que últimamente se ha traducido en otro discurso, el del federalismo.
  • Es cierto que existen composiciones sociales distintas en los ejemplos tomados, pero en cualquiera de los casos, una narrativa dominante suspende otras luchas sociales, y esta narrativa dominante despolitiza a las regiones o, en todo caso, no apunta a democratizar lo social porque privilegia algunas visiones históricas (sean las del oriente, la capitalidad o las de una “injusticia” con Potosí) y a sus actores. De cualquier manera, los interlocutores válidos –si es que creemos que los Comités Cívicos aglutinan demandas sociales- se relegitiman. 
  • La tesis sobre los partidos subnacionales ineficaces o que no van más allá de las regiones, no explica mucho si estos partidos comparten las narrativas dominantes del regionalismo. Podríamos decir que los partidos subnacionales eficaces en el oriente son los partidos del empresariado cruceño por lo que, de nuevo, lo de la democratización social no está para nada implícita.
  • Por lo que se ve, no importa mucho quién o quiénes componen los Comités Cívicos, el regionalismo es un fenómeno urbano, que representa las visiones dominantes del “centro” político de la región y, si vamos más allá, en lo nuclear, un Comité Cívico solo recrea un centralismo (lo que, por cierto, es explicado por Flores) aunque a menor escala, en la que una narrativa dominante siempre “somete”.

La democratización social

Un destacado escritor cruceño, Manfredo Kempff Suárez, refleja –intenta– la visión de las élites cruceñas en su artículo “Racismo y regionalismo”: que, el discurso “andinocentrista” del gobierno de Morales y García no llega a todos los rincones y, por ser –digamos- aimarófilo, es “racista” con los sectores –presumo- a los que Kempff pertenece. Además de establecer claras oposiciones entre el “andinocentrismo” (o “pachamamismo radical”) y “presuntos descendientes españoles, la iglesia Católica y la “contaminada Bolivia mestiza” (a pesar, dice Kempff, del cholaje visible de algunos masistas), el autor va más allá y establece una oposición más que llamativa: por esto de que quienes pertenecen al Estado son pocos –porque el Collasuyo, dice Kempff, estuvo principalmente en La Paz, Oruro y Potosí y “partes de Tarija, Chuquisaca y Cochabamba”- y son “racistas”, la salvación de acuerdo a Kempff, es el regionalismo que es un fenómeno al que ve como “hasta saludable” porque solo el racismo termina en “odio y muerte”. Es más, el regionalista de Kempff es el cruceño, porque “ama a su campanario, sus costumbres, su hablar y su creencia”. Al razonamiento de Kempff, que hasta intenta lavar la imagen del regionalismo cruceño como un dato de “naciones avanzadas”, habría que corregir que en el regionalismo entre La Paz y Chuquisaca en la Guerra Federal hubo “odio y muerte” y que, no porque el racismo esté condenado socialmente, el regionalismo es entonces el aspecto “positivo” de una interacción social o política.

No voy a defender al Movimiento Al Socialismo o su visión supuesta aimarófila. De hecho, doy la razón en una minúscula parte a Kempff –el resto, parece más una rabieta que un artículo serio o “pensado”, extraño para alguien como Manfredo Kempff-, yo mismo expuse en un artículo llamado “El Discurso del Mestizaje”: que, si bien García Linera defendía algo llamado “isomorfismo” (un momento histórico en el que, por fin, Estado, sociedad y territorio son “lo mismo”) porque era como una “solución” para romper el “sentido común colonial”, no consideraba que la autonomía de las naciones indígenas esté determinada por el peso o acumulación histórica de unas en desmedro de otras y que, en todo caso, la suerte de las naciones indígenas dependía también de un reconocimiento del Estado, en lo que probablemente lo aimara o lo quechua tengan un poco más de suerte que, por ejemplo, los weenhayek.  Lo que llama la atención en el artículo de Kempff es lo que quiero discutir a continuación: una suerte de naturalización del regionalismo, pero además, que este tipo de razonamientos se detienen mucho en la articulación de sectores más o menos distintos entre sí, pero no en la dirección de esta articulación que, en el fondo, implica pensar en los objetivos del regionalismo o de los Comités Cívicos, es decir, que si existe una desigualdad en la relación de Estado y regiones, son estas mediaciones las que deberían reencaminar estos vínculos.

