Inmediaciones
Bolivia ha entrado en una nueva etapa política. Por primera vez desde la recuperación de la democracia en 1982, y desde la promulgación de la Constitución en 2009, el país se encamina a una segunda vuelta presidencial. Pero esta no es solo una novedad electoral: es el cierre de un ciclo político marcado por el predominio del Movimiento al Socialismo (MAS), cuya larga permanencia en el poder derivó en prácticas autoritarias, concentración institucional y debilitamiento de la democracia.
Durante los casi 14 años de gobierno de Evo Morales (2006–2019) y el posterior mandato de Luis Arce (2020–2025), Bolivia vivió un modelo de fuerte intervención estatal, control partidario de instituciones clave y una estructura política que muchos analistas han calificado como autoritaria o hegemónica, aunque no formalmente como una dictadura. Hubo episodios graves —como la reelección de Morales en 2019 pese al referéndum que lo impedía, el uso político de la justicia y la persecución de opositores— pero también se mantuvieron elecciones periódicas y cierta institucionalidad democrática. Por eso, hablar de “dictadura” puede ser visto como una posición política más que una descripción jurídica.
Una caracterización más precisa sería referirse al MAS como un “gobierno de corte autoritario con rasgos populistas y concentración de poder”, o como un “modelo hegemónico que debilitó la institucionalidad democrática”. En cualquier caso, la exclusión del MAS de la segunda vuelta marca el fin de una era.
El balotaje, previsto para el 19 de octubre, enfrentará a Rodrigo Paz Pereira y Jorge “Tuto” Quiroga, dos figuras de oposición que protagonizan un giro histórico: el oficialismo ha quedado fuera de la disputa.
La jornada electoral del 17 de agosto fue pacífica en las calles, pero contundente en sus resultados. Con el 95.41% de las actas computadas por el Sistema de Resultados Electorales Preliminares (Sirepre), Rodrigo Paz Pereira, del Partido Demócrata Cristiano (PDC), obtuvo el 32.14% de los votos válidos, mientras que Jorge Quiroga, de la alianza Libre, alcanzó el 26.81%. La diferencia entre ambos es de 5.33 puntos porcentuales, insuficiente para evitar el balotaje, ya que la ley exige más del 50% o al menos el 40% con una ventaja de 10 puntos sobre el segundo.
Samuel Doria Medina quedó en tercer lugar con el 19.9%, seguido por Andrónico Rodríguez con 8.2% y Eduardo del Castillo con apenas 3.1%, lo que deja al MAS sin posibilidad de disputar la presidencia y al borde de perder su personería jurídica.
Más de 7.9 millones de bolivianos estaban habilitados para votar, incluyendo 369.000 residentes en el exterior, que sufragaron en 22 países. La participación fue alta, y los votos válidos alcanzaron el 78.27%, según los datos preliminares, mientras que los nulos sumaron el 19.3% y los blancos el 2.43%. Este comportamiento refleja una ciudadanía que, en muchos casos, se mostró indecisa o desconfiada frente a las opciones disponibles.
Un Parlamento sin hegemonías
La reconfiguración política no solo se dio en la presidencia. El nuevo mapa legislativo muestra un Parlamento fragmentado, sin mayorías absolutas ni posibilidad de gobernar en solitario.
En la Cámara de Diputados, el PDC logró 51 escaños (26 plurinominales y 25 uninominales), seguido por la Alianza Libre con 43 (20 plurinominales y 23 uninominales). La Alianza Unidad obtuvo 22 curules, mientras que la Alianza Popular consiguió 6 y Súmate apenas 1. El MAS, que en 2020 tenía 75 diputados, quedó con un solo representante.
En el Senado, el PDC también se perfila como la primera fuerza con 13 senadores, seguido por Libre con 11, Unidad con 6 y Súmate con 1. El MAS no logró ningún escaño en la Cámara Alta.
Con este panorama, ninguna fuerza alcanza los 66 votos necesarios para la mayoría simple ni los 87 para los dos tercios. La gobernabilidad dependerá de pactos, negociaciones y consensos que, hasta ahora, no han sido parte del estilo político dominante.
¿Qué está en juego en la segunda vuelta?
Rodrigo Paz Pereira representa una opción de renovación moderada, con énfasis en la descentralización, la redistribución del presupuesto nacional y una visión social del desarrollo. Jorge Quiroga, en cambio, propone una reforma liberal, apertura al mercado y acuerdos con organismos internacionales.
Ambos deberán conquistar los votos de los electores que apoyaron a Doria Medina, Reyes Villa y Rodríguez, así como de los millones que votaron nulo o blanco. La segunda vuelta será una disputa por el centro político, por la clase media urbana, por los jóvenes desencantados y por los votantes que durante años se identificaron con el MAS.
Un momento fundacional
La segunda vuelta no es solo una novedad institucional. Es una señal de madurez democrática. Aunque la Constitución de 2009 ya contemplaba este mecanismo, nunca antes había sido necesario. Las elecciones de 2005, 2009, 2014 y 2020 fueron resueltas en primera vuelta. Incluso en 2019, cuando se denunció fraude, el proceso fue anulado antes de llegar al balotaje.
Hoy, Bolivia elige en dos tiempos. Y en ese proceso, se redefine no solo quién gobernará, sino cómo se gobernará. El próximo presidente asumirá el 8 de noviembre, en un país que ha decidido cerrar un ciclo de hegemonía política y abrir otro de pluralidad y negociación. Lo que está claro es que el poder ya no será absoluto. Y eso, en sí mismo, es una victoria democrática.