Maurizio Bagatin
A pesar de su historia aún desconocida para la mayor parte de la población y todo el mundo, Bolivia conserva en sus venas una característica única entre los países latinoamericanos, y esta característica es su reputación de rebelión.
El período republicano boliviano es un período brutal que incluye golpes de estado feroces y dictaduras abominables, un desorden político en toda la agenda y valientes rebeliones. Durante los doscientos años de la república, Bolivia fue gobernada por tiranos y militares, por muchos cobardes y por muy pocos ilustres. La independencia de 1825 no significaba soberanía para Bolivia, del mismo modo que la revolución de 1952 significaba la liberación total. Los pueblos a veces ven su liberación en lo que no es más que una disputa por la sustitución entre los clanes de sus amos. De hecho, toda la profundidad de un hecho tan extraordinario como la Revolución del 52 ha quedado atrapada en la breve extensión de su evento. Tal vez porque dentro de la fuerza del evento también estaba su debilidad. Historia, este desconocido, diría algún profeta que desearía poder escribirla mirando hacia atrás. Con algunos presidentes Bolivia perdió su mar y con otros sufrió el Holocausto de la Guerra del Chaco; la historia republicana de Bolivia está llena de déspotas y caudillos, populismos y dos personas antipatrióticas, presidentes títeres e incluso un dictador electo.
Las heroicas acciones de las Heroínas de la Coronilla, y la novela más conocida de la literatura boliviana, Juan de la Rosa de Nataniel Aguirre y quizás más aún las fascinantes páginas del Diario de un Comandante de la Guerra de la Independencia de José Santos Vargas nos ofrecen literaria y fuentes literarias del momento histórico de la expulsión de la colonia española para dar a Bolivia vida republicana. Entonces habrá más rebeliones, las peleas de los mineros, la masacre de San Juan y la matanza del Che Guevara. Con el comienzo de la era democratica y varios gobiernos con coaliciones aberrantes formadas por moros y cristianos y muchos otros oportunistas de cambio prominentes, Bolivia entra en la era del neoliberalismo, y entra allí como primer alumno del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, y sobre todo como un gran laboratorio para experimentar con la privatización de todos los bienes comunes y la ruptura de un contrato social digno y soberano. Este «fundamentalismo de mercado» en Bolivia llevó a la privatización del agua, desencadenando en 2000 la llamada Guerra del Agua y unos años después la Guerra del Gas y la fuga del país del último presidente neoliberal que gobernó Bolivia.
Si buscamos un continuo histórico de Bolivia, una tendencia braudeliana de larga data, lo encontraremos agudo y omnipresente en violencia y guerra. Incluso con el eufemístico Proceso de Cambio Bolivia logró evitar los antiguos vicios que consolidaban la demagogia como única forma de administración estatal, como si con ganar poder para realizar la democracia fuera suficiente. La historia de Bolivia no puede y aún no debe tener la última palabra antes de la penúltima, la de su reputación de rebelión.