En un texto de Luis Tapia, “los espacio-tiempo políticos”, el autor define a la democratización social como un “índice de la ampliación de los espacio-tiempo políticos” o sea,  una ampliación de  “los lugares en los que se constituyen sujetos, y se actualizan de manera recurrente en la constitución de sujetos políticos que están participando en procesos de dirección de su sociedad a través de la legislación y la deliberación”. Para Tapia, la política trata de la articulación de sectores más o menos distintos entre sí, que deberían dar una dirección a lo articulado y que, por tanto, por la intersubjetividad en el espacio conformado por lo articulado, esto debería permitir una suerte de autodeterminación, un tiempo de conocimiento, en palabras del autor. Luis Tapia no hablaba del regionalismo ni de los Comités Cívicos, pero su análisis sirve para el caso: retomando a Flores, pero ampliando su análisis sobre los regionalismos, podríamos establecer ya que un Comité Cívico que comparte una agenda –que se articula- con un partido subnacional eficaz, no es igual a una ampliación de la constitución de sujetos, en todo caso, un Comité Cívico –el regionalismo- no constituye más sujetos políticos, tampoco permite una interacción plena: es, como bien decía Flores, un fenómeno urbano pero yendo más allá, no permite un flujo multidireccionado de conocimiento, de procesos sociales porque estos están supeditados a lo regional: ¿cuál es el lugar, por ejemplo, de lo indígena en los procesos de articulación regional cruceño (quizás el mismo estatuto del Comité Cívico de Santa Cruz refleje mejor su lugar, supeditado a una reinvidicación, demanda, regional)? Mejor, ¿por qué cuando el Comité Cívico de Intereses de Chuquisaca (CODEINCA) “lucha” por no perder los recursos económicos potenciales del campo Incahuasi, nunca toma la vulneración a los derechos de los pueblos indígenas en Muyupampa en 2008 como punto de referencia? Cuando Manfredo Kempff Suárez opone racismo y regionalismo, de hecho, hace de ambos fenómenos una dicotomía al estilo lo “malo” y lo “bueno”, al mismo tiempo, subvierte reivindicaciones étnicas a las regionales, otorga un rol central al regionalismo al que califica incluso como “moderno”.

Ahora, si la política es un proceso de articulación de diferentes espacios –y por tanto, tiempos- también lo es, como dice Tapia, un proceso de condensación: cuando se politizan, o se organizan, los sectores articulados llevan sus demandas al campo de la política, lo que quiere decir, además, que la articulación requiere una dirección. ¿Son, entonces, los Comités Cívicos una forma de llevar demandas sectoriales a un plano más macro de la política? Aquí puede discutirse lo propuesto por Franz Flores: cuando él diferencia a los regionalismos del sur, se basa en la composición social de los Comités Cívicos y luego habla sobre su carácter “estatista”. De hecho, como quiero demostrar, no importa tanto si los Comités Cívicos piden la presencia del Estado o si pertenecen generalmente a los sectores populares del centro urbano de la región. El caso de COMCIPO, que en lo general está compuesto por sectores de trabajadores mineros, no significa en ningún momento que las demandas sectoriales, trabajadores mineros, son trasladadas al nivel macro, o sea, que de existir una desigualdad entre los trabajadores mineros y aquellos más poderosos en su rubro, esta demanda no va a ser puesta en agenda, sino que algunos recursos económicos que vayan a ser explotados beneficien mayoritariamente a la región, lo que es igual a potenciar diferencias sectoriales y económicas. En otras palabras, un excedente que no democratiza sino potencia y legitima élites.

Pero, ¿se puede medir el éxito de un Comité Cívico o del regionalismo de acuerdo a su articulación con un sistema de partidos (sub)nacional? Definitivamente, no. De lo que se trata aquí es que, como Flores, es necesario diferenciar unos de otros: en Santa Cruz, el Comité Cívico comparte una agenda con los partidos políticos (aunque aquí lo del Comité Cívico se resume a una coordinación con los Demócratas), mientras que en el Sur, los Comités Cívicos –que tienen mayor poder de convocatoria que las plataformas ciudadanas- no coordinan con los partidos políticos ni agrupaciones ciudadanas, o sea, no existe una agenda en común.

