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Comepatria

La palabra vendepatria se usa con tal entusiasmo por militantes del MAS, para descalificar y atosigar a sus oponentes, que algunos creen que fue inventada por ellos, pero tal suposición es un equívoco ya que se empleaba con idénticos fines, muchos años de que esa coalición fuese siquiera una idea.

Si le tomamos la palabra a Arturo Jauretche, militante y pensador argentino (1901- 1974), sería él quien la introdujo, allá por 1935, en las luchas políticas argentinas, como sinónimo de cipayo, proyanqui o, en general, de actitudes que ponen los intereses del imperio y potencias extranjeras por encima de los del propio país. Dada la situación internacional de América Latina en el siglo anterior, el término se adoptó con facilidad en todo el continente.

Durante el siglo actual, cuando la influencia imperialista de EEUU ha experimentado un notable impacto ante sus propios problemas internos y el rápido avance de las inversiones, créditos y capacidad financiera de China, convertida en principal socio comercial y financiero de casi todos los países del continente, el significado y derivaciones de vendepatria tienden a adquirir una nueva dimensión y significados, poco explorados hasta ahora.

Los capitales, inversiones y empresas chinas han ingresado rápida e impetuosamente en nuestras vidas pero, el despliegue de su presencia e influencia en nuestro continente tiene un sello distinto al estadounidense, cuyas embajadas eran un ostentoso centro de dominio político por décadas. El avance chino, muy pragmático e impermeable a las credenciales ideológicas de nuestros gobiernos, se ha asentado durante la fase de auge de regímenes de origen nacional popular, autoproclamados de izquierda o progresistas, aunque sin rehuir buenas relaciones con los de signo contrario como el de Bolsonaro en Brasil.

En estas condiciones y especialmente en países y regímenes como el boliviano, el cambio de composición social de las capas sociales gobernantes ha favorecido que el control estatal de los recursos naturales estimule ciertas formas de generar acumulación de capital, para el partido o coalición dominante y sus adherentes, caracterizadas por la entrega de tierras, bosques o yacimientos minerales, en favor de aspirantes a acumular y concentrar riqueza en lapsos acelerados.

El intenso tráfico ilegal de tierras en Santa Cruz, practicado por una buena parte de grupos favorecidos con nuevas titulaciones; en Cochabamba con la extensión de cocales en el TIPNIS y el proyecto de ampliación de la “soberanía” territorial de las Federaciones del Trópico; o las concesiones auríferas como las que acabamos de descubrir en el Parque Nacional Madidi, son unos pocos de los más conocidos ejemplos de esta avidez. El caricaturista Abecor refleja muy bien la acción de estos grupos en una imagen publicada 7 de febrero último, donde el mapa boliviano aparece como una hoja devorada por una gigantesca oruga, compuesta por grupos beneficiados por la bendición u omisión estatal, en recompensa por su lealtad política y electoral.

El hambre de estos grupos es fenomenal y su actividad devoradora queda bien descrita como la de auténticos comepatria, que no se detienen ante nada para satisfacer su apetito. La minería aurífera está exportando en los últimos años cifras que rondan y hasta superan los 2.000 millones de dólares, pero que no tributan ni el 3%, gracias a la ultraliberal legislación del régimen, que estimula la asociación de cooperativistas con inversores extranjeros, principalmente chinos, colombianos, brasileños.

Algo parecido ocurre con las tierras velozmente colonizadas, o simplemente ocupadas por grupos que no se interesan en la agricultura, sino en la reventa de las parcelas desboscadas, incendiadas o chaqueadas de cualquier manera, revendidas a inversionistas foráneos. En todos los casos su acción genera y ahonda calamidades ambientales.

A los comepatria (traga o devorapatria, si se prefiere) no les interesa que la obtención de sus ganancias arriesgue el porvenir del país, porque la acumulación de riqueza se rige por la misma insaciabilidad de acumulación de poder que exhiben los gobernantes, demostrando que la lógica del capital también funciona imperturbable, debajo de rótulos y discursos socialistas.

La gran comilona con la que los administradores del poder político compensan la disminución de sus transferencias monetarias a las corporaciones que lo respaldan, está socavando las bases del sustento de una nueva economía, con la que tendremos que reemplazar la del actual modelo, carcomido y agonizante.

Roger Cortez Hurtado es director del Instituto Alternativo.

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