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Candidatas. Retórica y excesos

Xóchitl Gálvez inició su campaña con un acto en solidaridad con las víctimas de la violencia. Claudia Sheinbaum prefirió la celebración anticipada, en un Zócalo lleno a fuerza de coacciones y dádivas. 

   La candidata del frente de oposición hizo en Fresnillo, ciudad ensangrentada y dominada por el dolor, un llamado contra el miedo.  Sin embargo ella misma trivializó esa actitud de empatía cuando horas más tarde, en un gesto de innecesaria teatralidad, firmó con su propia sangre un compromiso clientelar y demagógico. 

   Sheinbaum también se saboteó a sí misma. La enumeración de cien compromisos le dio densidad discursiva a su larga arenga el viernes 1 por la tarde pero un tropiezo, que el encono en las redes aprovechó de inmediato, le hizo confundir a la transformación, con la corrupción. Dijo muchas más cosas, pero esa frase quedó consagrada como la más repetida en la polarizadora simplificación del ámbito digital.

   Varios, pocos centenares en las calles de Fresnillo, fueron una hazaña en una ciudad en donde ya nadie sale por la noche. Veladora en mano, con respeto y en respaldo a quienes viven amenazados por el crimen organizado, Xóchitl Gálvez no tuvo que decir mucho para subrayar el que seguramente será eje central de su campaña. El gobierno de López Obrador ha fallado en prácticamente todos los frentes, pero en ninguno de manera tan brutal como en la atención a la seguridad pública. Más de 180 mil homicidios dolosos: por mucho que haga volteretas con las cifras, el presidente no puede ocultar que durante su gobierno México ha sufrido más crímenes que en cualquiera de los sexenios anteriores. 

   A fines del año pasado, según la encuesta GEA-ISA, el 54% de los ciudadanos tenía una opinión positiva del desempeño de López Obrador, pero el 46% consideraba que el presidente protege al crimen organizado. Ese es el flanco más débil del gobierno y Sheinbaum, candidata del continuismo, repite en ese, como en todos los temas, los estribillos de Palacio Nacional.

   En su alocución en el Zócalo, la candidata de Morena no mencionó al Ejército, ni a las Fuerzas Armadas. No puede esperarse que se proponga acotar las excesivas funciones, los privilegios y la opacidad que los militares han disfrutado en el actual gobierno. Sí se refirió, en cambio, a la Guardia Nacional como instrumento principal para enfrentar la inseguridad. A falta de precisiones, puede suponerse que esa candidata quiere mantener la riesgosa militarización de la Guardia Nacional. 

   Gran parte del centenar de “pasos para la transformación”, como les llama Sheinbaum, son simplemente retórica. Entre ellos hay promesas que, al carecer de medidas específicas, se quedan en mera palabrería. Decir, por ejemplo, que garantizaría “las libertades de expresión, de prensa, de reunión, de movilización”, es un ofrecimiento hueco si no lo acompañan compromisos específicos, sobre todo ante la desprotección de muchos periodistas y los ataques de AMLO contra el periodismo profesional y crítico.

   Otros puntos, rayan en el embuste. No tiene credibilidad alguna la promesa de encabezar “un gobierno honesto, sin influyentismo, corrupción”, frente a los ilegales negocios que perpetran importantes funcionarios y personajes cercanos al presidente. No se puede confiar en metas como la que asegura “protegeremos y restauraremos bosques, cuerpos de agua y otros ecosistemas” frente a la devastación que ocasiona el Tren Maya. 

   La candidata de Morena dice que en su gobierno habría “eficiencia energética” y habla de plantas eólicas y de hidrógeno verde. Pero al mismo tiempo, defiende a las enormemente deficitarias y costosas Pemex y CFE.

  No hay afán de cambios en la propuesta de Sheinbaum. Para que nadie se confunda, dice con todas sus letras: “consolidaremos los proyectos estratégicos legados por AMLO, como el Tren Maya, el Interoceánico, el Aeropuerto Felipe Ángeles, la Refinería de Dos Bocas, la modernización de las seis refinerías y de las hidroeléctricas”. Es imposible avanzar hacia algo nuevo cuando se mantienen lastres como los que ha impuesto y defendido López Obrador.

   Réplica rígida de lo que dice y hace el presidente, Sheinbaum se adhiere a sus más ominosas iniciativas. La candidata de Morena promueve “la elección de los consejeros electorales y los magistrados, por voto popular” y que “los jueces, magistrados y ministros del Poder Judicial” también sean electos en votación abierta.

   Xóchitl Gálvez, en su inicio de campaña, apostó por los símbolos. La procesión en Fresnillo afianzó su identificación con quienes más han sufrido la irrefrenable violencia. Pero luego, en Irapuato, firmó con su sangre un compromiso para no eliminar los actuales programas sociales. Ese gesto era innecesario. Bastaba su palabra para dejar claro que no modificará tales remuneraciones. El perfil que Gálvez se ha construido, como una mujer comprometida con la racionalidad y el desarrollo, se debilita con acciones demagógicas como esa.

   Los apoyos financieros que entrega el gobierno, son importantes pero de eficacia relativa. El sector de la población en el que más han aumentado esas transferencias es el de mayores ingresos. Es decir, no se trata de ayudas que lleguen primero a los pobres. Lo que hace falta es una política social más vigorosa, antes que nada con más recursos para mejores escuelas, un sistema de salud que vuelva a funcionar, etc. En los años recientes, el gasto social ha sido sacrificado para financiar las dispendiosas y hasta ahora inútiles obras que son emblemáticas del gobierno obradorista. 

   Además de firmar con sangre, al estilo de las historias fáusticas o góticas, Xóchitl Gálvez quiso rebasar a Morena y su candidata por el carril del populismo clientelar. Anunció que, si gana la elección, los viejos tendrán derecho a recibir la pensión del gobierno a partir de los 60 años. Mientras Sheinbaum decía en el Zócalo que las mujeres de 60 a 64 tendrían la mitad de la pensión que reciben las personas a partir de los 65, la candidata de la oposición hizo una oferta más audaz. No importa que muchos mexicanos no necesiten ese apoyo, ni el peso que tendría sobre las finanzas públicas. En esta confrontación de apariencias, retórica y símbolos, la responsabilidad y el realismo quedan desplazados por la frenética búsqueda de votos. Las campañas han comenzado.

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