Pero es necesario hacer un matiz: la politización del Comité Cívico de Santa Cruz está fuertemente referida al empresariado cruceño, es decir, este regionalismo legitima la visión de las élites cruceñas y no apunta a democratizar lo social, mientras que el Comité Cívico de Chuquisaca llama a todos los partidos políticos o agrupaciones ciudadanas “oportunistas” o “vieja (nueva) derecha” y apunta a un vaciamiento de poder (tomando en cuenta la bajísima popularidad del Alcalde de Sucre y Gobernador de Chuquisaca, ambos que pertenecen al Movimiento Al Socialismo, y la baja legitimidad de los partidos de oposición en el departamento).

Preguntémonos entonces, si hay una nueva emergencia de los Comités Cívicos, ¿a qué apuntan en Chuquisaca cuando dicen que todos los partidos políticos son “oportunistas”, si el MAS Chuquisaca está por los suelos, y una opción de extrema derecha –no del todo consolidada, capitaliza el voto de la circunscripción 1 de Sucre, del centro- está presente? ¿Un vacío de poder beneficia generalmente a quién? ¿A una posición extrema o a un partido al que se le dice “autoritario” o “dictatorial”? ¿No es hora de mayor coordinación entre Comités Cívicos y partidos políticos o agrupaciones ciudadanas? ¿De que esta coordinación apunte a una mayor democratización social si no quieren perder legitimidad en un futuro próximo?

Con un clima político revuelto en Bolivia, los Comités Cívicos hacen, de nuevo, su entrada en escena. Podría decirse que el 21 de febrero de 2019, a 3 años de la victoria del “No” en el referéndum por la modificación del artículo 168, no fueron las plataformas ciudadanas las que dirigieron las movilizaciones ciudadanas, sino los Comités Cívicos en todo el país, lo que demuestra que aun hoy, existe un mayor poder de convocatoria que las plataformas ciudadanas –cuestionando así, la romantización de las plataformas ciudadanas por algunos jóvenes voceros de Comunidad Ciudadana, un partido político a participar en las elecciones generales- y que parecen trascender clases sociales o fronteras ideológicas. Pero queda evaluar qué significan los Comités Cívicos y si, en verdad, son instrumentos eficaces para luchar contra el Estado. Esta no es, por cierto, una defensa del Movimiento Al Socialismo, sino un replanteamiento de lo que significan los Comités Cívicos y el regionalismo en Bolivia.

El Regionalismo es un fenómeno despolitizador

Que los Comités Cívicos tienen en su generalidad una posición antagónica con el Estado no es un dato menor. En realidad, analizar a los Comités Cívicos nos lleva directamente a un pre-supuesto: el vínculo entre sociedad y Estado está mediado por la defensa de intereses regionales. Por tanto, la politización a partir de un Comité Cívico resulta inevitablemente en regionalismo. Por esto, digamos que un Comité Cívico no encuentra consensos con el nivel nacional del Estado, porque privilegia los intereses que defiende, los regionales, por sobre los nacionales. Este tipo de sentido político es más nítido en tanto la región (departamento, región, ciudad, etc.) tenga menos cercanía con lo central. En otras palabras, el sentido político del Comité Cívico Santa Cruz es distinto al Comité Cívico de La Paz, no por una cuestión geográfica sino por un peso histórico-político.

