Cuidado con los rompedores de raíces, con los que fracturan y despedazan pueblos y naciones, con aquellos que dividen y siembran odio por doquier, pues únicamente desde la unidad se puede abrazar el mundo, trabajando por el bien colectivo. Bajo esta atmósfera desconcertante tampoco hemos de quedar indiferentes, cada uno de nosotros debe hacer algo, y no desde el endiosamiento del poder, sino desde la humidad que es como se genera el auténtico servicio. No es cuestión de lavarse las manos, o de mirar hacia otro lado, ante la multitud de problemas que todos hemos generado. Por ello, la solución a muchos de ellos es colectiva. Ojalá seamos ciudadanos del mundo, siempre dispuestos a navegar en esa autenticidad, que es la que nos hace verdaderamente humanitarios y compasivos.
Hoy más que nunca se requiere de gobernantes con liderazgo fuerte, capaces de prevenir conflictos y de resolver las injusticias. También se necesita de sociedades con espíritu integrador que respeten los derechos humanos y el imperio de la ley. Todo este cúmulo de insuficiencias ha de obligarnos a la ciudadanía, en su conjunto, a tomarnos más en serio el estado de la democracia en el mundo; que, por otra parte, es el medio más propicio para la convivencia. No olvidemos que el estado de derecho y el desarrollo tienen una interrelación significativa y se refuerzan mutuamente. Por este motivo, este objetivo ha de centrarse en la promoción de un acceso universal a la justicia y a la construcción de instituciones responsables y eficaces a todos los niveles. Será vital, por tanto, acabar con la corrupción existente en cualquiera de los poderes de los Estados y en las fuerzas de seguridad operantes de muchos países.
El clima de falsedades nos atrofia la realidad y así no podemos continuar. Cada uno de nosotros tenemos una historia tras de sí que no podemos (ni debemos) olvidar, forma parte de nuestra continuidad como especie, de nuestras alianzas y subsistencias, de nuestro lenguaje con el que interpretamos nuestra vida y nuestra situación. Prudencia en todo caso. Seamos siempre constructores responsables de la sociedad. Lo que interesa es la mejora de las condiciones existenciales de esa ciudadanía globalizada, jamás el aislamiento, teniendo en cuenta los múltiples aspectos que nos unen a todos. Sólo hay que poner en práctica la ley del amor, por dura que nos parezca, pues es la que nos une desde la eternidad.
El ser humano, en todo momento, tiene que aprender a respetarse y a respetar todo lo que le rodea. Además toda la colectividad ha de tener voz. En este sentido, nos ha emocionado que un grupo de activistas indígenas peruanos hayan reivindicado recientemente la utilidad de sus conocimientos ancestrales en la conferencia de la ONU sobre cambio climático. Es público y notorio que la deforestación conlleva que haya menos agua disponible. Por ello, Roberto Espinoza, de la Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana (AIDESEP), acaba de indicar que ellos “están sembrando agua, incluso aunque suene raro, con unas plantas que los indígenas saben que pueden mejorar el ciclo subterráneo”. Precisamente, son estas actuaciones cooperantes y conjuntas, las que nos hacen mantener un equilibrio entre intereses contrapuestos, así como reducir la fragilidad y la violencia.
En efecto, la unidad de un mundo globalizado como el presente, nos exige más acciones intergubernamentales reunidas, sobre todo para la eliminación de tantas esclavitudes que nos acorralan socialmente. Las noticias de encuentro de cadáveres en el Mediterráneo no cesan. Al menos ochenta personas murieron en la última semana tratando de cruzar a Europa desde el norte de África. Es muy probable que las víctimas hayan sido objeto de trata con fines de explotación sexual, asegura la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) en un comunicado. Sea como fuere, la familia humana requiere de una mayor vinculación entre sí, mediante sistemas verdaderamente solidarios que nos fraternicen, eliminando derroches y rentas abusivas, para destinarlas a ese mundo necesitado que nos interroga perennemente. Muchas veces la pobreza surge, justamente, de esa violación de la dignidad del trabajo humano decente que todos nos merecemos. Dicho lo cual, cada uno de nosotros hemos de tomar conciencia de nuestras posibilidades vitales para aminorar los campos de batallas inútiles y acrecentar lo armónico, aunque a veces podamos sentirnos solos, a pesar de ese uno para todos y todos para cada uno que solemos decirnos.