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Caput Mundi Aeternum

A Nicoletta, Christian y Fabrizio, a los Cicerones Maria Teresa y Gennaro

Maurizio Bagatin

Ahora estarán pisando miles de años de historia. No será la Satyricon de Petronio o la Roma que Fellini vio como “la puerta del África”, pasos de exiliados eritreos y viento ghibli que soplaba desde el Aventino. Ahora serán los pasos de Virgilio en su retorno de Grecia o la afrodisiaca lectura de Marguerite Yourcenar. Roma es siempre un canto de sirenas que desde el Testaccio va diseñando toda la violencia y la poesía de Pasolini. Una Mamma Roma que se va modificando a segunda de la mirada, cuando el ojo azul observe el cielo africano que espera la felicidad de una lluvia en agosto. El paseo de agosto con la Vespa de Nanni Moretti o el nervioso zarpar de Vittorio Gassman y Jean-Louis Trintignant en un ferragosto on the road sui generis, todo un be bop a la italiana.

Roma es “amor a Roma”, el palíndromo que sabrán amar solamente sus mejores habitantes, los turistas. Estoy oyendo el cantar de un ciudadano, desde el antiguo Macellum una sátira de Juvenal, desde Centocelle una poesía de Trilussa; es siempre el recuerdo de los libros que al colegio nunca nos hicieron leer, Cesare Pescarella, el canto de los “cantastorie” que desde Ettore Petrolini van conduciendo hasta Massimo Liberatori.

Memoria que comporta dificultades. Es el viaje de Paolo Rumiz adentro de la Regina Viarum olvidada por todos, un vieje de ida que mira a Oriente, a Bizancio, cosmopolita ante litteram, y un retorno junto a Pedro y Pablo, fe y piedra millar del gran evento, el catolicismo. En otra página que voy viendo es el encuentro desde donde todas las vías tienen origen, Roma contra todos los pueblos nativos y el Imperio hecho con ingeniería, calles, puentes, acueductos, solidificación de los frutos de las conquistas. Rómulo y Remo escogieron este dulce clima, las siete colinas, los siete reyes, no escogieron el orden del caos contemporáneo. Aquí residieron la política y el arte, buen paso de Seneca y Miguel Angel Buonarroti.

No se cual poesía debería acompañarlos, si es la poesía del Belli o las imágenes de una Roma futurística, pero tampoco muy distante, la que Guido Morselli encuentra sin Papa, fusión de teología y psicoanálisis, o aun la que fue en los locos y cuerdos que la vivieron más profundamente, Nerón y Calígula, Anna Magnani y Laura Betti.

Tal vez la verdadera poesía está en la idiosincrasia de sus habitantes, Roma es sublime en la pertenencia, en la filiación que es distinta y más fuerte que en otros lugares. El romano afuera de su Mamma Roma está muerto. Los romanos sufren de una “síndrome del taxista”, para ellos el mundo son “todas estas cosas inútiles que rodean su auto”, que es Roma. Y Roma es la única cosa que cuenta, porque es la única cosa que conocen y que aman verdaderamente.    

Seguramente es la que siempre amé en las palabras de Pasolini: “Maravillosa y misera ciudad / que me has enseñado lo que aprenden los hombres / alegres y feroces desde niños…”.

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