Luis Tapia, el filósofo político boliviano, entiende por “politización” un “proceso en el que un acto, relación social, espacio o cierta práctica adquiere una dimensión a la que alguno(s) sujeto (s) le empiezan a atribuir contenido y sentido políticos”.  Al análisis sobre la politización de Tapia debe agregarse lo de la organización, en el sentido que toda politización debe privilegiar la organización de la sociedad civil y, en el caso boliviano, esto significa concentrarse -en el análisis de Tapia- en dos dimensiones: una, la que deriva de la Central Obrera Bolivia (COB), o sea, la que enfatiza en aglutinar a las capas de trabajadores o sectores populares, dos, la que deriva de los partidos políticos, que en principio parecen ser una mediación entre Estado y sectores de clase media o alta. Aquí, cabe resaltar que Tapia apunta a establecer que este tipo de organizaciones -la primera más que la segunda- forman un vínculo entre Estado y Sociedad Civil y que, en tiempos de dictadura o tiempos neoliberales, los vínculos entre sociedad y Estado son interrumpidos, digamos que mediaciones como la COB o la CSUTCB van perdiendo terreno. En otras palabras, no las de Tapia, podría decirse que instituciones como la COB o CSUTCB son estructuras que perduran en el tiempo, quizás porque otorgan narrativas políticas frente a un Estado que es, en lo general, desigual: está claro que existen varias líneas que el Estado no atiende, entre ellas, lo económico, lo étnico, pero también lo regional.

Podría hacerse un paralelismo con los Comités Cívicos como mediadores, o bien, como organizaciones que otorgan un sentido político que es, sin ir más lejos, el regionalismo. Por regionalismo debe entenderse, manteniendo relación con lo que dice Tapia, un sentido político en el que un orden estatal no mantiene una relación igual con todas las regiones. Digamos que lo geográfico y lo económico se conjugan en este sentido, pero aquí, de ninguna manera, hablamos sobre una efectiva organización de la sociedad civil: a pesar de su vigencia en el tiempo -el Comité Santa Cruz se funda en 1950- las élites locales se mantienen como interlocutoras válidas en la negociación con el Estado, lo que en realidad es casi igual a despolitizar a la sociedad, en el sentido que luchas sociales, posiciones políticas quedan suspendidas por la vigencia del regionalismo, o sea,  que este “sentido político” va en dirección a suspender los antagonismos en favor de lo desigual entre Estado y regiones. Por tanto, resulta necesario evaluar a los Comités Cívicos, suponiendo que su discursividad es una suspensión de antagonismos y que, en el tiempo, relegitima élites o, lo que es igual, no democratiza lo social.

En un artículo llamado “El Regionalismo en el Sur”, el economista Franz Flores Castro sostiene correctamente que el regionalismo es “una expresión de una fractura profunda en la sociedad boliviana que tiene que ver con la forma cómo el Estado no tuvo ni tiene capacidad económica y política para expandirse a lo largo del territorio”. Existen, dice, dos tipos de regionalismo: el fuerte, que tiene como ejemplo al de Santa Cruz, que articula demandas con la identidad local pero con una fuerte resistencia al centralismo paceño, una identidad local que compite con la que, se asimila, la identidad “promovida por el centro”; y el débil, que Chuquisaca o Potosí -en todo caso, departamentos periféricos o pobres- serían “estatalistas”, en el sentido que piden la presencia del Estado, no su ausencia y que, a diferencia del caso cruceño (empresarial y federalista), las mediaciones, Comités Cívicos, están compuestas por “los movimientos sindicales, vecinales y sociales, que confieren una particular configuración a su repertorio de demandas y movilización”. Flores, además, sugiere que la vigencia de los regionalismos del sur -pobres- se debe a un sistema de partidos subnacionales que es nada eficaz a la hora de captar demandas, lo que explicaría la diferencia entre el regionalismo cruceño y el del sur. Pero esta lectura, que es válida, no se detiene en los aspectos más políticos (el autor dice ya en el primer párrafo que busca indagar en los aspectos históricos del regionalismo) del regionalismo y los Comités Cívicos: parece una lectura que romantiza la capacidad de convocatoria de los Comités Cívicos en ciertos momentos de crisis -Flores reivindica a las movilizaciones  en Sucre durante la Asamblea Constituyente y Potosí en 2015, con el Comité Cívico Potosinista (COMCIPO) a la cabeza- y no se detiene tanto en la capacidad transformadora de los Comités Cívicos o del regionalismo en el país. En todo caso, parece una confusión recurrente en artículos de opinión en Bolivia, como el de Flores, que la capacidad de movilización gracias al regionalismo, o bien Comités Cívicos, es igual a una “rebeldía”, un posicionamiento en el campo político de disputa entre regiones: hay una tendencia a concentrarse en el número de personas e instituciones que participan, pero no tanto en las propuestas o mejor, la democratización social.

