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Callejeros

Por Ronal Barradas / Inmediaciones
Para Iván y Jerry

Me enternecen las perritas preñadas porque llevan su preñez con dignidad; es ese respeto por sí mismas lo que las hace admirables. Están solas ante el mundo y no requieren de ayuda alguna para sostenerse. Son perritas y son tan autosuficientes que no necesitan ir acompañadas de sus madres donde vayan ni requieren dejar a sus cachorros bajo el cuidado de la abuela. Nada de eso. Ellas traen al mundo cachorros que serán cuidados solo por ellas, mientras sea necesario; solo mientras lo sea, para luego aprender a dejar, aprender a renunciar a sus crías, pues se habrán dado cuenta que los pequeños ya son lo suficientemente independientes parasobrevivir por sus propios medios.

La tarde que lo pensé, estabaconmi esposa, recostada junto a mí. Ambos sin nada que hacer y lanzándonos preguntas y respuestas para matar el tiempo. Entre todas, recuerdo la que más me gustó responder. Preguntó: ¿qué animal serías en caso de ser animal? Un perro, dije. A ella no la convenció del todo. Ama tanto a esos animales que no encontraba nada en mí que pudiera justificar el parecido. Quise darle las razones, pero me pareció inútil. No lo entendería… No entendería que siento por esos animales una profunda compasión. No por todos, solo por los callejeros. Tal vez debí aclarar que sería un perro callejero, pero no…, no lo hice porque no lo entendería. Carecía de compasión: tenía treinta y cinco años y todavía era una niña.

Yo en cambio entendía muy bien la vida que llevaban aquellos animales. Desde hace mucho, venía observándolos, todos los días, cuando sacaba a pasear al nuestro. Me los encontraba y era inevitable. Todos los días, casi a la misma hora, caminando de un basurero a otro. Los veía husmeando entre las bolsas, desparramando toda la basura. Algunas veces con suerte, encontraban los restos del pollo o del asado que algún vecino había cenado noche antes. Apenas terminaban de triturar los huesos, comenzaban a olfatear de nuevo. Buscaban un rastro, algún lugar donde encontrar su alimento. A veces, su suerte era tal que se encontraban con más de una bolsa repleta de desperdicios. Otras no. Y había que caminar hacia otro lugar, en busca de otro basural, si tal vez por allá tenían mejor suerte.

Me los imaginaba a todos; todos buscando el alimento para ellos o para alimentar a sus crías. Me los imaginaba con hambre del día o del día anterior. Me los imaginaba un tanto desesperados, caminando por uno y otro lugar para poder saciar el hambre. Me los imaginaba tal vez con un poco de angustia, aunque no sé si un perro callejero sienta tan solo un poco de angustia, pero yo la sentía y la ponía en sus vidas. La angustia de no saber qué hacer para poder conseguir el alimento del día.

Acababa de cumplir treinta y seis y había nacido hace poco. Hasta entonces había cuidado de mí y solo de mí. Seguía teniendo a mi madre que también cuidaba de mí. Aún la tengo, pero ahora cuida de ella.  Y es que uno nace el momento en que el egoísmo se muere y la preocupación no es solo por uno, sino que rebalsa y moja a quienes más cercanos están. En ese entonces, yo cuidaba de ella, de mi mujer. No hace mucho había pasado por una operación complicada y para ayudarme con los gastos, me había dedicado a vender los libros de mi biblioteca. Tenía trabajo pero vendía alguno que otro ejemplar. Algunas veces a amigos; otras a libreros que compraban libros de segunda.

Todo cambió cuando mi librero quedó totalmente saqueado y había que buscar donde antes había vendido. Todos los días, a toda hora, caminaba como lo hace un perro. Buscaba libros y los encontraba; los compraba a buenos precios y al poco rato, llamaba a amigos que los deseaban desde hace tiempo. Se los vendía, un poco caros: de ese encuentro dependía el alimento de aquel día.

Tal vez por eso siento por los perritos una profunda compasión. No por todos, ya lo dije, solo por los que viven olfateando y husmeando por basurales. Sí, tal vez debí aclararle a mi mujer, que de haber nacido animal sería un perro callejero, pero no…, nunca, si quiera intentó, vivir en mí, sentir lo que en mí sentía… No lo hizo… Tal vez esa fue la razón de que no la convenciese mi respuesta: un perro, sería un perro… Pero no lo entendió. Carecía de toda compasión: tenía treinta y cinco y no era más que una niña que va por la vida acompañada de su madre.

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