Mi espejo, más profundo que el orbe
donde todos los cisnes se ahogaron.
Vicente Huidobro
Marcos Loayza
Estoy de acuerdo con los que escriben que estamos viviendo en la era del vacío, caracterizada por un individualismo narcisista; donde, de alguna manera, las redes sociales constituyen el agua en la que se refleja y se miran los Narcisos contemporáneos. Aguas que incitan a que se comparta por las redes todo de una manera exhibicionista; que se compartan los viajes que hacemos, la música que escuchamos, lo que leemos, lo que comemos, lo que sentimos y aparentemente cuán felices somos y, sobre todo, cómo luce nuestro cuerpo y nuestra belleza. Pero como esa práctica conlleva —al igual que en el mito— el peligro de quedar inmovilizados al contemplar el propio reflejo o caer en esas aguas y ahogarnos, para poder ejercer ese juego exhibicionista, sin peligro, es necesario que se refuerce mucho la aceptación social y, sobre todo, que cada individuo sienta el placer de estar y de pertenecer a un grupo con una posición de superioridad estética, física, moral o de conocimiento.
Para lo estético y físico se han creado un montón de trucos, filtros, aplicaciones, donde casi se ha desterrado la exclusión y la fealdad.
Para la superioridad moral es que se usa el mismo mecanismo que sostenía las acciones de los soldados fanáticos en las guerras santas, el mismo que sustentó el dogma de militantes políticos del siglo XX; que consiste en poner a los compañeros por encima del enemigo para justificar sus acciones: “si nosotros matamos es para liberar, por amor estamos matando; en cambio, si ustedes lo hacen, es porque son viles asesinos”. Pero como está el mundo ahora, cuando se han caído muchos muros reales y virtuales, ya no es posible, como antes, estar enteramente y certeramente en el bando correcto de la historia, sino que solo es posible estar en pequeñas parcelas “progresistas” y dejar pasar las barbaridades de nuestros aliados: apoyar la lucha contra el calentamiento global, la lucha contra el racismo, contra la discriminación de las minorías con sexualidades no binarias, apoyar la inclusión de gente con discapacidad, el consumo de alimentos naturales, vegetarianos y mejor veganos o criticar a los ultra derechistas y a los ultra izquierdistas.
Pero, para que uno pueda ejercer ese juego casi exhibicionista sin correr el peligro de quedar atrapado en el propio reflejo, o caer al agua y ahogarse, es que los hechos a los que uno condena o se adhiere tienen que estar lejos del narcisista, para que no le salpiquen (salvo, claro, que sean actos que le permita mostrarse como héroe, limpiando la ciudad, asistiendo a actos de caridad, portando una polera de un revolucionario o un pañuelo con los colores de la causa justa en el cuello, firmando una petición o compartiendo un meme justiciero). Así, a una prudente distancia, es mas fácil la actividad preferida del narcisista: juzgar y descalificar.
En la producción audiovisual de la gran industria (blockbuster), el trabajo consiste en tratar de interpretar lo que secretamente el público está buscando. Podemos encontrar tres tipos de películas que ayudan a esta tarea y que tienen respaldo de taquilla, crítica y premios. Las de superhéroes, las que juzgan y son revisionistas y las que imitan la empatía.
- La liga de la justicia.
Los súper héroes (Wolverine, Batman, Spiderman, Iron Man, X Men, Hulk, DeadPool, Mujer Maravilla, Capitan América, Thor, Pantera Negra, entre otros, que al final, más que un universo, son como las figuritas que coleccionan los niños) que luchan contra enemigos probadamente viles, ya no están de un lado de la guerra fría, representan al mal globalizado. Ahora defienden el orden del universo. Luchan por causas políticamente correctas. Ahora tal vez no importe tanto las peripecias del combate, sino, más bien, conocer los detalles de la vida del héroe y del villano. Precisamente el mito habla de un Narciso adolescente y según uno de sus destacados guionistas, Mark Waid: “los superhéroes se crearon como una fantasía de poder adolescente… con amenazas híper dramáticas, sin sutilezas”. Para entender la fascinación que ejerce este tipo de filmes en la era del vacío, cabría apuntar algunas cuestiones sobre este género; una es: ¿por qué hacen lo que hacen? En una de las películas, uno de ellos contesta: “porque es obligatorio”, y ahí cabe la siguiente cuestión: todos estos personajes no se debaten entre el bien y el mal, aunque lo aparenten; persiguen la justicia, no el bien, son justicieros, son la liga de la justicia, porque si se debatieran entre el bien el y mal, posiblemente, como sucedió con los personajes del cine negro, caerían en la cuenta de que lo que esta mal es la justicia y entrarían en la duda o la tentación de cambiarla y terminarían convirtiéndose en subversores. Pero ese camino es impensable porque “Ellos” hacen que se cumpla la ley, pero, además, no son la ley, y, paradójicamente, ni uno solo forma parte de fuerzas oficiales o estatales, son casi paramilitares. A esto se suma el sentimiento tan propiamente narcisista de sentirse único y especial; se mueven en atmósferas grandilocuentes, llenas de maravillas y espectacularidad.