A grandes rasgos, los ejemplos de COMCIPO y el Comité Cívico de Intereses de Chuquisaca (CODEINCA) dan la razón a Flores, en el sentido que hay una composición social distinta entre quienes articulan generalmente los movimientos regionales en el sur y quienes lo hacen en el Oriente, pero el razonamiento es tramposo: asume que los Comités Cívicos son las únicas vías de articulación social –o bien, mediaciones efectivas, porque “las instituciones cívicas siguen siendo vías poderosas por donde la gente canaliza demandas y protestas”-  entre sociedad y Estado y que, para los regionalismos del sur, su no-éxito tiene como causa un sistema de partidos subnacional eficaz. Aunque Flores reconoce que se trata de un fenómeno urbano que no conecta con demandas rurales y además, paternalista con provincias que integran la región, no se detiene más que en describir el éxito del regionalismo cruceño de acuerdo a su grado de articulación con el empresariado. Una lectura atenta al texto de Flores hasta sugeriría que el éxito de un Comité Cívico depende de su grado de interpelación respecto de la autonomía del Estado –es decir, de qué tan “dependiente” o no del Estado plantea ser el regionalismo- lo que es igual a plantear que el éxito de una movilización regional depende de una suerte de reconocimiento del Estado. Se trata de un texto bastante descriptivo, porque no considera los aspectos más políticos del regionalismo y, si somos un poco más rigurosos, es poco crítico, mantiene en todo momento que los Comités Cívicos son casi necesarios, porque aglutinan demandas sociales, como si un fenómeno político acabaría en la articulación de sectores más o menos dispersos. No se trata, por cierto, de una crítica personal. En todo caso, analizar el regionalismo y su materialización, los Comités Cívicos debe considerar los siguientes puntos:

  1. El regionalismo consolida élites locales urbanas, lo que es igual a que el grado de politización depende de las visiones de las élites y, por tanto, su agenda.
  • Pero no se trata necesariamente del empresariado cruceño. Si, como dice Flores, los Comités Cívicos del sur boliviano tienen una composición distinta, aquí es necesario indagar en algunas narrativas dominantes: para el caso sucrense, será la reivindicación de su demanda de sede de gobierno (en todo caso, una identidad que se forma en oposición a La Paz, o sea, en oposición al centralismo), para el caso potosino, hablamos de algo como una melancolía, es decir, de un no-reconocimiento histórico del Estado, que últimamente se ha traducido en otro discurso, el del federalismo.
  • Es cierto que existen composiciones sociales distintas en los ejemplos tomados, pero en cualquiera de los casos, una narrativa dominante suspende otras luchas sociales, y esta narrativa dominante despolitiza a las regiones o, en todo caso, no apunta a democratizar lo social porque privilegia algunas visiones históricas (sean las del oriente, la capitalidad o las de una “injusticia” con Potosí) y a sus actores. De cualquier manera, los interlocutores válidos –si es que creemos que los Comités Cívicos aglutinan demandas sociales- se relegitiman. 
  • La tesis sobre los partidos subnacionales ineficaces o que no van más allá de las regiones, no explica mucho si estos partidos comparten las narrativas dominantes del regionalismo. Podríamos decir que los partidos subnacionales eficaces en el oriente son los partidos del empresariado cruceño por lo que, de nuevo, lo de la democratización social no está para nada implícita.
  • Por lo que se ve, no importa mucho quién o quiénes componen los Comités Cívicos, el regionalismo es un fenómeno urbano, que representa las visiones dominantes del “centro” político de la región y, si vamos más allá, en lo nuclear, un Comité Cívico solo recrea un centralismo (lo que, por cierto, es explicado por Flores) aunque a menor escala, en la que una narrativa dominante siempre “somete”.

