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Cada personaje una novela (Los personajes de mi pueblo)

“La sangre no es agua” -Dicho popular-

Es una colorida fauna, la tzechinese, el Mito nos ha sacado para devolvernos en sueños, fábulas, realidad e ilusión, a menudo como campesinos humildes y felices, a veces como muchachos neuróticos e inquietos. Una rueda que gira y gira siempre y que tal vez nunca se detenga.

Eligio Garbin, garbín como el viento que llega de África, el lebeche; pintor y gerente, lo he visto moverse libre entre todos los personajes de una novela de Riccardo Bacchelli, a la orilla de un río o detrás de un mesón de un restaurante, salirse de una canción de Lino Straulino y contarle chiste al “Rojo” Favret y a Toni “Binario”, riéndose de las estupideces que iban combinando “el Gát” o “el Dirindero”. Siempre estaba estudiando a sus personajes, Toni Vignando, el faisán en la boca del perro, la metafísica de sus paisajes, una plaza o los campos en pleno invierno. Pincelar con los colores rápidos de la tierra, mirando lejos quedándose cerca, detrás, delante y por todo lado, como si fuera una acuarela o un fresco, dejando así la marca para siempre.

Doriano Vedovotto nació con las novelas de Pier Vittorio Tondelli y todo lo que el ’77 había dejado, Lou Reed, David Bowie y un Glam que no podía alcanzar propio Cecchini. Magó era una tienda avant lettre, que ni en la Via Montenapoleone en Milán podíamos encontrar aquellos años, un diseño racional y lleno de poesía, lo que idealizó Platón en su Ciudad ideal; ser adelantado con las modas puede producir grandes cambios o grandes fracasos, anticipar los tiempos es cosa de pocos. Doriano era voyant en el momento justo pero en el lugar equivocado. Y se fue contento, come Baudelaire, de un mondo donde la acción no es hermana del sueño.

Angelo Giannelli, pincel de Modigliani, desde el profundo sud hasta Tzechini, lejos de las corrientes artísticas pero de inmediato lejos también de Tzechini, lo conocemos por los pocos cuadros de él que logramos ver, del fondo de esas pinceladas del periodo azul de Picasso, de la gana de bohemia de Toulouse-Lautrec o de algunos pintores florentinos o de la Ferrara de inicio del novecientos. La ausencia de una mirada o su demasiada presencia, figuras solitarias en colores puros, tristes, de una sola época. Encontrarlos en aquellos salones de la burguesía recién formada o en dormitorios de mujeres amantes, nunca esposas, nunca hijas. Los hemos vistos en la novela de Giorgio Bassani, Il giardino dei Finzi Contini, en Villa Zuccaro, ayer en casa Baseotto y desde aquel balcón donde D’Annunzio se asomó: su escritura, de la cual tenemos algún testimonio, es aquella de aquel tiempo, la pronuncia venessiana aun fuerte, hacer sátira, contar fabulas, hacer reír.

Y entonces Vitale, lo de Malnisio, con el apellido de un gran escritor, Magris; duro para combatir, duro de vencer, duro come las rocas de las montañas, las montañas que cerca de San Quirino, han creado todo un imaginario. Toda Montereale que hace de escudo a la sangre y a la historia que quiso escribir el que terminó en la hoguera: Domenico Scandella llamado el Menocchio. Fuerza del subalterno, y desde allí Vitale, trayéndose a Tzechini todo aquel carácter.

Pensando al Pupo Roman siempre es carnaval, la broma y la máscara, la pitóna y el reírse que lleva consigo su historia, hacer travesuras hasta que amanezca un nuevo día. Son historias que tal vez llegan desde Venecia, desde aquella Venessia de Goldoni, el Arlequin del Bric-a- Brac, mercader como Pantaleón pero nunca Nane Caragheta, siempre intentando enderezar a Colombina, enamorando a Rosaura y cuidando a Florindo. Comedia del arte es todo esto.

Los reyes taumaturgos nos llevan a un periodo mágico del Medioevo, en aquella época Tzechini era aún un inmenso bosque, árboles y más árboles, y después de los árboles, mucho más alla «Il re ti tocca, Dio ti guarisca» (El rey te toca, Dios te cure), todo era leyenda e persuasión. En Tzechini tuvimos taumaturgos que no eran de sangre azul, pero curaban. El Fogo de Sant’Antonio (el Fuego de San Antonio) lo siempre curado la Rina Rosalen, sincretismo y encuentro entre religión y medicina popular siempre efectiva. Y para reponer en su sitio los huesos, estaba su papá, Piero Rosalen, dones de la naturaleza bien cultivados en el tempo, los que tal vez no eran oficios sino vocaciones.

Tzechini un día fue colonizada. Todo empezó en los años sesenta, siguiendo el corso del río Livenza, que cambia de nombre y cambia el color, que cambia los perfumes y cambia el agua que transporta la lengua que saben hablar. Llegaron los de Caorle. Para ellos fue una Ellis Island, algunos se quedaron, los Vedovotto, los Ballerin y los Pozza, los Busicchio, los Catto y los Zottis, otros se mudaran tejiendo una permanencia firme en el territorio, y así fueron adoptados. Nos trajeron mosquitos desde la isla “dei Casoni” y Al otro lado del rio y entre los árboles, el aire bohemio de Hemingway. Olor de pescado frito y lindas muchachas del Adriático, el dialecto veneciano y la mirada veraniega desde un balcón, el perfume a sal y la neblina que en las mañanas de noviembre te hace perder la brújula buscando el mar. .
Estos personajes sobreviven al tiempo mejor que el mármol o el bronce. Ellos siguen aquí literariamente, y solo el silencio los acabará.

Imagen: Foto de Bibi Provedel (?), Muchachos en Cecchini (Tzechini), años treinta del 1900

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