Jorge Muzam

Menos de las siete y ya oscurece. Las tardes de mayo son tan cortas. Estudié la básica en San Fabián de Alico entre el 77 y el 84. Eran tiempos de niebla temprana y aguaceros interminables. Temporales de dos semanas que derribaban encinos. Feroces puelches que impedían avanzar hacia el este. Granizadas inclementes que coscacheaban la cabeza. Lo interesante es que nadie faltaba a clases. Nadie se quejaba. Nadie delataba. Las desavenencias se resolvían a mano limpia. A puñetes sangrantes. A patá en la raja. Y luego tan amigos como siempre.


La penumbra temprana me hizo recordar mis clases de infancia durante mayo y junio. Contemplar desde mi puesto en la sala de clases como afuera oscurecía, el encendido de los faroles, la niebla gris engulléndose los árboles, era una felicidad inexplicable. Salir de noche. Irme solo a casa. Saltar pozas de agua. Patear piedras. Retar perros hostiles. Sentía que eran cosas de grandes, y quizá por eso me hacían felices. 

Foto – Paisajes de Gabriela Iturri

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