La democratización social

Un destacado escritor cruceño, Manfredo Kempff Suárez, refleja –intenta- la visión de las élites cruceñas en su artículo “Racismo y regionalismo”: que, el discurso “andinocentrista” del gobierno de Morales y García no llega a todos los rincones y, por ser –digamos- aimarófilo, es “racista” con los sectores –presumo- a los que Kempff pertenece. Además de establecer claras oposiciones entre el “andinocentrismo” (o “pachamamismo radical”) y “presuntos descendientes españoles, la iglesia Católica y la “contaminada Bolivia mestiza” (a pesar, dice Kempff, del cholaje visible de algunos masistas), el autor va más allá y establece una oposición más que llamativa: por esto de que quienes pertenecen al Estado son pocos –porque el Collasuyo, dice Kempff, estuvo principalmente en La Paz, Oruro y Potosí y “partes de Tarija, Chuquisaca y Cochabamba”- y son “racistas”, la salvación de acuerdo a Kempff, es el regionalismo que es un fenómeno al que ve como “hasta saludable” porque solo el racismo termina en “odio y muerte”. Es más, el regionalista de Kempff es el cruceño, porque “ama a su campanario, sus costumbres, su hablar y su creencia”. Al razonamiento de Kempff, que hasta intenta lavar la imagen del regionalismo cruceño como un dato de “naciones avanzadas”, habría que corregir que en el regionalismo entre La Paz y Chuquisaca en la Guerra Federal hubo “odio y muerte” y que, no porque el racismo esté condenado socialmente, el regionalismo es entonces el aspecto “positivo” de una interacción social o política.

No voy a defender al Movimiento Al Socialismo o su visión supuesta aimarófila. De hecho, doy la razón en una minúscula parte a Kempff –el resto, parece más una rabieta que un artículo serio o “pensado”, extraño para alguien como Manfredo Kempff-, yo mismo expuse en un artículo llamado “El Discurso del Mestizaje”: que, si bien García Linera defendía algo llamado “isomorfismo” (un momento histórico en el que, por fin, Estado, sociedad y territorio son “lo mismo”) porque era como una “solución” para romper el “sentido común colonial”, no consideraba que la autonomía de las naciones indígenas esté determinada por el peso o acumulación histórica de unas en desmedro de otras y que, en todo caso, la suerte de las naciones indígenas dependía también de un reconocimiento del Estado, en lo que probablemente lo aimara o lo quechua tengan un poco más de suerte que, por ejemplo, los weenhayek.  Lo que llama la atención en el artículo de Kempff es lo que quiero discutir a continuación: una suerte de naturalización del regionalismo, pero además, que este tipo de razonamientos se detienen mucho en la articulación de sectores más o menos distintos entre sí, pero no en la dirección de esta articulación que, en el fondo, implica pensar en los objetivos del regionalismo o de los Comités Cívicos, es decir, que si existe una desigualdad en la relación de Estado y regiones, son estas mediaciones las que deberían reencaminar estos vínculos.

En un texto de Luis Tapia, “los espacio-tiempo políticos”, el autor define a la democratización social como un “índice de la ampliación de los espacio-tiempo políticos” o sea,  una ampliación de  “los lugares en los que se constituyen sujetos, y se actualizan de manera recurrente en la constitución de sujetos políticos que están participando en procesos de dirección de su sociedad a través de la legislación y la deliberación”. Para Tapia, la política trata de la articulación de sectores más o menos distintos entre sí, que deberían dar una dirección a lo articulado y que, por tanto, por la intersubjetividad en el espacio conformado por lo articulado, esto debería permitir una suerte de autodeterminación, un tiempo de conocimiento, en palabras del autor. Luis Tapia no hablaba del regionalismo ni de los Comités Cívicos, pero su análisis sirve para el caso: retomando a Flores, pero ampliando su análisis sobre los regionalismos, podríamos establecer ya que un Comité Cívico que comparte una agenda –que se articula- con un partido subnacional eficaz, no es igual a una ampliación de la constitución de sujetos, en todo caso, un Comité Cívico –el regionalismo- no constituye más sujetos políticos, tampoco permite una interacción plena: es, como bien decía Flores, un fenómeno urbano pero yendo más allá, no permite un flujo multidireccionado de conocimiento, de procesos sociales porque estos están supeditados a lo regional: ¿cuál es el lugar, por ejemplo, de lo indígena en los procesos de articulación regional cruceño (quizás el mismo estatuto del Comité Cívico de Santa Cruz refleje mejor su lugar, supeditado a una reinvidicación, demanda, regional)? Mejor, ¿por qué cuando el Comité Cívico de Intereses de Chuquisaca (CODEINCA) “lucha” por no perder los recursos económicos potenciales del campo Incahuasi, nunca toma la vulneración a los derechos de los pueblos indígenas en Muyupampa en 2008 como punto de referencia? Cuando Manfredo Kempff Suárez opone racismo y regionalismo, de hecho, hace de ambos fenómenos una dicotomía al estilo lo “malo” y lo “bueno”, al mismo tiempo, subvierte reivindicaciones étnicas a las regionales, otorga un rol central al regionalismo al que califica incluso como “moderno”.

