A la intemperie
Tanto tiempo
en la memoria constante
dejando de ser semilla.
A la intemperie
reúno ahora los caminos
veo el tiempo envejecer
en el tiempo.
Yo no sé
lo que murmura
en este fervor
que ganamos para la vida.
(De Asistir al tiempo)
Alma madre de la cruz lavada
Alma madre de la cruz lavada
territorio tatuado por redondas gargantas
tibia morada despojada en el monte
a golpes de barreno a golpes de vacío
fijas el centro en tu falta padre- no ves
discurso de astros agoniza
en todos los padres una y otra vez
padre empozado por el sol
padre ahogado por los cascos marinos
padre pez en tu estrella de púas
gira la obscena astronomía de otra sangre
no engendras la múltiple geometría de la raíz
en la intemperie de tu sexo
a sombra desolada de tus días
sólo el polvo sólo el frío la sangre errante y todas las horas anteriores
a ese día nuestro
muerto |
por ti. |
Siempre pensé
que la vida
tenía que ser algo más
la vida algo más que los muertos
la vida algo más que la madre
la vida algo más
para en la noche poder dormir
para con el día
para vivir por vivir nomás.
Algo más que ese cuerpo |
mirando ese cuerpo |
ese cuerpo que esperas demás |
ese cuerpo definitivo que deseas |
definitivamente |
desde cualquier altura |
definitivamente |
desde Cota-Cota o el Montículo |
ese cuerpo desde el Alto o Llojeta |
ese cuerpo definitivamente en tu deseo |
ese cuerpo que te expulsa y vomita |
ese cuerpo que miras y comprendes |
sin decir ese cuerpo no es mío |
no es tuyo y es tuyo también |
espacio áspero roca profunda |
que no posees y te engendra |
y te quema y te exige y te ciega |
ese cuerpo deseoso de muerte |
girando entre manos precisas: |
la sangre sembrando fango |
el golpe horadando el fuego |
ese cuerpo se descubre y anuda |
crece y te hace crecer |
ese cuerpo venciendo su cuerpo |
se pierde y vuelve a perderse |
perdiéndote para siempre a ti. |
De pronto llega
cabalgando las noches
agotando murallas
-al fin y al cabo a cualquiera
acuérdate nomás del cura
el del cine y los periódicos.
-Uno nunca sabe y todo puede ser
te despojan de tu alma
-tu sorpresa de ciervo oculto
para que todo pueda ser
-en pleno día-
Y asombra tanto
pasado de un día
tanto pasado de una semana
mientras dicen estamos a punto de ser
quemando la certidumbre de ser
al cerrar los ojos.
Mientras miras
deslizándose hacia abajo las luces
por lo mismo hacia abajo con los ríos
resistiendo entre pedazos y lluvias
ese cuerpo delirante por vivir
resistiendo mientras desciendes
mientras ese cuerpo extiende las manos
y las estira y las extiende para caer
en esa mano y otra mano
en esos ojos mirando la ciudad
mientras sufres y dejas de esperar
para esperar en otra vez.
(De Madera Viva y Árbol Difunto)
Epílogo
Me he muerto a
mí misma
y eso me conmueve sobremanera.
Volver a preparar mi desaparición
me consuela y me desgasta.
Pero puedo seguir la curva de mi brazo
lo que me da la medida de mi soledad
y puedo morderme el vientre de nuevo
lo que enciende el sumidero
en el que temo caer para siempre.
Amo este mi
cuerpo árido
sin solicitud, con avaricia
mi negro hombro infantil
que se desplaza según el cielo
que diseña todo invierno.
(No conozco otra estación que el despojo.)
Todavía no me
interrogo
sobre lo que significa para mí
esta nueva derrota en mi historia.
Me pregunto cuántas veces aún
tendré que ofrecer mi cuerpo
para cambiar de nombre
y llamarme solamente a mí
con mi claridad desamparada
y mi oculta herida sin balanza.
Me pienso a
veces
con el orgullo de una estrella
y alguien en mí se mofa del algodón
con un canto de sirena entre los senos
no entiende nada de las hormigas
ni del placer de mirarse morir
matando lo harto que todavía hay en mí
de niña tierna y maternal.
Pocos son los
que comprenderán el fuego que se está quemando
y que puedo morir de verdad morir de verdad
sin un signo de locura.
(De Madera viva y árbol difunto)
(De La poesía del siglo XX en Bolivia, Antología esencial, de Homero Carvalho, publicada por la prestigiosa Editorial Visor, de España, 2015, en su colección Estafeta del viento que reúne a antologías de todos los países de Iberoamérica y que ha permitido que Bolivia esté en la librerías y en las ferias internacionales del libro del mundo entero)
Blanca Wiethüchter – (La Paz 1947- 2004)

Ensayista, escritora, poeta y docente de la carrera de Literatura de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), supo crear mundos propios en cada uno de su libros, como si todos fueran capítulos de un solo e interminable libro que puede encontrar su paralelo en el poemario Ítaca. Para Mónica Velásquez, citada, por Elías Blanco: “Blanca Wiethüchter es, por la calidad y el aporte de su obra poética, una de las más importantes poetas bolivianas del siglo XX. A lo largo de los diez poemarios ya publicados, propone la ruptura y la fragmentación de la voz poética por medio de variados recursos, entre los que destacan la intertextualidad, la colectivización del hablante y la pluralidad de las voces enunciativas. Su obra está marcada por el esfuerzo implacable de trabajar el lenguaje arduamente hasta convertirlo en una zona crítica donde la densidad de los contenidos corresponda a la agudeza de las formas”.
Obra literaria
Poesía: Asistir al tiempo (1975), Travesía (1978), Noviembre 79 (1979), Madera viva y árbol difunto (1982), Territorial (1983)l, El verde no es un color (1992): A la luz de una provincia tropical (1992), Los negros labios encantados (1992), El rigor de la llama (1994), La Lagarta (1994), ‘Sayariy’ (1995), Qantatai (o Iluminado), Antología La Piedra que labra otra piedra (1996), Ítaca (2000), Luminar (2005) y Ángeles del miedo (2005). Novela: El jardín de Nora (1998).