- Ser jueces lejanos.
En general, las películas de época no se hacen como reconstrucciones, ni lecciones de historia, sino que los autores y sus sociedades las hacen para poder entender su propio presente o para exorcizar sus fantasmas. Tal vez, los ejemplos emblemáticos sean las obras bélicas sobre la guerra de Korea, que en realidad hablaban del conflicto de Vietnam; las películas históricas hablan mas del tiempo en que fueron hechas que del tiempo que retratan. Pero, como corresponde al comportamiento típico narcisista de juzgar a los otros para no tener que preocuparse de mirar la viga en el propio ojo, ahora se filman trabajos que cuentan historias para mostrar cuán malo era su racismo, machismo, homofobia, explotación, acoso en el pasado. Es decir, se garantiza una buena causa políticamente correcta que pueda hasta ganar el Óscar, pero no se toca ni mella el actual estado de cosas, sino se juzga el pasado (Green Book, Usa contra Billy Holliday, Uncle Frank); y, con la crítica, el espectador narciso se pone por encima de los personajes o estos le despiertan compasión. Pero, aún hay algunos que son más fundamentalistas, y no contentos con el juicio, piden la condena, la punición; y, como ya no se puede revivir al condenado para volver a matarlo, van y pintarrajean sus estatuas (como, por ejemplo, las de Cristóbal Colon o la de Santa Isabel) o deciden cancelar o censurar (como a Pepe Le Pew o Speedy Gonzales), como lúcidamente dijo Jonathan Rauch “La cancelación busca castigar en lugar de corregir”.
- La falsa empatía.
Los Narcisistas se caracterizan por su escasa o casi nula empatía, pero para poder sobrevivir simulan que la tienen, que es el principio de la manipulación. Entonces, por ejemplo, como prueba de que no tienen aversión a los homosexuales suelen decir: “uno de mis mejores amigos es gay”; o, para decir que no son racistas: “yo tuve una pareja que era afrodescendiente”. Es decir, te cuentan un hecho que los exime de cualquier culpa; el cine de industria nos ofrece ese mismo mecanismo. Nos dan la posibilidad de entrar y conocer la intimidad de los grandes villanos. Los villanos dejan de ser solo antagonistas y toda la película gira exclusivamente alrededor de ellos (Hannibal, Cruella, Joker, Harley Quinn, Maléfica). En esas historias accedemos a sus hogares, sentimientos y traumas, al origen de sus males y desequilibrios, conocemos su lado mas humano, los caminos por los que se apartaron de la justicia, y vemos cómo ellos, al igual que nosotros y como todos, piensan y dicen estar en el lado correcto de la justicia. Según Oswaldo Osorio: “El resultado son historias y personaje esquemáticos y ambiguos, aunque suene contradictorio”. Detrás de toda una parafernalia de cine y espectáculo, que siempre se agradece, se cumple con el fin de darle tranquilidad al Narciso. Porque él, en el fondo de su ser, sabe que no puede competir con personas que tienen empatía, que son la mayoría de las personas, en cambio sí sale victorioso con personajes que son muy especiales y particulares, que tienen perturbaciones más severas que las propias.
Estos son solo son apuntes transitorios para poder hilar y tratar de comprender estos tiempos cargados de acciones tan similares a esas otras, las más condenables del siglo pasado.