Ahora, si la política es un proceso de articulación de diferentes espacios –y por tanto, tiempos- también lo es, como dice Tapia, un proceso de condensación: cuando se politizan, o se organizan, los sectores articulados llevan sus demandas al campo de la política, lo que quiere decir, además, que la articulación requiere una dirección. ¿Son, entonces, los Comités Cívicos una forma de llevar demandas sectoriales a un plano más macro de la política? Aquí puede discutirse lo propuesto por Franz Flores: cuando él diferencia a los regionalismos del sur, se basa en la composición social de los Comités Cívicos y luego habla sobre su carácter “estatista”. De hecho, como quiero demostrar, no importa tanto si los Comités Cívicos piden la presencia del Estado o si pertenecen generalmente a los sectores populares del centro urbano de la región. El caso de COMCIPO, que en lo general está compuesto por sectores de trabajadores mineros, no significa en ningún momento que las demandas sectoriales, trabajadores mineros, son trasladadas al nivel macro, o sea, que de existir una desigualdad entre los trabajadores mineros y aquellos más poderosos en su rubro, esta demanda no va a ser puesta en agenda, sino que algunos recursos económicos que vayan a ser explotados beneficien mayoritariamente a la región, lo que es igual a potenciar diferencias sectoriales y económicas. En otras palabras, un excedente que no democratiza sino potencia y legitima élites.

Pero, ¿se puede medir el éxito de un Comité Cívico o del regionalismo de acuerdo a su articulación con un sistema de partidos (sub)nacional? Definitivamente, no. De lo que se trata aquí es que, como Flores, es necesario diferenciar unos de otros: en Santa Cruz, el Comité Cívico comparte una agenda con los partidos políticos (aunque aquí lo del Comité Cívico se resume a una coordinación con los Demócratas), mientras que en el Sur, los Comités Cívicos –que tienen mayor poder de convocatoria que las plataformas ciudadanas- no coordinan con los partidos políticos ni agrupaciones ciudadanas, o sea, no existe una agenda en común.

Pero es necesario hacer un matiz: la politización del Comité Cívico de Santa Cruz está fuertemente referida al empresariado cruceño, es decir, este regionalismo legitima la visión de las élites cruceñas y no apunta a democratizar lo social, mientras que el Comité Cívico de Chuquisaca llama a todos los partidos políticos o agrupaciones ciudadanas “oportunistas” o “vieja (nueva) derecha” y apunta a un vaciamiento de poder (tomando en cuenta la bajísima popularidad del Alcalde de Sucre y Gobernador de Chuquisaca, ambos que pertenecen al Movimiento Al Socialismo, y la baja legitimidad de los partidos de oposición en el departamento).

Preguntémonos entonces, si hay una nueva emergencia de los Comités Cívicos, ¿a qué apuntan en Chuquisaca cuando dicen que todos los partidos políticos son “oportunistas”, si el MAS Chuquisaca está por los suelos, y una opción de extrema derecha –no del todo consolidada, capitaliza el voto de la circunscripción 1 de Sucre, del centro- está presente? ¿Un vacío de poder beneficia generalmente a quién? ¿A una posición extrema o a un partido al que se le dice “autoritario” o “dictatorial”? ¿No es hora de mayor coordinación entre Comités Cívicos y partidos políticos o agrupaciones ciudadanas? ¿De que esta coordinación apunte a una mayor democratización social si no quieren perder legitimidad en un futuro próximo?

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