Maurizio Bagatin
Al nombrarte mueren todas las demás palabras, una planta, una reina, un cuento. Inician siempre así los días, uno borrando al otro, memoria hecha polvo y lanzada a un infinito de posibilidades; posibilidades que alguien llaman destino, experiencia o suerte, los exóticos lo llaman karma, en fin, las mil y una noche de las infinidades. Tal vez nunca una noche más.
Eres Verónika en Ucrania y el nombre de mi madre, eres en el libro abierto del cielo una constelación.
En una librería de Pescara entramos después de un concierto jazz, ahí los fenicios imploraban vernos con el vidrio ya moldeado, traído de otra costa con el rojo purpura; Mythos o explicación de la realidad: todo el orden de lo real sin poder darle un nombre. Berenice, paginas con Mallarmé y el azar, Rimbaud y su sueño de una Europa embarcándose en un barco ebrio.
Berenice, la que al horror ofrece una belleza insuperable. Una fantasmal ciudad abandonada, invisible, escondida y presente en todo instante, narra Marco Polo a un atónito Kublai Kan, ella conserva su presencia, el mar, la sequedad de su sepultura, la chuspa de Galeno en el menú, justicia e injusticia en el gran libro de Calvino.
Imagen: Georgia O’Keeffe, Colina roja y concha blanca, 1938